Evangelio:
Reflexión: Lucas capitulo 11, versiculos 37 al 41 Es urgente nuestra conversión.
No debemos dejarla para otro día, sino que hoy mismo debemos comenzar a caminar
por este camino. La Virgen lo pide en muchas de sus apariciones y hay que
aprovechar este tiempo de gracia y de misericordia, pues llegará un momento en
que ya no habrá posibilidad de conversión; se cerrará la puerta, como dice
Jesús en el Evangelio. ¿Y cómo hacer para convertirnos? Rezar, rezar y rezar.
Así seremos iluminados para ver qué es lo que tenemos que hacer y qué debemos
cambiar en nuestra vida.
Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de comprender que nuestro obrar
debe ser agradable a los ojos de Dios, y no conformarnos con solo “saber” las
cosas, sino “hacer” las cosas como Dios quiere.
Somos muy propensos a juzgar todo por las apariencias. Si alguien nos
parece bien, porque se viste como nos gusta, porque mantiene el gesto que nos
atrae, y en fin, porque su apariencia es atractiva, nos dejamos arrastrar. En
cambio a aquel cuya apariencia externa no nos parece apropiada, lo marginamos,
lo lapidamos, lo dejamos de lado.
¿Por qué somos tan propensos a la discriminación? ¿Por qué no somos
capaces de sobreponernos y ver más allá de las apariencias? Tras las formas
externas, la vestimenta, la cirugía estética (o la falta de ella), está el
Espíritu de Dios mismo, en cada uno de nuestros hermanos.
Debemos luchar contra la hipocresía y la necedad de brindar privilegios
por las apariencias. Esa es una gran torpeza, una estupidez de la que nos hemos
hecho esclavos en el siglo XXI. Todos queremos ser guapos, atractivos y por eso
rendimos culto a la estética, a la “eterna juventud”, a los trapos, a las
joyas, a los autos, a las casas, a las comodidades, a los lujos…
Pero… ¿Qué hay de la persona? Nos hemos olvidado de ella, por fijarnos
en la decoración. Jesús, nos llama la atención. ¡Somos huecos!
Leer el comentario del Evangelio por: Afraates (¿- c. 345), monje,
obispo cerca de Mossul
Las Disertaciones, nº 3 Del ayuno
“Jonás fue un signo para los ninivitas, también el Hijo del hombre lo
será para esta generación"
Los hijos de Nínive ayunaron con un ayuno puro cuando Jonás les predicó
la conversión. Así está escrito: Los ninivitas creyeron en Dios, proclamaron un
ayuno y se vistieron de sayal, grandes y pequeños. Negaron a los niños de pecho
el alimento de sus madres, y que la vacas y ovejas no prueben bocado, no pasten
ni beban (Jo 3)…
Y esto es lo que está escrito: “Cuando vio Dios sus obras y cómo se
convertían de su mala vida, se compadeció y se arrepintió de la catástrofe con
que les había amenazado, y no la ejecutó”. No dice: “Vio Dios el ayuno de pan y
de agua, con saco y ceniza”, sino “que vio sus obras y cómo se convertían de su
mala vida”… Este fue un ayuno puro, y fue aceptado el ayuno de los ninivitas
cuando se convirtieron de sus malos caminos y de la rapacidad de sus manos…
Porque, amigo mío, cuando se ayuna, siempre es la abstinencia de la
maldad el mejor ayuno. Es mejor que la abstinencia de pan y de agua, mejor que…
“mover la cabeza como un junco, acostarse sobre saco y ceniza” tal como dice
Isaías (58,5). En efecto, cuando el hombre se abstiene de pan, de agua o de
cualquier otro alimento, se cubre de saco y de ceniza y está compungido, es
amado y agradable. Pero lo que es más agradable es que se humille a sí mismo,
que “haga saltar los cerrojos de los cepos” de la impiedad y que “rompa los
cepos” del engaño. Entonces “nacerá una luz como la aurora, te abrirá camino la
justicia, detrás irá la gloria del Señor. Será como un jardín exuberante, como
una fuente de agua que no se agota” (Is 58,6s).
Jesús, María, os amo, salvad las almas.
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