MADUREZ
AFECTIVA
¿En
qué consiste la madurez afectiva? Dos palabras pueden definir esta
madurez: primero, la posesión de sí mismo y, segundo, la entrega de
sí mismo.
1.
La posesión de sí mismo
Podríamos
hablar también de equilibrio emotivo que es la capacidad de dominar
los propios impulsos, tendencias y tensiones. Es imposible la entrega
de sí mismo, si antes uno no se posee, si no se domina, si no tiene
autodominio. A través de mi autodominio voy a ser portador de vida y
amor para mi cónyuge, mis hijos, mis hermanos de grupo, mis amigos.
Nuestra
madurez ha de avivar la vida que encontramos en nuestro hogar y a
nuestro alrededor.
En
lugar de desplomar, de destruir, de matar por mi superficialidad, mi
comentario extemporáneo, mi desahogo, mi falta de autodominio,
regalo justamente un poquito más de vida. Un amor que no conduzca a
la vida, no es amor. El egoísmo es portador de muerte, el amor es
portador de vida.
Posesión
de sí mismo, significa poseer un mundo interior rico, cultivado, que
incluye un buen grado de intimidad personal, de privacidad. Hay gente
muy rica interiormente, pero que no se posee, porque está siempre
conversando, está hablando permanentemente.
Y
el que habla mete la pata; el que habla poco, mete menos; y el que no
habla no la mete, de ordinario.
La
persona que tiene necesidad de contarle a cualquiera todo lo que
vive, no tiene intimidad, no tiene posesión de sí. Porque poseerse
significa también momentos de silencio, momentos de recogimiento,
momentos de oración, así vamos asimilando lo que Dios siembra en
nosotros.
Aquí
podemos ver el sentido del secreto. Nadie va a confiar en nosotros,
si no hay sentido del secreto.
¿Qué
es el secreto? Posesión de sí. No estar con unas ganas locas de
contarle al primero que aparece.
¡Qué
importante es autoeducarse en ese aspecto!
Aunque
sea decirse: me muero de ganas de contarle a mi marido tal cosa, pero
no, voy a esperar una hora y después recién se lo cuento.
O
escuchamos un chisme. Sea verdad o sea mentira, si yo lo sigo
contando, lo único que hago es sembrar muerte, no vida. Mato la fama
de mi hermano, pongo en duda tal cosa de él. Así es que de mi
parte, se acabó el chisme. En el guardar secretos tienen un camino
bien concreto de posesión de sí mismo. Hay que ver cómo la gente
se abre cuando encuentra una persona capaz de escuchar y quedarse
callada después.
Otro
pequeño ejercicio, junto con el mantener el secreto, es no
desahogarse por cualquier cosa y en cualquier momento y ante
cualquier persona.
Mejor
es postergar esos desahogos: mañana voy a hablar de eso con mi
cónyuge, o la próxima semana. Así uno se convierte en una persona
que no se ahoga, y por eso no necesita desahogarse.
2.
La entrega de sí mismo
La
posesión de sí puede acabar en egoísmo. Por eso el segundo aspecto
de la madurez afectiva: la entrega de sí. Una vez que yo me estoy
poseyendo a mí mismo, me voy entregando, me voy brindando. La
entrega de sí es una capacidad, la de salir de un yo receptivo y
egoísta, para ser fecundo en un tú y en un nosotros. Darme,
entregarme, es una tarea que se aplica en todos los ámbitos de
nuestra vida: en el trabajo, en la familia y el matrimonio, en la
sociedad, en la parroquia, en la relación con Dios. En todos los
ámbitos estoy siempre poseyéndome y entregándome, siempre en ese
juego. Y lo hermoso de todo eso es que cuanto más me doy, más
recibo: más alegría, más seguridad, más amor, más sabiduría,
más felicidad. Decíamos que el amor posesivo es como un barril sin
fondo. Este amor, el amor oblativo, se enriquece sin medida. Y cuanto
más se da, tanto más se posee a sí mismo.
Preguntas
para la reflexión
1.
¿Comento lo que escucho sin antes verificar la verdad?
2.¿Espero
unas horas… antes de contar algo
3.
¿Escucho a los demás o los “aturdo” con mi conversación?
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