A LOS VENERABLES HERMANOS LOS PATRIARCAS, ARZOBISPOS,
OBISPOS Y DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA SEDE APOSTÓLICA, AL
CLERO Y A LOS FIELES DEL ORBE CATÓLICO Y A TODOS LOS HOMBRES DE BUENA VOLUNTAD,
SOBRE LA REGULACIÓN DE LA NATALIDAD.
Venerables
hermanos y amados hijos, salud y bendición apostólica:
La
transmisión de la vida:
1. El
gravísimo deber de transmitir la vida humana ha sido siempre para los esposos,
colaboradores libres y responsables de Dios Creador, fuente de grandes alegrías
aunque algunas veces acompañadas de no pocas dificultades y angustias. En todos
los tiempos ha planteado el cumplimiento de este deber serios problemas en la
conciencia de los cónyuges, pero con la actual transformación de la sociedad se
han verificado unos cambios tales que han hecho surgir nuevas cuestiones que la
Iglesia no podía ignorar por tratarse de una materia relacionada tan de cerca
con la vida y la felicidad de los hombres.
I. Nuevos aspectos del problema y competencia del magisterio:
Nuevo enfoque del problema:
2. Los
cambios que se han producido son, en efecto, notables y de diversa índole. Se
trata, ante todo, del rápido desarrollo demográfico. Muchos manifiestan el
temor de que la población mundial aumente más rápidamente que las reservas de
que dispone, con creciente angustia para tantas familias y pueblos en vía de
desarrollo, siendo grande la tentación de las autoridades de oponer a este
peligro medidas radicales. Además, las condiciones de trabajo y de vivienda y
las múltiples exigencias que van aumentando en el campo económico y en el de la
educación, con frecuencia hacen hoy difícil el mantenimiento adecuado de un
número elevado de hijos.
Se asiste
también a un cambio, tanto en el modo de considerar la personalidad de la mujer
y su puesto en la sociedad, como en el valor que hay que atribuir al amor
conyugal dentro del matrimonio y en el aprecio que se debe dar al significado
de los actos conyugales en relación con este amor. Finalmente, y sobre todo, el
hombre ha llevado a cabo progresos estupendos en el dominio y en la
organización racional de las fuerzas de la naturaleza, de modo que tiende a
extender ese dominio a su mismo ser global: al cuerpo, a la vida psíquica, a la
vida social y hasta las leyes que regulan la transmisión de la vida.
3. El nuevo
estado de cosas hace plantear nuevas preguntas. Consideradas las condiciones de
la vida actual y dado el significado que las relaciones conyugales tienen en
orden a la armonía entre los esposos y a su mutua fidelidad, ¿no sería indicado
revisar las normas éticas hasta ahora vigentes, sobre todo si se considera que
las mismas no pueden observarse sin sacrificios, algunas veces heroicos? Más
aún, extendiendo a este campo la aplicación del llamado "principio de
totalidad", ¿no se podría admitir que la intención de una fecundidad menos
exuberante, pero más racional, transformase la intervención materialmente
esterilizadora en un control lícito y prudente de los nacimientos? Es decir,
¿no se podría admitir que la finalidad procreadora pertenezca al conjunto de la
vida conyugal más bien que a cada uno de los actos? Se pregunta también si,
dado el creciente sentido de responsabilidad del hombre moderno, no haya
llegado el momento de someter a su razón y a su voluntad, más que a los ritmos
biológicos de su organismo, la tarea de regular la natalidad.
Competencia del Magisterio:
4. Estas
cuestiones exigían del Magisterio de la Iglesia una nueva y profunda reflexión
acerca de los principios de la doctrina moral del matrimonio, doctrina fundada
sobre la ley natural, iluminada y enriquecida por la Revelación divina. Ningún
fiel querrá negar que corresponda al Magisterio de la Iglesia el interpretar también
la ley moral natural. Es, en efecto, incontrovertible —como tantas veces han
declarado nuestros predecesores [1]— que Jesucristo, al comunicar a Pedro y a
los Apóstoles su autoridad divina y al enviarlos a enseñar a todas las gentes
sus mandamientos [2], los constituía en custodios y en intérpretes auténticos
de toda ley moral, es decir, no sólo de la ley evangélica, sino también de la
natural, expresión de la voluntad de Dios, cuyo cumplimiento fiel es igualmente
necesario para salvarse [3]. En conformidad con esta su misión, la Iglesia dio
siempre, y con más amplitud en los tiempos recientes, una doctrina coherente
tanto sobre la naturaleza del matrimonio como sobre el recto uso de los
derechos conyugales y sobre las obligaciones de los esposos [4].
Estudios especiales
5. La
conciencia de esa misma misión nos indujo a confirmar y a ampliar la Comisión
de Estudio que nuestro predecesor Juan XXIII, de feliz memoria, había
instituido en el mes de marzo del año 1963. Esta Comisión de la que formaban
parte bastantes estudiosos de las diversas disciplinas relacionadas con la
materia y parejas de esposos, tenía la finalidad de recoger opiniones acerca de
las nuevas cuestiones referentes a la vida conyugal, en particular la
regulación de la natalidad, y de suministrar elementos de información
oportunos, para que el Magisterio pudiese dar una respuesta adecuada a la
espera de los fieles y de la opinión pública mundial [5].
Los trabajos
de estos peritos, así como los sucesivos pareceres y los consejos de buen número
de nuestros hermanos en el Episcopado, quienes los enviaron espontáneamente o
respondiendo a una petición expresa, nos han permitido ponderar mejor los
diversos aspectos del complejo argumento. Por ello les expresamos de corazón a
todos nuestra viva gratitud.
La respuesta del Magisterio
6. No
podíamos, sin embargo, considerar como definitivas las conclusiones a que había
llegado la Comisión, ni dispensarnos de examinar personalmente la grave
cuestión; entre otros motivos, porque en seno a la Comisión no se había
alcanzado una plena concordancia de juicios acerca de las normas morales a
proponer y, sobre todo, porque habían aflorado algunos criterios de soluciones
que se separaban de la doctrina moral sobre el matrimonio propuesta por el
Magisterio de la Iglesia con constante firmeza. Por ello, habiendo examinado
atentamente la documentación que se nos presentó y después de madura reflexión
y de asiduas plegarias, queremos ahora, en virtud del mandato que Cristo nos
confió, dar nuestra respuesta a estas graves cuestiones.
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