Jesús, el paralítico y
la fe de sus amigos: P. Aldo Ranieri
Durísima la diatriba entre Dios y su pueblo. El Señor les dice que eran
unos amargos, porque acudían al templo no por agradecimiento hacia él, sino por
obligación. Su pasado de liberación de la esclavitud, de comunión en el
desierto con el Señor no les decía más nada. Se le había ido el entusiasmo del
noviazgo con su Dios, y ahora eran libres y se sentían seguros más por su
sagacidad diplomática que por la confianza en Dios. Como un rayo, les cayó
encima la desgracia. Babilonia, capital de un imperio sin escrúpulos, había
hecho de Jerusalén y del templo un montón de ruinas (540 aC.). Le echaron la
culpa a Dios, porque no los había defendido, como había hecho contra el faraón.
Los enfrentó el profeta Isaías y les echó en cara su indiferencia: habían
llegado a pensar que Dios estaba a su disposición: “me has convertido en
siervo”. Dios es misericordioso, pero las reglas las pone él. El evangelio nos
habla de un paralítico absolutamente inmovilizado en su camilla. Si tomamos la
perspectiva de la primera lectura, ¿tendrá algo que ver esta parálisis con el
pecado de la indiferencia? Como en Juan, la parálisis es signo del pecado
devenido ya como modo de vida y que domina totalmente al ser humano (Jn 5, 14).
El paralítico no está en grado ni siquiera de pedir perdón, pero Jesús lo sana
por amor a los cuatro desconocidos que se apiadaron de él. Otra vez la
intercesión desinteresada causa el milagro, cosa que en nuestras comunidades
cristianas pasa muchas veces. Pero, había gente más preocupada de las reglas
divinas, “el sábado”, que de la miseria del ser humano (2, 27). No entendían
que el sábado, en el libro de Génesis, es el día de la presencia santificadora
del Señor en medio de su creación (Gn 2, 3) y Jesús era ahora esa presencia (Jn
5, 17).
El mensaje de la liturgia: El gran
“perdonador”: En “otros tiempos” la palabra pecado hacía temblar a los
creyentes… Hoy, muchísima gente se siente “liberada” de aquella idea “del
pasado” (Mejor no pensar cómo anda la sociedad y el mundo a causa de esta
“liberación”). Sin embargo la realidad del pecado – hacer el mal y dejar de
hacer el bien-, es inseparable de la experiencia humana. Cuantos tienen
conciencia de esta REALIDAD; a quienes duele –e incluso, atormenta- la
conciencia de haberle fallado a Dios y al prójimo, el Padre Misericordioso les
dice: Es verdad, me has abrumado con tus pecados, me has cansado con tus
iniquidades. Pero Soy Yo, Solo Yo, el que borro tus crímenes y ya no me
acordaré de tus pecados. Para esto el Padre envió a Jesús: No para los sanos
sino para los enfermos y no para los justos sino para los pecadores. Jesús –el gran
“perdonador”- sigue exclamando: Padre perdónalos porque no saben lo que hacen
(Lc 23, 34). Jesús no permitas que me paralicen mis pecados. Dame el impulso de
tu gracia para que corra decidido a buscar TU RECONCILIACIÓN.
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