13. La fe y la Palabra de Dios 19.06.85
1. Reanudamos el tema sobre la fe. Según
la doctrina contenida en la Constitución Dei Verbum, la fe cristiana es la respuesta
consciente y libre del hombre a la auto-revelación de Dios, que llegó a su
plenitud en Jesucristo. Mediante lo que San Pablo llama ´la obediencia de la
fe´ (Cfr. Rom 16, 26; 1,5; 2 Cor 10, 5-6), todo el hombre se abandona a Dios,
aceptando como verdad lo que se contiene en la palabra divina de la Revelación.
La fe es obra de la gracia que actúa en la inteligencia y en la voluntad del
hombre, y, a la vez, es un acto consciente y libre del sujeto humano.
La fe, don de Dios al hombre, es también
una virtud teologal y simultáneamente una disposición estable del espíritu, es
decir, un hábito o actitud interior duradera. Por esto exige que el hombre
creyente la cultive siempre, cooperando activa y conscientemente con la gracia
que Dios le ofrece.
2. Puesto que la fe encuentra su fuente
en la Revelación divina, un aspecto esencial de la colaboración con la gracia
de la fe se da por el constante y, en cuanto sea posible, sistemático contacto
con la Sagrada Escritura, en la que se nos ha transmitido la verdad revelada
por Dios en su forma más genuina. Esto halla expresión múltiple en la vida de
la Iglesia, como leemos también en la Constitución Dei Verbum.
Toda la predicación de la Iglesia, como
toda la religión cristiana, se ha de alimentar y regir con la Sagrada
Escritura. En los libros sagrados hay puestos tanta eficacia y poder, que
constituyen sustento y vigor de la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos,
alimento del alma, fuente límpida y perenne de vida espiritual. Por eso se
aplica a la Escritura de modo especial aquellas palabras: la palabra de Dios es
viva y enérgica (Heb 4, 12), ´puede edificar y dar la herencia a todos los
consagrados´ (Hech 20, 32; cfr. 1 Tes 2, 13)´ (n.21).
3. He aquí por qué la Constitución Dei
Verbum, refiriéndose a la enseñanza de los Padres de la Iglesia, no duda en
poner juntas las ´dos mesas´, es decir, la mesa de la Palabra de Dios y la del
Cuerpo del Señor, y hace notar que la Iglesia no cesa ´sobre todo en la sagrada
liturgia de tomar el pan de la vida´ de ambas mesas, ´y de repartirlo a sus
fieles´ (Cfr. n.21). Efectivamente la Iglesia siempre ha considerado y continúa
considerando la Sagrada Escritura, juntamente con la Sagrada Tradición, ´como
suprema norma de su fe´ (Ib.), y como tal la ofrece a los fieles para su vida cotidiana.
III Dios
El primer artículo de nuestro Credo: Creo
en Dios.
1. Creo en Dios 3.07.85
1. Nuestras catequesis llegan hoy al gran
misterio de nuestra fe, el primer artículo de nuestro Credo: Creo en Dios.
Hablar de Dios significa afrontar un tema sublime y sin límites, misterioso y
atractivo. Pero aquí en el umbral, como quien se prepara a un largo y
fascinante viaje de descubrimiento tal permanece siempre un genuino
razonamiento sobre Dios, sentimos la necesidad de tomar por anticipado la
dirección justa de marcha, preparando nuestro espíritu a la comprensión de
verdades tan altas y decisivas. A este fin considero necesario responder
enseguida a algunas preguntas, la primera de las cuales es: ¿Por qué hablar hoy
de Dios?.
2. En la escuela de Job, que confesó
humildemente: ´He hablado a la ligera. Pondré mano a mi boca´ (40, 4),
percibimos con fuerza que precisamente la fuente de nuestras supremas certezas
de creyentes, el misterio de Dios, es antes todavía la fuente fecunda de
nuestras más profundas preguntas: ¿Quién es Dios?. ¿Podemos conocerlo
verdaderamente en nuestra condición humana?. ¿Quiénes somos nosotros,
criaturas, ante Dios?.
Con las preguntas nacen siempre muchas y
a veces tormentosas dificultades: Si Dios existe, ¿por qué tanto mal en el mundo?.
¿Por qué el impío triunfa y el justo viene pisoteado?. ¿La omnipotencia de Dios
no termina con aplastar nuestra libertad y responsabilidad?.
