EL EJEMPLO DEL LADRÓN DIMÁS:
En lugar de asaltarlos, el ladrón escoltó a José y María, con el niño,
que huían de la Matanza de los inocentes.
Cuando hablamos de Jesús en el Gólgota, solemos olvidar otras figuras
trágicas que lo rodeaban: El sufrimiento de su madre de sus discípulos y
Apóstoles, de todos los que lo amaban, junto a personajes como Judas Iscariote,
Barrabás y los 2 ladrones crucificados a su lado.
Los 2 ladrones son personajes que siempre me han interesado, porque en
ellos, como en todas las tragedias humanas, están representados 2 hombres que,
habiendo caído en el delito, uno resulta irrecuperable y el otro, el
arrepentido, podría haber tenido una vida digna de compartir con la gente que
lo rodeaba.
San Lucas hace diferencias entre ellos, al comentar que mientras uno
lo injuriaba a Jesús, el otro le recriminaba diciéndole: “Mira que nosotros
estamos aquí por nuestras acciones, pero éste ningún mal ha hecho”. Y añade
que, volviéndose a Jesús, le rogó que se acordara de él cuando estuviera en el
Paraiso. La repuesta que recibió fue una consoladora frase de perdón con la que
le aseguraba un lugar a su lado después de la muerte.
Y a tantos siglos de distancia, pienso que aquel es un gesto que el
Papa Francisco hoy resaltaría: no el castigo bíblico del “ojo por ojo” para un
hombre que, aunque caído, reconoce sus errores y desea enmendarlos, sino la
esperanza evangélica de recuperar su condición humana.
Como estas figuras no tienen mucho asidero histórico, una vieja revista,
de principios de siglo XX, dice sobre ellas: “Pero lo que el evangelio omitió,
lo han suplido los libros apócrifos, y los Santos Padres; no osaremos decir si
con sus fantasías o con datos verídicos, aunque hay que convenir en que la
tradición debió andar más mezclada en ello que los documentos irrecusables”.
Así, la Iglesia admite que el buen ladrón se llamaba Dimas, y el mal ladrón
tenía por nombre Gestas.
Los artistas de todos los tiempos han pintado la escena con estos 3
hombres, uno justo, los otros delincuentes, en la última instancia de su vida,
cada uno de ellos en actitud en consonancia con su carácter. Gestas ha
preocupado poco a estudiosos y a observadores, pero Dimas ha merecido la
atención de artistas, escritores, teólogos e investigadores: Un prelado
francés, Monseñor Gaume, escribió La historia del buen ladrón; Tiziano lo pintó
en su cuadro Triunfo y Miguel Angel lo incorporó en su Juicio final.
Se sabe que el ladrón a quien llamaron Dimas, era salteador de
caminos, como muchos desdichados que habían perdido todo en las guerras
políticas que siguieron a la dominación romana. Pero San Anselmo cuenta un
hecho curioso y poco conocido: Siendo Dimas joven, ya capitaneaba una cuadrilla
de bandidos, quienes detuvieron a María y José, con el niño, mientras huían de
la matanza de los inocentes. Al enterarse del motivo de la fuga, no solo no les
hicieron daño, sino que los escoltaron en el camino hasta dejarlos a salvo. Los
artistas prefirieron pintar La huida de Egipto protegida por una legión de Ángeles, pero la gente sencilla aceptó aquella
historia del infante a salvo gracias a la caridad de un bandolero.
30 años después, Dimas seguía siendo salteador; fue capturado por los
soldados romanos cerca de Jericó, encarcelado y luego condenado a la pena de
muerte. Su figura, al lado de Jesús, siempre despertó simpatía, y en la larga
lucha de la humanidad entre el bien y el mal, Dimas nos muestra nos muestra que
podemos caer, pero siempre podremos levantarnos de nuevo. Y, para los que somos
creyentes, que Dios está dispuesto a perdonar aún en la última instancia.
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