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REFLEXIONES LITURGICAS



Se escuchó la voz del Padre: P. Aldo Ranieri
El acontecimiento narrado es tan escalofriante que el autor, antes de empezar la narración, advierte al lector que se trata de una prueba: el niño no morirá. El resultado es que el autor del relato y el lector saben una cosa que Abraham no sabe: que es una prueba. No es indiferente, ya que nace el interés del lector: ¿Qué hará el patriarca? Podría salvar al hijo, abandonando su compromiso con Dios; o podría obedecer y después odiar a Dios para siempre; podría llevar a término el mandamiento, para después suicidarse sobre el cadáver del hijo; o también podría dar fe a Dios sabiendo que si le dio un hijo en la ancianidad, sería capaz de darle otro más. Sí, pero el nuevo hijo no sería jamás Isaac, su único, a quien había esperado con un amor sin límite y que ahora amaba más que a sí mismo. Abraham ya no hubiera podido vivir sin Isaac, e hizo entonces lo más simple y lo más difícil, entregó a su hijo a Dios. Es el texto de Romanos: “Él que... a su Hijo lo entregó por todos nosotros” (Rom 8, 31-32). El pasaje del evangelio va en esta dirección, sigue, en Efecto, al primer anuncio de Jesús sobre su muerte: “Comenzó a enseñarles que el Hijo del hombre debía sufrir mucho... ser condenado a muerte” (Mc 8, 31). Pedro lo reprende. Mateo nos relata las palabras de Pedro: “¡De ningún modo te sucederá eso!”, como decir: “¡Dios no está de acuerdo contigo!” (Mt 16, 22). Pero desde la nube llegó la respuesta a Pedro: “Es mi hijo amado, ¡Escúchenlo!”. Dice Marcos que estaban “asustados”. Era claro que el Padre pensaba como Jesús. Era Pedro que estaba totalmente equivocado, y con él, los otros dos, ya que compartían la misma idea. Ahora debían creer y no les era tan fácil. Bajaron del monte callados y meditabundos.

El mensaje de la liturgia: La gloria es el final del camino: El cansancio, el desaliento, la tentación de “bajar los brazos” nos acompañan siempre. Ser cristianos “en serio” no es fácil. A cada momento necesitamos “oxígeno”; consuelo, ánimo, fortaleza, esperanza para seguir luchando. Salvando la distancia, a los discípulos les pasó algo similar. Por eso, Cristo se “transforma”: Muestra un poquito de la gloria que espera a sus seguidores. Pedro queda impactado: Maestro, ¡Qué bien estamos aquí! (Mc 9, 2-10). El episodio de la transfiguración busca adelantarnos, de alguna manera, la gloria de la resurrección de modo que vivamos “la cruz de cada día” con esperanza. Una esperanza que se alimenta de cuanto Jesús “hizo y dijo”. Por eso el Padre insiste otra vez: Este es mi hijo muy querido, escúchenlo.




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