El camino de la perfección. P. Víctor M. Fernández
Prosiguiendo con el
discurso del domingo pasado, que nos invitaba a responder al Señor con un
estilo de vida que brote de un corazón transformado, la liturgia de hoy nos
presenta las mayores exigencias del evangelio, que tienen que ver con nuestra
relación con los hermanos. De hecho, después de presentarnos estas exigencias,
Jesús pide que seamos perfectos “como es perfecto el Padre celestial” (cf. v.
48). Así nos indica que estas exigencias marcan un camino de perfección, son un
ideal que nunca alcanzamos del todo, como no podemos alcanzar la perfección del
Padre, aunque intentemos imitarla lejanamente en nuestras acciones. Jesús
quiere completar el “ojo por ojo, diente por diente” que enseñaba el Antiguo
Testamento (Éx 21, 24), porque en realidad con esa expresión se había querido
limitar la costumbre de vengarse con creces, que existía en el mundo antiguo.
Es decir, se le pedía a alguien a quien se le había quitado un ojo, que no
reaccionara asesinando a la esposa y a los hijos del que lo había agredido. Lo
que hace Jesús es profundizar ese paso que había dado el Antiguo Testamento y
pide que ni siquiera se acuda a la venganza, que ni siquiera se acuda a la
violencia para cobrarse el ojo perdido, sino que seamos capaces de reaccionar
ante el mal con una respuesta generosa; no sólo nos pide que no entremos en la
misma dinámica del que actúa con odio, sino que mostremos el comportamiento
opuesto, que ofrezcamos al mundo el testimonio de otra manera de actuar. Pero
eso no significa que no se pongan límites a los que actúan mal, ya que en el
mismo evangelio de Mateo aparece la posibilidad de sancionar con dureza cuando
es necesario (Mt 18, 15-17). Finalmente, este texto presenta el ideal del amor
a los enemigos, como imitación perfecta de la forma de actuar de Dios, que
llena de bienes también a los que lo rechazan.
El mensaje de la liturgia: ¿Ojo por ojo y diente por diente?: “El
que me la hace, la paga”. ¿Escuchó alguna vez esta expresión? ¿Es lo que siente
usted cuando alguno lo ofende, lo perjudica? Esta manera de pensar y de vivir
nos envenena por dentro, destruye nuestra paz y la de quienes nos rodean. El
resentimiento, el rencor, el odio al que más perjudica es a quién lo siente; el
otro sigue en “la suya”. Jesús quiere salvarnos de esta destrucción que nos
fabricamos. Nos invita a liberarnos por medio del perdón y la misericordia
hacia aquellos que nos han defraudado, ofendido, perjudicado. En la lógica de
Jesús el mal se vence con el bien. Devolver mal por mal sólo consigue
multiplicar el mal (Gandhi). ¡Es difícil! Claro que es difícil. ¿Pero hay algo
fácil en el Evangelio? Los seguidores de Cristo debemos aspirar a ser perfectos
como es perfecto el Padre que está en los cielos. Dios conoce nuestra poca
fuerza. Su gracia, la fuerza del Espíritu Santo sostiene nuestra fragilidad
para que alcancemos la paz.
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