11. Fe cristiana y religiones no cristianas 5.06.85
1. La fe cristiana
se encuentra en el mundo con varias religiones que se inspiran en otros
maestros y en otras tradiciones, al margen del filón de la revelación. Ellas
constituyen un hecho que hay que tener en cuenta. Como dice el Concilio, los
hombres esperan de las diversas religiones ´la respuesta a los enigmas
recónditos de la condición humana, que hoy como ayer conmueven íntimamente su
corazón: ¿Qué es el hombre? Cuál es el sentido y fin de nuestra vida?. ¿Qué es
el bien y que es el pecado?. ¿Cuál es el origen y el fin del dolor?. ¿Cuál es
el camino para conseguir la verdadera felicidad?. ¿Qué es la muerte, el juicio,
y cuál es la retribución después de la muerte?. ¿Cual es, finalmente, aquel
último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia, del cual procedemos
y hacia el cual nos dirigimos´ (Nostra aetate, 1).
De este hecho
parte el Concilio en la Declaración Nostra Aetate sobre las relaciones de la
Iglesia con las religiones no cristianas. Es muy significativo que el Concilio
se haya pronunciado sobre este tema. Si creer de modo cristiano quiere decir
responder a la auto-revelación de Dios, cuya plenitud está en Jesucristo, sin
embargo, esta fe no evita, especialmente en el mundo contemporáneo, una
relación consciente con las religiones no cristianas, en cuanto que en cada una
de ellas se expresa de algún modo ´aquello que es común a los hombres y conduce
a la mutua solidaridad´ (n.1). La Iglesia no desecha esta relación, más aún, la
desea y la busca. Sobre el fondo de una amplia comunión en los valores
positivos de espiritualidad y moralidad, se delinea ante todo la relación de la
´fe´ con la ´religión´ en general, que es un sector especial de la existencia
terrena del hombre. El hombre busca en la religión la respuesta a los
interrogantes arriba enumerados y establece de modo diverso su relación con el
´misterio que envuelve nuestra existencia´. Ahora bien, las diversas religiones
no cristianas son, ante todo, la expresión de esta búsqueda por parte del
hombre, mientras que la fe cristiana que tiene su base en la Revelación por
parte de Dios. Y en esto consiste -a pesar de algunas afinidades en otras
religiones- su diferencia esencial en relación con ellas.
2. La Declaración
Nostra Aetate, sin embargo, trata de subrayar las afinidades. Leemos: ´Ya desde
la antigüedad y hasta nuestras días se encuentran en los diversos pueblos una
cierta percepción de aquella fuerza misteriosa que se haya presente en la
marcha de las cosas y en los acontecimientos de la vida humana, y a veces
también el conocimiento de la suma Divinidad e incluso del Padre. Sensibilidad
y conocimiento que penetran toda la vida humana, y un íntimo sentido religioso´
(n.2). A este propósito podemos recordar que desde los primeros siglos del
cristianismo se ha querido ver la presencia inefable del Verbo en las mentes
humanas y en las realizaciones de cultura y civilización: ´Efectivamente, todos
los escritores, mediante la innata semilla del Logos, injertada en ellos,
pudieron entrever oscuramente la realidad´ , ha puesto de relieve San Justino
(II, 13, 3), el cual, con otros Padres, no ha dudado en ver en la filosofía una
especie de ´revelación menor´.
Pero en esto hay
que entenderse. Ese ´sentido religioso´, es decir, el conocimiento religioso de
Dios por parte de los pueblos, se reduce al conocimiento de que es capaz el
hombre con las fuerzas de su naturaleza, como hemos visto en su lugar; al mismo
tiempo, se distingue de las especulaciones puramente racionales de los
filósofos y pensadores sobre el tema de la existencia de Dios. Ese conocimiento
religioso implica a todo el hombre y llega a ser en él un impulso de vida. Se
distingue, sobre todo, de la fe cristiana, ya sea como conocimiento fundado en
la Revelación, ya como respuesta consciente al don de Dios que está presente y
actúa en Jesucristo. Esta distinción necesaria no excluye, repito, una afinidad
y una concordancia de valores positivos, lo mismo que no impide reconocer, con
el Concilio, que las diversas religiones no cristianas (entre las cuales en el
Documento conciliarse recuerdan especialmente el hinduismo y el budismo, de los
que se traza un breve perfil) ´se esfuerzan por responder de varias maneras a
la inquietud del corazón humano, proponiendo caminos, es decir, doctrinas,
normas de vida y ritos sagrados´ (n.2).
