Padres
e hijos
Muchas
enfermedades se producen porque nuestro sistema inmunológico no funciona muy
bien.
Las
defensas de nuestro organismo comienzan a decaer y nuestro cuerpo se resiente.
En
ese momento cualquier virus se encontrará sin barreras y empezarán a aparecer
enfermedades, desde un simple resfrío hasta un tumor incurable.
Hay
factores que debilitan nuestras defensas, la mala alimentación, el desánimo, la
depresión, el exceso de trabajo, el estrés y muchos motivos más. Estas cosas de
una manera u otra afectan sensiblemente nuestro organismo.
Para
evitar que lleguemos a situaciones extremas, debemos estar alerta y al más
mínimo síntoma recurrir al médico para que tome carta en el asunto. Seguramente
el doctor nos medicará para que el sistema inmunológico comience nuevamente a
producir esas defensas que son elementales para nuestro organismo y de esta
manera no tener que lamentarnos por posibles enfermedades que pueden llegar a
ser trágicas.
Esto
mismo lo podemos aplicar a una familia de nuestros tiempos.
Si
los padres se ocupan de sus hijos desde que nacen y ejercen una autoridad y una
enseñanza basada en el amor de Dios, con el paso del tiempo y especialmente en
la adolescencia sus hijos se darán cuenta de que sus «defensas» están a un buen
nivel, tanto en su mente como en su corazón.
Esas
«defensas» son las que les permitirán rechazar todo tipo de virus maligno que
intente contaminar y destruir su vida. Me refiero a esos virus que producen
desprecio por su propia vida y la de los demás; adicción a las drogas, al
alcohol, falta de sentimientos hacia sus seres queridos y muchas otras cosas.
En
estos días vivimos en una sociedad muy particular donde los que parecen ser
amos y señores son los niños y los adolescentes. Aunque al mismo tiempo tienen
las defensas muy bajas y no saben lo que hacen.
Por
otro lado nosotros los mayores no sabemos cómo actuar, qué decir, ni cómo
aconsejarles y nos quedamos atónitos viendo como ellos se deslizan cuesta abajo
en el camino de la autodestrucción.
Padres
e hijos, lamentablemente vivimos engañados, pensando que lo malo siempre le
sucede a los demás, hasta que un día, los demás, somos tú y yo.
Sería
terrible que un hijo a punto de morir por las drogas o por un estúpido
accidente, dijera:
–Mamá,
papá, ¿Por qué nunca me avisaron, ni se ocuparon de enseñarme a vivir
correctamente? traten de que a mis hermanos no les pase lo mismo.
Y
tú joven, sal del círculo que destruye tu vida día a día. Si no puedes, pídele ayuda
a Dios, sólo aferrándote a Él serás capaz de, poco a poco, ir rompiendo ese
círculo de destrucción y muerte.
Una
historia cuenta que un niño de ocho años robó un libro en la escuela. Al llegar
a su casa y contárselo a su madre, ella no le dio importancia. Con el tiempo el
niño se convirtió en un ladrón profesional, hasta que un día para robar, tuvo
que matar a su víctima.
Esto
le costó la cárcel y el castigo fue la pena de muerte. El día de la ejecución
como última voluntad pidió besar a su madre.
Cuando
llegó el momento, ella se acercó y él le mordió la cara y le dijo: –Si tan sólo
me hubieras reprendido el día en que robé aquél libro, ahora yo no estaría
aquí.
Todos
necesitamos límites, especialmente cuando somos niños. Los límites no sirven
para reprimir al niño, sino para darle seguridad, enseñarle valores, respeto y
sobre todo para demostrarles nuestro amor.
«Dios
nos ama tanto que desde el primer día nos pone los límites necesarios para que
no nos destruyamos. Porque no nos engañemos, quien no nos pone límites, no nos
ama».
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