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Cartas de Jesús

Desde el Cielo



Querido amigo: Quiero hoy hablarte del Cielo. Sí, me marché al Cielo con el Padre como estaba previsto. Hacía treinta y tres años que Yo, el Verbo de Dios, me había hecho carne y nací, y viví, y morí como hombre. Pero ya sabes que resucité, y que a los cuarenta días, concluida toda la Redención y su anuncio a las almas que esperaban la Salvación, me volví al Seno del Padre, al Cielo. Y hoy te quiero hablar un poco del Cielo. Me parece que muchos todavía saben poco de él. Aunque tengo que decirte que no es nada fácil hablar de algo tan sublime a los que todavía no habéis vivido esa experiencia. Por lo menos te ayudaré a pensar un poco en él.

En primer lugar te aclaro, por si tiene los conceptos teológicos equivocados o infantiles, que el Cielo no es un lugar. La grandeza de Dios no cabe en un lugar tal y como se entiende en la tierra. Meter a Dios en un lugar sería poner límites al Ser Infinito. No hay límites para Dios. Además, todo ser espiritual, o espiritualizado, como es el caso de Mi Madre María, o el de Mi Cuerpo Glorificado, no ocupa lugar. –Entonces –me dirás- ¿dónde está el Cielo? – El Cielo está donde está Dios, y todos los seres que disfrutan de su presencia. Y, no lo olvides, Dios está en todas partes. El Padre y Yo, y el Espíritu Santo estamos en ese estado de Gloria que lo llena todo. Somos Omnipresentes, por eso podemos estar con todos nuestros queridos hijos los hombres de cualquier lugar de la tierra, y con todos los seres del universo. Junto a todos los millones y millones de estrellas que pueblan el inmenso y maravilloso universo. Sí, el Cielo es un estado de presencia de Dios, y gozan del Cielo todos aquellos que están junto a Nosotros. Hay ratos de Cielo en la tierra, y tú lo sabes. ¿No te has sentido feliz cuando de verdad hemos estado juntos? ¡Cuantas veces has exclamado ante un delicioso paisaje, o un ambiente gozoso: ESTO ES UN CIELO! Y tienes toda la razón. Donde está Dios todo es bello, hermoso, placentero, emocionante, tierno, encantador… sencillamente UN CIELO. Pues eso que tú percibes cuando eres feliz con el alma en paz, es un simple destello de la grandeza indescriptible que es el Cielo.

¡Que alegría experimenté cuando ya cumplida mí tarea en la tierra comencé a gozar de la dulzura del Cielo! Aunque ya sabes que no os quise dejar solos. Aquí se quedó un trozo de cielo en cada comunidad de creyentes, que es el sagrario, en donde estoy Yo. Y esas celebraciones vividas con amor. Y esas sonrisas de las almas buenas que pasan por la vida haciendo el bien. Y la paciencia de los enfermos que sufren en silencio. Y de los que mendigan un trozo de pan con hambre y sin rencor. Y esos hogares donde se vive el amor, y los conventos donde hay almas que ofrecen enamoradas sus vidas por ganar Gracia para los demás. La sonrisa de un niño es un reflejo del cielo. Y la cara arrugada y cariñosa de un anciano. Y la paz de un parapléjico, o de un enfermo incurable, o de una madre que reza por sus hijos, o de un padre que trabaja duramente por ganar el pan cada día para los suyos, y de esas ancianitas que en el rincón de cualquier casa o templo musitan viejas oraciones que Nosotros escuchamos con gusto y agradecimiento… Todo eso son trozos bellísimos del dulce Cielo que te espera, amigo mío. Me gustaría que sembrases la vida de Cielo, que plantases en cada rincón de la tierra que pisas un trozo de Cielo.

Pero, ¡qué pena que los hombres os empeñéis tanto en infestarlo todo de cizaña, de infierno desgraciado! ¿Por qué no termináis de aprender la lección? Sí que es verdad que Somos misericordiosos, pero ¿qué hacemos con los que no quieren saber nada del Cielo? Hay muchos que dicen: -¿Por qué Dios, que es tan poderoso, no nos lleva a todos forzosamente al Cielo?- Pues muy sencillo: porque el cielo es el REINO DEL AMOR, Y A NADIE SE LE PUEDE HACER AMAR A LA FUERZA. El amor es fruto de la libertad. Se ama porque se quiere, y a quien se quiere. ¿Qué merito tendría un Cielo de almas forzadas, que han despreciado la mano que le tendíamos hasta el último momento de un modo consciente? A Judas le llamé amigo hasta el final, y se desesperó sin llorar su pecado. Al buen ladrón le dije que aquel día iba a estar conmigo en el Paraíso porque se arrepintió voluntariamente. El Cielo está lleno de voluntarios que dijeron que sí cuando se les ofreció, que dieron un paso al frente cuando fueron llamados, y la llamada es general. Todo el mundo puede ir al Cielo, pero hay que querer ir, hay que coger el camino estrecho que lleva a la Vida.

Hoy te quiero invitar a que sueñes con el Cielo. A que fomentes en ti esa esperanza de estar un día juntos para siempre gozando de una amistad pura e interminable. Cuando estés triste, o desilusionado, o indeciso, o lleno de dolores, o de tentaciones… mira hacia donde quieras con amor y verás el Cielo que te tengo preparado. Y entonces nacerá en ti la paz, el amor, las ganas de sonreír y de hacer el bien. Cierra lo ojos un rato y piensa en Mí… Mírame aquí, junto a ti, en el Cielo que hay a tu lado, pensando en ti. Que el mundo sea ya un adelanto del Cielo para ti. Regala momentos de cielo a todos aquellos que se cruzan en tu camino. Allí estaré Yo sonriendo contigo.


Jesús


Por la trascripción: Juan García Inza;



juangainza@hotmail.com

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