“Cristo, por su cruz, reúne a los hombres divididos y dispersos” Cristo selló con su sangre un pacto nuevo, a saber, el Nuevo Testamento (1C 11,25), lo estableció convocando un pueblo de judíos y gentiles, que se unificara no según la carne, sino en el Espíritu, y constituyera el nuevo Pueblo de Dios...: un linaje escogido, sacerdocio regio, nación santa, pueblo de adquisición..., que en un tiempo no era pueblo y ahora es pueblo de Dios” (1P 2, 9-10). Este pueblo mesiánico, por consiguiente, aunque no incluya a todos los hombres actualmente y con frecuencia parezca una grey pequeña, es, sin embargo, para todo el género humano, un germen segurísimo de unidad, de esperanza y de salvación. Cristo, que lo instituyó para ser comunión de vida, de caridad y de verdad, se sirve también de él como de instrumento de la redención universal y lo envía a todo el universo como luz del mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5,13-16)... Dios formó una comunidad de quienes, creyendo, ven en Jesús al autor de la salvación y el principio de la unidad y de la paz, y la constituyó Iglesia a fin de que fuera para todos y cada uno el sacramento visible de esta unidad salutífera. Esta Iglesia, debiendo difundirse en todo el mundo, entra, por consiguiente, en la historia de la humanidad, si bien trasciende los tiempos y las fronteras de los pueblos. Caminando, pues, en medio de tentaciones y tribulaciones, se ve confortada con el poder de la gracia de Dios, que le ha sido prometida para que no desfallezca de la fidelidad perfecta por la debilidad de la carne, antes, al contrario, persevere como esposa digna del Señor y, bajo la acción del Espíritu Santo, no cese de renovarse hasta que por la cruz llegue a aquella luz que no conoce ocaso. Los prejuicios ciegan los ojos y el corazón. Para quienes pensaban "de Galilea no puede salir nada bueno" era imposible que Jesús fuera un profeta. Si anteponemos nuestros estrechos criterios, será difícil descubrir por dónde pasa la presencia de Dios. Dios puede sorprendernos viniendo del lugar menos esperado.
NUESTRA SEÑORA DEL ROSARIO - FUNDADORA DE LA CIUDAD Y PATRONA DE LA ARQUIDIOCESIS DE ROSARIO. El 15 de abril de 1730, don Bruno Mauricio de Zabala, gobernador del Río de la Plata, quien posee el honor de ser caballero de la orden de Calatrava, y tiene el cargo de teniente general de los ejércitos reales, eleva al cabildo eclesiástico de la diócesis de Buenos Aires, a cargo del gobierno diocesa-no desde fines del año 1729 por fallecimiento del obispo, una petición para que proceda a dividir en curatos o parroquias una buena parte de territorio de su gobernación comprendiendo también los territo-rios de la jurisdicción de Santa Fe y de Buenos Aires poniendo énfasis en la necesidad de la atención reli-giosa de estos pobladores porque carecen “del pasto espiritual”. El 23 de octubre de 1730 el cabildo eclesiástico procede a la erección canónica del curato del Pago de los Arroyos comprendiendo a las poblaciones que se hallan situadas desde el río Carcarañá hasta el arroyo de la Cañada de...
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