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La Biblia y Oriente Antiguo

ABDÍAS: YO SOY EL SIERVO DEL SEÑOR

Francesc Ramis Darder
Las historias patriarcales parecen relatos ingenuos, pero son narraciones que explican pedagógicamente la historia y la teología del Antiguo Testamento. La historia de Isaac constituye un relato patriarcal importante, la narración aparece amalgamada con la saga de Abrahán y Jacob (Gn 18,1-15; 21,1-35,28).

Isaac y su esposa Rebeca tuvieron dos hijos: Esaú y Jacob (Gn 25,19-34). Los conflictos entre los dos hermanos fueron encarnizados y permanentes. Baste recordar la ocasión en que Jacob robó la primogenitura a Esaú, y cómo éste decidió matarle para vengarse (Gn 27,1-46). El relato del Génesis señala cómo el Señor anunció a Rebeca la futura enemistad entre los dos hermanos. El Señor dijo a Rebeca: "Dos naciones hay en tu seno; dos pueblos se separarán de tus entrañas; uno será más fuerte que el otro, y el mayor servirá al menor" (Gn 25,23).

La Sagrada Escritura identifica a Esaú y Jacob con dos naciones: Esaú simboliza el país de Edom (Gn 25,30; 36,1.43), y Jacob representa a Israel (Gn 32,29). Los edomitas constituían un pueblo sedentario que se convirtió en nómada y se estableció al sur del Mar Muerto. La unión de las tribus edomitas dio lugar al nacimiento del reino de Edom (Gn 36,31-39), cuya capital era Bosrá (Is 34,6; 63,1). Los israelitas se establecieron, en general, al oeste del río Jordán y constituyeron dos reinos independientes: Israel y Judá. Ambos estados se unificaron bajo el cetro de David; y, con el paso del tiempo, el territorio ocupado por los israelitas se denominó Israel.

La Escritura narra los continuos enfrentamientos entre edomitas e israelitas (1S 14,47; 2S 8,14; 1R 11,14). Sin embargo la contienda más virulenta entre ambos pueblos aconteció en la época en que Nabucodonosor II atacó y conquistó Jerusalén (597.587.582 aC.). Cuando Nabucodonodor conquistó Sión, los edomitas celebraron la derrota de la Ciudad Santa (Ez 25,12-14; 35,15). El pueblo hebreo había perdido la independencia, había visto la destrucción del templo y palpado el ocaso de la dinastía de David; y si a todo eso añadimos la burla de los edomitas, comprenderemos que la tristeza del pueblo judío debía ser inmensa.

Pero el Señor no permitió que su pueblo se deshiciese entre los sinsabores de la desgracia. Yahvé suscitó al profeta Abdías y le confirió una triple tarea. En primer lugar, el profeta debía consolar al pueblo abatido. En segundo término, Abdías recibió el encargo divino de anunciar la victoria del bien, oculto en el corazón del pueblo hebreo que lloraba ahora su desgracia. Y, en último término, el profeta debía revelar la derrota del mal, simbolizado en la actitud de los edomitas que habían ridiculizado a Israel en su desdicha.

Nabucodonosor, tras la conquista de Jerusalén, deportó muchos judíos a Babilonia; pero muchos más huyeron a los países vecinos donde se establecieron. El territorio de Judá perdió gran parte de su población, y quienes permanecieron eran, en general, pobres e iletrados.

El profeta Abdías no rechazó el encargo divino, permaneció en Jerusalén junto a los pobres que no habían podido evitar el azote de Nabucodonosor con la huída hacia los países vecinos. El nombre "Abdías" significa "yo soy el siervo del Señor", y enfatiza la decisión del profeta de "servir al Señor" en todo momento. Abdías anunció que, el final de los tiempos, el imperio del mal, simbolizado por Edom, sería derrotado (Ab 10-14); y auguró el triunfo del plan de Dios, representado por la victoria final de los israelitas fieles (Ab 21).

Los discípulos de Abdías sintetizaron, a mediados del siglo V aC., la predicción de su maestro. El poema que escribieron constituye el libro de Abdías. Es el libro más breve del Antiguo Testamento, sólo contiene 21 versículos. A los ojos de Dios, la importancia de un profeta y de cualquier persona no depende de la extensión de su libro. El Antiguo Testamento sostiene que sólo es grande e importante aquello que se hace con amor y por amor. Abdías, por amor a Dios y a su pueblo, permaneció en Jerusalén; y gracias a su fidelidad al Señor, el pueblo de Judá, hundido en el desánimo, pudo sentir la proximidad de Dios e intuir el triunfo del bien sobre las fuerzas del mal.

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