Reflexión: Jesús quiere
que Mateo Leví sea su apóstol. Y lo llama. Y Mateo lo sigue inmediatamente.
Algunos puritanos se escandalizan del hecho. Y es que Mateo Leví trabajaba para
los romanos en contra de los judíos: Recaudaba impuestos para el imperio. Esos
impuestos los pagaban los judíos. Por tanto no era bien visto por los suyos;
más bien era despreciado y considerado un pecador. ¿Porque –se preguntaban-
Jesús elige a un pecador? Jesús responde: Porque del mismo modo que los
enfermos necesitan del médico, los pecadores necesitan de Dios. Los enfermos
necesitan salud y los pecadores necesitan compasión y misericordia. Después de
leer este Evangelio JAMÁS DEBERÍAMOS JUZGAR A UN PECADOR. JESÚS NO LO HIZO.
NOSOTROS TAMPOCO. También Jesús hoy pasa por nuestra vida y nos invita a
seguirlo, y nosotros debemos dejarlo todo e ir detrás de Él. Esa es la
conversión: seguir a Jesús cada momento que pasa por nuestra vida. Y Jesús pasa
en cada acontecimiento que nos sucede a diario y nosotros debemos hacer el
esfuerzo de dejarlo todo y seguirlo, es decir, imitar en todo a Jesús y actuar
como Él actuaría en nuestro lugar. Por eso la conversión no es un solo acto de
nuestra vida, sino que es un proceso que dura hasta la muerte. Cada día debemos
profundizar en nuestra conversión, en nuestra fidelidad al Señor, y así nos
salvaremos nosotros y atraeremos a la Verdad a un gran número de almas. Pidamos
a la Santísima Virgen la gracia de ser agradables a los ojos de Dios en todo
nuestro obrar y aprovechar esta cuaresma para profundizar en nuestra
conversión. Jesús, María, os amo, salvad las almas. La invitación a Leví,
considerado del grupo de los pecadores, deja una clara señal que participar del
Reino de Dios no es privacidad de los que se consideran buenos, sino más bien
de todos los convertidos. Al llamar a uno de los despreciados por todos, Jesús
demuestra que la misericordia y el perdón divino también alcanzan a ellos.
Leer el comentario del
Evangelio por: Juliana de Norwich (1342- después de 1416), reclusa inglesa
Revelaciones del amor
divino, cap. 51-52
“He venido a llamar a
los pecadores para que se conviertan”
Dios me mostró a un
señor sentado solemnemente en la paz y el descanso; con dulzura envió a su
siervo a cumplir su voluntad. El servidor lo hizo rápidamente, por amor; pero
cayó en un barranco y se hirió gravemente… En este servidor, Dios me mostró el
dolor y la ceguera provocados por la caída de Adán; y en el mismo servidor la
sabiduría y la bondad del Hijo de Dios. En el señor, Dios me mostró su
compasión y su piedad para la desgracia de Adán, y en el mismo señor la alta
nobleza y la gloria infinita a la cual la humanidad es ascendida por la Pasión
y la muerte del Hijo de Dios. Por eso nuestro Señor se regocija mucho en su
propia caída [en este mundo y en su Pasión], a causa de la exaltación y a causa
de la plenitud de felicidad las cuales alcanzan al género humano, sobrepasando
ciertamente la que habríamos tenido si Adán no hubiera caído… Así tenemos una
razón para afligirnos, porque nuestro pecado es la causa de los sufrimientos de
Cristo, y tenemos constantemente una razón para regocijarnos, porque es su amor
infinito lo que le hizo sufrir… Si ocurre que por ceguera y debilidad caímos,
entonces levantémonos prontamente, bajo el dulce toque de la gracia. De toda
nuestra voluntad corrijámonos siguiendo la enseñanza de la Iglesia santa, según
la gravedad del pecado. Avancemos hacia Dios en el amor; jamás nos abandonemos
a la desesperación, no seamos demasiado temerarios, como si esto no tuviera
importancia. Francamente reconozcamos nuestra debilidad, sabiendo que, a menos
que la gracia no nos guarde, el tiempo es breve… Es legítimo que nuestro Señor
desee que nos acusemos y que reconozcamos, con lealtad y verdad, nuestra caída
y todo el dolor que le sigue, conscientes de que jamás podremos repararla.
Quiere al mismo tiempo que reconozcamos, con lealtad y verdad, el amor eterno
que nos tiene y la abundancia de su misericordia. Ver y conocer ambas juntas
por su gracia, he aquí la confesión humilde que nuestro Señor espera de
nosotros y que es su obra en nuestra alma.
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