Evangelio del día: Jn 20, 19-31.
Reflexión: Hoy es la Fiesta de la
Misericordia, y estas son palabras de Jesús a Santa Faustina: “En ese día (hoy)
estarán abiertas todas las Fuentes de mi Misericordia. Deseo que esta
Festividad sea un refugio para todas las almas, pero sobre todo para los
pecadores”. “Hija Mía, di que esta
Fiesta ha brotado de las entrañas de Mi misericordia para el consuelo del mundo
entero”. Por eso hoy debemos aprovecharlo para invocar sobre nosotros y sobre
el mundo entero la Misericordia de Dios que tanta falta nos hace. Seamos
misericordiosos también con nuestros prójimos ya que Jesús dedica una
bienaventuranza a los misericordiosos: “Bienaventurados los misericordiosos,
porque obtendrán misericordia”. Cuanta más miseria tengamos en nuestra vida y
nuestro pasado, tanto más podrá actuar la Misericordia de Dios en nosotros y
colmarnos de gracias. En este día de la misericordia, las palabras de Jesús nos
hablan de perdón. Ese perdón que viene de Dios, porque él se apiada de toda
nuestra miseria y nuestra bajeza y quiere, en su Espíritu, darnos vida nueva.
Él se apiada incluso de nuestra incredulidad, como lo hizo con Tomás. Con ese
perdón nace la paz que afianza la comunidad. El miedo que los discípulos tenían
a los judíos estaba justificado. Habían matado a su Señor y temían correr su
misma suerte. El dolor por haberlo visto morir injustamente se une a la duda de
no saber que hacer, ni para donde ir, ni qué creer. En esas circunstancias se
aparece nuevamente el Señor. Tomás, que no estaba presente en la 1ª aparición
duda intensamente. Afirma que para creer necesita ver. Y así sucede. Una vez
que vio al Señor manifestó su fe. Aunque la grandeza está en creer sin haber
visto. Por eso es grande nuestra fe, aunque en ocasiones sea limitada y algo débil.
Nosotros creemos en sus palabras y no la hemos escuchado, creemos en Él y no lo
hemos visto. Esa es la grandeza: Creer sin ver. Será San Agustín el que,
precisamente, defina la fe como el acto de creer sin ver para luego ver lo que
se creyó. Oremos para que Dios aumente y fortalezca nuestra fe. Pidamos a la
Santísima Virgen, Madre de la Misericordia, que tengamos entrañas de compasión
para con los hermanos y jamás los juzguemos y siempre los ayudemos. Jesús,
María, os amo, salvad las almas.
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