El
misterio de la Santísima Trinidad: Pbro. Aderico Dolzani, ssp.
La fiesta de la Santísima Trinidad
comenzó a celebrarse en el siglo 11º. Nació en el ambiente monástico, donde
existía una fuerte corriente mística, intelectual y de investigación religiosa.
Durante los primeros siglos de la Iglesia, se decía que todos los domingos se
proclamaba la Unidad y la Trinidad de Dios; por lo tanto, no era necesario
designar un día especial. Hoy celebramos la fiesta de un misterio. Aquí, esta
palabra no tiene el significado que le otorgamos en la literatura, donde “misterio”
indica “aquello que no se conoce”. En el lenguaje litúrgico, es, en cambio,
aquello que conocemos, pero que, por su inmensidad y trascendencia, no llegamos
a entenderlo plenamente. Al respecto, San Pablo recuerda que el misterio,
escondido durante siglos, fue revelado a todos por medio de Cristo. El rostro
que Cristo nos ha revelado es, en 1º lugar, el de la misericordia de Dios, la
enseñanza más preciosa de toda la Sagrada Escritura y que nos colma de
esperanza, alegría y paz. Cristo no vino a este mundo para juzgarnos, sino para
salvarnos. Cuando el Evangelio dice que el que no cree ya está condenado, no se
refiere al ateo que no reconoce a Dios ni al que ignora las verdades del
Catecismo. De hecho, hasta el demonio sabe que Dios existe, y conoce las
verdades. El Evangelio nos advierte que quién no deposita toda su confianza en
Cristo, está perdido. Conocemos el misterio de la Trinidad, pero no lo podemos
comprender en su totalidad. “Negar la Trinidad es arriesgar la salvación,
intentar explicarla es arriesgar la salud mental” predicaba Lutero. Sabemos que
Dios ha creado el universo, que se encarnó y camina en este mundo. Por medio
del Espíritu Santo, él está vivo y presente entre nosotros. Quizá solo nos
falta confiar plenamente en él.
El
mensaje de la liturgia: Según
un antiguo dicho, nadie puede ver a Dios y seguir viviendo. Luego de conocer a
Cristo, imagen visible del Dios invisible, nosotros podemos afirmar llenos de
gozo: ¡”Esto es vida!”, quizá como Pedro en el Tabor, porque Dios nos creó y
nos puso en este mundo para que lo conozcamos, y quien lo reconoce y sigue en
Cristo ¡Tiene resurrección y vida eterna! Y esto no es un gracioso juego de
palabras, sino que la Palabra Viviente, el Verbo de Dios hecho hombre, es quien
nos reveló por el precio de su misma vida. La fiesta de hoy no es para
discursos teológicos sobre un Dios Único en 3 Personas Distintas. Hoy es una
ocasión para dejarnos “copar” por este Dios, ¡El todo de nuestra nada!, que se
deshace de amor por cada uno, como nos lo mostró su Hijo, de Palabra y Obra.
Pues, como es Jesús es Dios ¡Así es Dios!, que se nos muestra como Padre de
amor infinito, como Hijo y figura e su Padre, y como Espíritu Santo que nos
introduce en ese torrente circulante de vida y verdad, de amor y de paz. Ante
todo esto, nos quedamos sin palabras, sólo cabe arrodillarnos y adorar repitiendo
“¡Santo, Santo, Santo!”.
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