Dar a Dios lo que es de
Dios: P. Víctor M. Fernández, ssp.
En tiempos de Jesús,
toda la Palestina era una provincia del Imperio Romano, que explotaba sin
piedad a la población. La rabia, fruto de la miseria, había ganado muchos
estratos sociales, caídos en una pobreza ex trema. En Galilea reinaba Herodes
Antipa, un político zorro, hijo del Herodes de la matanza de los niños en
Belén. La Judea, gobernada en tiempos de la predicación de Jesús, directamente
por los ro manos, era una caldera en ebullición. Abundaban grupos
revolucionarios con ideologías extremistas, políticas y económicas, pero las
más violentas eran de orden religioso: los paganos hacían impura con su
presencia la “tierra prometida”, don de Dios a su pueblo Israel y,
especialmente, el Templo. Con esto justificaban todo tipo de atentados, y
pregonaban no pagar un impuesto, arbitrario y extremadamente odioso, que era el
signo más claro del ser esclavos del Imperio. Herodes aconsejaba pagarlo,
preocupado por su trono y su riqueza. Los Herodianos, un grupo de funcionarios
de Herodes, resolvían el trámite mediando en la recaudación del impuesto: ellos
lo recibían, así la gente no le pagaba a los romanos, y después se lo devolvían
a los mismos, trámite Herodes. Con esta artimaña, algo les quedaba a todos.
Jesús aparecía como profeta de la no violencia, del amor a los enemigos. El
punto es investigar qué implica la frase “dar a Dios lo que es de Dios”. ¿Qué
es “lo de Dios”? Muchas muertes eran diariamente el fruto de la resistencia
armada contra el Imperio. ¿No insinuará Jesús que buscar el Reino de Dios, como
él enseñaba, causará, con más tiempo, pero sin muertes, el colapso de todos los
imperios del mundo? El ejemplo de Gandhi corrobora maravillosamente los dichos
de Jesús.
Mensaje de la liturgia: Solo Dios es Dios: ¡Cuantos poderosos de este mundo se han creído
como Dios! ¡Cuántos gobernantes creen poder gobernar prescindiendo de Dios y de
la honestidad, “borrachos” de autosuficiencia! Yo soy el Señor, y no hay otro,
afirma enfáticamente Dios (Is 45, 1.4-6). El mensaje está dirigido a todos
nosotros. Todos tenemos nuestros “ídolos” con lo que sustituimos, muchas veces,
a Dios y no estamos libres para servir a nuestros hermanos. Sin embargo, la
enseñanza de Jesús “golpea” más fuerte a quienes detentan el poder político,
económico y social: den a Dios lo que esa de Dios. La política no puede
funcionar como si dios no existiera, como si la religión –la Iglesia- no
tuviera nada que decir cuando se trata de humanizar o deshumanizar al hombre.
Den al Cesar lo que es del Cesar… (Mt. 22, 15-16) Jesús no rechaza el poder político: Reclama que
ocupe “su lugar”, y no se crea eximido de someterse al orden moral. A Dios
pertenece la absoluta primacía: Yo soy el Señor y no hay otro, no hayningún
Dios fuera de mí.
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