No nos dejó huérfanos: Pbro. Aderico Dolzani, ssp.
El
texto del evangelio de Juan (Jn. 14, 23) pertenece al discurso de despedida que
Jesús pronuncia durante la última cena. En ese momento íntimo, a los
discípulos, que intuyen un futuro inmediato de desesperación, el Señor les
promete que no los dejará huérfanos, que siempre estará con ellos. Jesús no es su papá, pero
sí uno con el Padre. Los discípulos habían experimentado esto último varias
veces, sin lo cual el sentimiento de orfandad habría inundado sus vidas. Pero
la promesa de quedarse con ellos está supeditada a una prueba de fidelidad: Que
cumplan sus mandamientos libremente y por amor. Con ese pacto, el Señor
compromete la presencia del Espíritu Santo y la permanencia del Dios de la vida
entre los hombres, para otorgarles, así, el don de la vida plena. La presencia de
Cristo hoy en la Iglesia se manifiesta por medio del Espíritu Santo. Por eso
podemos preguntarnos en qué medida el Espíritu de Jesús habita en nuestra
comunidad y en nuestra vida personal, porque puede suceder que, a pesar de los sacramentos,
especialmente el de la Confirmación, el Espíritu Santo siga siendo un ilustre
desconocido de nuestras vidas. Cristo hoy se instala en la comunidad por medio
de signos visibles: Cuando la eucaristía es el centro de la actividad litúrgica
y de la devoción; cuando Jesús presente en la eucaristía, recibe la visita de
los fieles; cuando, en la comunidad, reinan la alegría y la comunión. También
se lo ve cuando abundan las obras de caridad, cuando fundamentalmente, nos
queremos, ayudamos y respetamos como hermanos. El Señor se quedó con nosotros.
No obstante, nosotros podemos elegir, tanto personal como comunitariamente,
vivir alejados de su presencia. El Señor no nos dejó huérfanos, pero para
nuestra desgracia, por decisión propia y voluntaria, podemos vivir como tales.
El mensaje de la liturgia:
Paulatinamente la naciente comunidad de Jerusalem comienza a salir de las
murallas que rodean la ciudad: El apóstol Felipe va a Samaría y predica a
Cristo, y los samaritanos se interesan no solo por sus palabras, sino también
por las maravillas que se obran por su intermedio: Curaciones, espíritus
inmundos expulsados… y se va armando una comunidad a la que llegan Pedro y Juan
para confirmarla mediante la bendición del Espíritu Santo con el bautismo. Este
mismo Espíritu es el que viene animando a la Iglesia desde aquellos días en que
Pedro escribía exhortando a los 1º cristianos a permanecer fieles a Cristo que,
fiel al Padre, también había sido fiel a nosotros hasta la cruz, con tal de rescatarnos
de nuestras desgracias y atraernos hacia él.
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