Son preguntas y dificultades que se
entrelazan con las expectaciones y las aspiraciones de las que los hombres de
la Biblia, en los Salmos en particular, se han hecho portavoces universales;
´Como anhela la cierva las corrientes de las aguas, así te anhela mi alma,
"oh Dios!. Mi alma está sedienta de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo ir y ver
la faz de Dios?´ (Sal 41, 2-3): De Dios se espera la salvación, la liberación
del mal, la felicidad y también, con espléndido impulso de confianza, el poder
estar junto a El, ´habitar en su casa´(Cfr. Sal 83, 2 ss). He aquí, pues, que
nosotros hablamos de Dios porque es una necesidad del hombre que no se puede
suprimir.
3. La segunda pregunta es cómo hablar de
Dios, cómo hablar de El rectamente. Incluso entre los cristianos, muchos poseen
una imagen deformada de Dios. Es obligado preguntarse si se ha hecho un justo
camino de investigación, sacando la verdad de fuentes genuinas y con una
actitud adecuada. Aquí creo necesario citar ante todo, como primera actitud, la
honestidad de la inteligencia, es decir, el permanecer abiertos a aquellos
signos de verdad que Dios mismo ha dejado de Sí en el mundo y en nuestra
historia.
Hay ciertamente el camino de la sana
razón (y tendremos tiempo de considerar que puede el hombre conocer de Dios con
sus fuerzas). Pero aquí me urge decir que a la razón, más allá de sus recursos
naturales, Dios mismo le ofrece de Sí una espléndida documentación: la que con
lenguaje de la fe se llama ´Revelación´. El creyente, y todo hombre de buena
voluntad que busquen el rostro de Dios, tiene a su disposición ante todo el
tesoro inmenso de la Sagrada Escritura, verdadero diario de Dios en las
relaciones con su pueblo, que tiene en el centro el insuperable revelador de
Dios, Jesucristo: ´El que me ha visto a mí ha visto al Padre´ (Jn 14, 9).
Jesús, por su parte, ha confiado su testimonio a la Iglesia, que desde siempre,
con la ayuda del Espíritu Santo, lo ha hecho objeto de apasionado estudio, de
progresiva profundización e incluso de valiente defensa frente a errores y
deformaciones. La documentación genuina de Dios pasa, pues, a través de la
Tradición viviente, de la que la que todos los Concilios son testimonios
fundamentales: desde el Niceno y el Constantinopolitano, al Tridentino,
Vaticano I y VaticanoII. Tendremos cuidado en remitirnos a estas genuinas
fuentes de verdad.
La catequesis saca además sus contenidos
sobre Dios también de la doble experiencia eclesial: la fe rezada, la liturgia,
cuyas formulaciones son un continuo e incansable hablar de Dios hablando con
El; y la fe vivida por parte de los cristianos, de los santos en particular,
que han tenido la gracia de una profunda comunión con Dios. Así, pues, no
estamos destinados sólo a hacer preguntas sobre Dios, para luego perdernos en
una selva de respuestas hipotéticas o bien demasiado abstractas. Dios mismo ha
venido a nuestro encuentro con una riqueza orgánica de indicaciones seguras. La
Iglesia sabe que posee, por la gracia de Dios mismo, en su patrimonio de
doctrina y vida, la dirección justa para hablar con respecto a la verdad de El.
Y nunca como hoy siente el empeño de ofrecer con lealtad y amor a los hombres
la respuesta esencial, que esperan.
4. Es lo que pretendo hacer en estos
encuentros. ¿Pero cómo?. Hay diversas maneras de hacer catequesis, y su
legitimidad depende en definitiva de la fidelidad respecto a la fe integral de
la Iglesia. He considerado oportuno escoger el camino que, mientas hace
referencia directamente a la Sagrada Escritura, hace referencia también a los
Símbolos de la Fe, en la comprensión profunda que ha dado de ella el
pensamiento cristiano a lo largo de veinte siglos de reflexión.
Es mi propósito, al proclamar la verdad
sobre Dios, invitaros a todos a reconocer la validez del camino
histórico-positivo y del camino ofrecido por la reflexión doctrinal elaborada
en los grandes Concilios y en el Magisterio ordinario de la Iglesia. De este
modo, sin disminuir para nada la riqueza de los datos bíblicos, se podrán
ilustrar verdades de fe o próximas a la fe o de todas las formas teológicamente
fundadas que, por haber sido expresadas en lenguaje dogmático-especulativo,
corren el riesgo de ser menos percibidas y apreciadas por muchos hombres de
hoy, con no ligero empobrecimiento del conocimiento de Aquel que es misterio
insondable de luz.
Comentarios