3. ´La Iglesia católica -continúa el Documento- considera con sincero
respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, aunque
discrepan en muchos puntos de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces
reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres´
(n.2).Mi predecesor Pablo VI, de venerada memoria, puso de relieve de modo
sugestivo esta posición de la Iglesia en la Exhortación Apostólica ´Evangelii nuntiandi´.
He aquí sus palabras que sintonizan con textos de los antiguos Padres: ´Ellas
(las religiones no cristianas) llevan en sí mismas el eco de milenios a la
búsqueda de Dios, búsqueda incompleta pero hecha frecuentemente con sinceridad
y rectitud de corazón. Poseen un impresionante patrimonio de textos
profundamente religiosos. Han enseñado a generaciones de personas a orar. Todas
están llenas de innumerables semillas del Verbo y constituyen una auténtica
preparación evangélica´ (n.53).
Por esto, también la Iglesia exhorta a los cristianos y a los
católicos a fin de que ´mediante el diálogo y la colaboración con los adeptos
de otras religiones, dando testimonio de la fe y vida cristiana, reconozcan,
guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los
valores socio-culturales, que en ellos existen´ (n.2).
4. Se podría decir, pues, que creer de modo cristiano significa
aceptar, profesar y anunciar a Cristo que es ´el camino, la verdad y la vida´
(Jn. 14, 6), tanto más plenamente cuanto más se ponen de relieve los valores de
las otras religiones, los signos, los reflejos y como los presagios de El.
5. Entre las religiones no cristianas merece una atención particular
la religión de los seguidores de Mahoma, a causa de su carácter monoteísta y su
vínculo con la fe de Abrahán, a quien San Pablo definió el ´padre. de nuestra
fe (cristiana)´ (Cfr. Rom 4, 16).
Los musulmanes ´Adoran al único Dios, viviente y subsistente,
misericordioso y todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, que habló a
los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse con toda el alma,
como se sometió a Dios Abrahán, a quien la fe islámica mira con complacencia´.
Pero aún hay más: los seguidores de Mahoma honran también a Jesús: ´Aunque no
reconocen a Jesús como Dios, lo veneran como Profeta; honran a María, su Madre
virginal, y a veces también la invocan devotamente. Esperan, además, el día del
juicio, cuando Dios remunerará a todos los hombres resucitados. Por ello,
aprecian la vida moral y honran a Dios, sobre todo, con la oración, las
limosnas y el ayuno´ (n.3).
6. Una relación especial -entre las religiones no cristianas- es la
que mantiene la Iglesia con los que profesan la fe en la Antigua Alianza, los
herederos de los Patriarcas y Profetas de Israel. Efectivamente, el Concilio
recuerda ´el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está unido con la
estirpe de Abrahán´ (n.4).
Este vínculo, al que ya aludimos en la catequesis dedicada al Antiguo
Testamento, y que nos acerca a los judíos, se pone una vez más de relieve en la
Declaración Nostra Aetate, al referirse a esos comunes inicios de la fe, que se
encuentran en los Patriarcas, Moisés y los Profetas. La Iglesia ´reconoce que
todos los cristianos, hijos de Abrahán según la fe, están incluidos en la
vocación del mismo Patriarca. La Iglesia no puede olvidar que ha recibido la
revelación del Antiguo Testamento, por medio de aquel pueblo con el que Dios,
por su inefable misericordia, se dignó establecer la Antigua Alianza´ (n.4). De
este mismo Pueblo proviene ´Cristo según la carne´ (Rom 9, 5), Hijo de la
Virgen María, así como también son hijos de él sus Apóstoles.
Toda esta herencia espiritual, común a los cristianos y a los judíos,
constituye como un fundamento orgánico para una relación recíproca, aun cuando
gran parte de los hijos de Israel ´no aceptaron el Evangelio´. Sin embargo, la
Iglesia (juntamente con los Profetas y el Apóstol Pablo) ´espera el día que
sólo Dios conoce, en que todos los pueblos invocarán al Señor con una sola voz
y le servirán como un sólo hombre (Sof 3, 9)´(n.4).
Comentarios