El
Espíritu nos hace vencer el miedo: Pbro. Aderico Dolzani, ssp.
Jesús exhala el Espíritu Santo sobre
los apóstoles el día de Pentecostés, fiesta en que el pueblo de Israel celebra
la promulgación de la Ley en el monte Sinaí,
cuando todas las tribus se reúnen para formar un solo pueblo. Este signo
profético del Antiguo Testamento es llevado a la perfección por el Señor Jesús
resucitado, cuando, en el día de Pentecostés, probablemente en el año 33 de
nuestra era, hace nacer la Iglesia como nuevo pueblo de Dios para cobijar a
todas las naciones y pueblos de la tierra, sin ninguna exclusión. Los discípulos
experimentan la alegría de ver al Señor resucitado. No obstante, eso no basta
para vencer el miedo, ya que aún viven encerrados. No tienen la fortaleza
necesaria para superar los días de la Pasión. Jesús se presenta en medio de
ellos, en un lugar donde se han refugiado con las puertas cerradas. Muestra los
signos de su pasión, las llagas visibles en sus manos y en su costado para
confirmarles, que ha resucitado. Sopla sobre ellos, como en la creación Dios ha
soplado sobre el hombre, formado con polvo con polvo de la tierra, para
infundirle el alma. En este gesto, Jesús les revela que hace de ellos nuevas
criaturas, porque reciben el Espíritu Santo y tendrían una vida nueva. Los
apóstoles salen del encierro y entran en la acción sin miedo para dar inicio a
la evangelización. Tienen el poder de perdonar los pecados, que es la más
sublime de salir del aislamiento, liberarse y liberar a otros de las cadenas
que han dejado que el mal actúe en ellos. Hoy es nuestro Pentecostés. Jesús nos
comunica, a nosotros, el Espíritu Santo. El signo de que hemos recibido será
nuestra capacidad de salir del aislamiento y liberarnos del pecado del pecado
para luego poder ayudar a otros a romper sus propias ataduras.
El
mensaje de la liturgia:
Antiguamente algunas culturas consideraban que los dioses eran territoriales.
Recordemos al sirio Naamán, curado por el profeta Eliseo, que se vuelve a su patria
con bolsas de tierra para adorar y agradecer sobre ella al Dios de Israel. Así,
Israel también tenía como propiedad exclusiva al Dios único y verdadero, “¡Cómo
cantar salmos de Israel en tierra extranjera!”, respondían los desterrados en
Babilonia a quienes les pedían canciones de su patria. Pero luego nace en Belén
el Dios de cielos y tierra que trae la paz y derrama su Espíritu sobre todo
hombre de buena voluntad, sean partos, medos, elamitas, griegos, romanos,
chinos, rusos, europeos, americanos… Lo conozcan o crean o no en él, cumplan
sus mandamientos e integren su Iglesia o no: ¡Dios es Padre de todos sin
excepción y nos ha destinado a compartir el banquete eterno de las bodas de su
Hijo amado! Por eso, a quienes lo seguimos, nos infunde el Espíritu de Jesús
para que, apóstoles del buen Pastor, congreguemos a hombres, pueblos y naciones
sobre las huellas del que vino a reunirnos en un único rebaño, animados todos
por el mismo Espíritu.
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