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REFLEXIONES RELIGIOSAS:


El anuncio para los que aún no creen: Pbro. Víctor M. Fernández
A pesar de la resurrección los discípulos se encierran, llenos de miedo. Porque todavía debían recibir la fuerza del Espíritu Santo. No significa esto que el Espíritu Santo no estuviera presente, ya que según el Evangelio de Juan, Jesús derrama el Espíritu cuando muere en la cruz. Pero Jesús tenía reservada para el día de Pentecostés una efusión más plena y liberadora que produciría la explosión evangelizadora de la Iglesia naciente. Sólo con la llegada del Espíritu Santo en Pentecostés la evangelización se convertiría en una necesidad de los discípulos, en un fuego imposible de ahogar o reprimir. Por eso, todo el que diga haber recibido el Espíritu Santo debería poder exclamar como san Pablo: "Es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no anunciara el evangelio!" (1Cor 9, 16). Pero en este párrafo se destaca la incredulidad de Tomás, que se convierte en un elogio para los creyentes de hoy, que creen sin tener esa visión de Jesús resucitado: "Felices los que crean sin haber visto". Sin embargo, también hoy muchos de nosotros queremos ver para creer, le exigimos a Dios signos y prodigios como condición para creer, y entonces no tenemos nada que reprocharle al incrédulo Tomás. Hay que destacar que Tomás pudo abrir su corazón en el encuentro con el Resucitado gracias a que permaneció en la comunidad, no dejó de encontrarse con los hermanos. Así se nos recuerda la importancia de la vida comunitaria para perseverar en el bien, para ser contenidos, para dejar un espacio abierto que en el aislamiento se cierra más fácilmente. Finalmente, este texto nos dice que el Evangelio no narra todo lo que Jesús hizo; hay "otras muchas señales" que no fueron escritas, pero que la Iglesia ha ido transmitiendo de boca en boca y de generación en generación; es la tradición oral, de la cual también habla claramente san Pablo en 2Tes 2, 15: "Conserven fielmente las tradiciones que recibieron de nosotros, oralmente o por carta".

El mensaje de la liturgia: ¡Felices los que creen!: La fe es un “regalo” de Dios. Hay que desearla y pedirla con insistencia: Señor, ¡auméntame la fe! (mc 9, 23-24). Y hay que tener el corazón abierto al don de dios. ¿Cómo? Frecuentando su Palabra, especialmente el Evangelio, y practicando esa Palabra en las múltiples obras de la comunidad eclesial. Señor, ¡Auméntame la fe! No quiero “ver” para “creer”; quiero creer para verte presente en tu Creación, en los hermanos necesitados, en el testimonio de tanta gente buena, Señor, ¡Quiero ser feliz!; ¡Quiero creer!





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