¿CUÁNDO Y POR QUÉ SE
ESCRIBIÓ EL LIBRO DE JUDIT? Francesc Ramis Darder
Cuando el historiador lee al libro de Judit, le
vienen a la memoria los acontecimientos que trenzaron la etapa Macabea. A
partir del año 198 a.C., Palestina formó parte del Imperio Seléucida. Un
imperio que se extendía desde la frontera de Egipto hasta abarcar Mesopotamia.
Aunque agrupaba numerosos pueblos, la ideología helenista empapaba las líneas
de gobierno y el tejido social. El helenismo teñía con el pensamiento griego
las costumbres de los pueblos orientales; de ese modo, los seléucidas iban
imponiendo la moda y la religión griega en detrimento de la lengua y la
religión propia de los pueblos orientales.
El rey Antíoco IV Epífanes (175-164 a.C.) decidió
unificar la estructura del imperio seléucida. Por esa razón estableció la
unidad lingüística, cultural y religiosa de sus estados; es decir, tendía a
sustituir la religión y la cultura propia de cada pueblo por el culto y el
pensamiento helenístico. El pueblo judío sufrió el acoso de Antíoco. El
soberano entronizó la estatua de Zeus Olímpico en el Templo Jerusalén; así,
reemplazaba el culto hebreo por la religión de corte helenístico. Entre otras
cuestiones, prohibió la circuncisión, penalizó la observancia del sábado y
dificultó la práctica de las costumbres hebreas; de esa manera cercenaba la
cultura y la idiosincrasia judía (1Mac 1,29-40).
Los hebreos no permanecieron de brazos cruzados
ante el despotismo de Antíoco. Encabezados por los hermanos macabeos (1Mac
2,1-14), muchos judíos se sublevaron contra las insidias de Antíoco. Lograron
vencer a Antíoco IV y a sus sucesores, hasta proclamar la independencia del
país del dominio seléucida. Gracias a la victoria macabea, el pueblo judío
conservó su religión y su cultura. Si la comunidad hubiera claudicado ante los
golpes de Antíoco, quizá hubiera sucumbido, como aconteció con otros pueblos
orientales.
Los acontecimientos que acabamos de mentar,
sugieren el entramado del libro de Judit. El totalitarismo de Nabucodonosor y
Holofernes contra los judíos evoca el despotismo de Antíoco IV contra la
comunidad hebrea. El miedo de los dignatarios de Betulia (Ozías, Jabrís y
Jarmís) sugiere el pánico que embargó a los judíos, temerosos del ocaso de la
religión y la cultura judía bajo los puños de Antíoco IV. La valentía de Judit
alude al coraje de los hermanos macabeos que, enamorados de Dios y de su
pueblo, batieron a los seléucidas. La muerte de Holofernes por mano de Judit y
la derrota del ejército asirio denotan el fin del dominio seléucida sobre la
patria judía.
Así pues, el libro de Judit constituye, entre
otros temas, el reflejo teológico de los acontecimientos que trenzaron la
victoria judía sobre la tiranía seléucida. A nuestro entender, fue escrito en
hebreo o arameo a finales de la etapa macabea (150-140 a.C.), una vez asentada
la independencia judía, para ofrecer a la comunidad una pauta de reflexión
sobre los sucesos pasados. De esa manera, la comunidad ahondaba sobre dos
cuestiones principales: reconocía el auxilio permanente con que Dios protege a
su pueblo, a la vez que empeñaba la vida en defenderse, con el auxilio divino,
del envite de cualquier enemigo.
Vencida la opresión seléucida, los lectores
ahondaron en el calado espiritual del libro. La violencia de Antíoco IV, oculta
tras la furia de Nabucodonosor y Holofernes, había pasado; pero la comunidad continuaba
sufriendo el acoso de la idolatría, la mayor amenaza contra la fe hebrea. No
olvidemos que el Antiguo Testamento suele asociar la tiranía de las grandes
potencias sobre la tierra israelita con la seducción idolátrica que cercena la
fe judía (cf. Is 10,5-19; 47). Muchos hebreos, deslumbrados por la parafernalia
helenista, descuidaban su religión y se asimilaban a la moda griega hasta
abandonar la fe para adherirse a las creencias helenas. De ese modo, la
fidelidad de Judit instaba a la comunidad hebrea, acosada por la idolatría, a
luchar para defender la integridad de la fe, a pesar de las insidias
idolátricas, ocultas bajo el lienzo de la invasión asiria.
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