ESPIRITUALIDAD DE LA CUARESMA: Francesc
Ramis Darder
Cuando
las mujeres entraron en el sepulcro vieron a un joven vestido de blanco que les
dijo: “Buscáis a Jesús de Nazaret, el crucificado: ha resucitado, no está aquí”
(Mc 16,6).
La
resurrección del Señor es el hecho capital de la fe; como decía el apóstol
Pablo, si Cristo no ha resucitado, nuestra fe es ilusoria (1Cor 15,17). La
centralidad de la resurrección provoca que la Cuaresma sea tiempo de disponer
la vida para celebrar con profundidad la Pascua.
Los
cuarenta días de la Cuaresma evocan los cuarenta años en que Israel peregrinó
por el desierto hacia la tierra prometida o los cuarenta días que Jesús pasó en
el desierto antes de iniciar la predicación del Reino de Dios (Nm 14,34; Mt
4,1-11); desde este ángulo, la Cuaresma es tiempo de preparación para el suceso
que transforma la vida: el encuentro personal con el Resucitado.
La
preparación para el acontecimiento esencial requiere esfuerzo, y este esfuerzo
se llama camino de conversión. Como hizo María Magdalena, convertirse significa
volver la mirada hacia Jesús para descubrirle como el maestro amado que nos
acompaña (Jn 20,16). La Escritura ofrece tres consejos para volver la vista
hacia Jesús: la oración, la caridad y el ayuno (Mt 6,1-18).
A
menudo pensamos que lo más importante es lo que nosotros hacemos, pero la
oración desvela que lo más importante es lo que Dios hace por nosotros; orar es
experimentar que el Señor nos ha amado antes de que le conociéramos. ¡Dios nos
ha amado primero! (1Jo 4,10).
La
caridad no se agota en la limosna ocasional. Implica ver en el corazón del
prójimo el latido del Señor. Así lo enseña Jesús: “Venid a mí [...], porque
tenía hambre, y me distéis de comer; tenía sed, y me distéis de beber (Mt
25,35-36). El ayuno es un signo para recordar que estamos en tiempo de
conversión, pero, como proclama Isaías, también sacude nuestra vida; “el ayuno
que yo quiero, dice el Señor, es este: libera a los que están presos, comparte
tu pan con el hambriento, acoge en tu casa a los pobres” (Is 58,5-7).
A
veces creemos que la vida cristiana se vive solo con las fuerzas humanas,
cuando es el mismo Dios quien nos introduce por el camino de la conversión; de
ahí la importancia del sacramento de la Reconciliación, tan oportuno en la
Cuaresma. Cuando lo celebramos recibimos el perdón de Dios, pero también la
gracia, la presencia de Dios en nuestra vida que nos hace testigos del amor por
los senderos de la vida hasta el día bienaventurado en que irrumpa la Pascua
eterna.
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