REFLEXIONE
POR FAVOR:
Nuestro
gran problema con respecto a las cruces es la entrega sin reservas.
Creo que cada uno de nosotros tiene algo de lo que diría: “¡Virgen
Santísima, te entrego todo, …todo menos esto!”
Pensemos:
¿cuáles son las dificultades y penas que no queremos que Dios nos
mande? Pueden ser por ejemplo: enfermedad de los hijos, deshonor,
infelicidad conyugal, fracaso profesional, pérdida de un ser
querido.
Es el
miedo frente a estas cosas el que nos quita la libertad y la entrega,
o por lo menos la hace vacilante. Tenemos que vencer ese miedo,
porque es una fuerza que paraliza, que paraliza nuestra entrega de
hijos, y como consecuencia de ello, nuestra creatividad de padres. El
Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, fue un
hombre que no sólo fue capaz de decir sí, a pesar del miedo, sino
que en él fue tan grande el cobijamiento en el corazón de Dios y de
la Virgen, que perdió el miedo.
El
Padre Kentenich recibió esta gracia. Y las gracias del Fundador son
transmitidas a los hijos. Esta gracia de vencer el miedo se la
transmitió de manera ejemplar por ejemplo a la Hermana María Emilie
Engel.
Ella
no era una persona que tenía un miedo normal, sino que era una
persona sicológicamente enferma de miedo, enferma de angustia desde
niña. Y el Padre Kentenich la sanó, fue capaz de transmitirle su
confianza filial.
Él
también puede ayudarnos a nosotros a vencer nuestro miedo y nuestros
temores.
Una
entrega sin miedo y sin reservas sería entonces, decirle a Dios:
puedes hacer conmigo todo lo que quieras, pero especialmente esto o
aquello ante lo cual mi naturaleza se estremece. Esto es amor a la
cruz en el pleno sentido de la palabra.
Nuestra
actitud filial
No
seremos capaces de asumir y vivir este espíritu, si no estamos
convencidos de que Dios es nuestro Padre, de que Él me ama con un
amor eterno y que ha trazado mi plan de vida como un plan de amor.
En
todo momento, también en las situaciones más difíciles y
dolorosas, me siento como un hijo predilecto de Dios. Sin un amor
filial profundo, sin una filialidad sencilla y confiada, es imposible
vivir la entrega perfecta, sin miedo ni reservas. Porque sólo un
hijo se sabe amado, seguro, cobijado. Se sabe inscripto en el corazón
de Dios Padre. Para un hijo, sufrimiento y cruz se convierten así en
sus mejores pañales, en la alegría y riqueza de su caminar hacia la
casa del Padre.
¿Cuál
debería ser el fruto supremo de nuestro esfuerzo por transformarnos
en hombres nuevos, en hombres maduros e integrados? El gran fruto
debería ser: crecer decisivamente en mi ser hijo, conquistar una
filialidad heroica ante Dios Padre. Es una filialidad que me hace
reconocer con humildad heroica mis miserias. Es una filialidad que
con confianza heroica me lanza a los brazos amorosos del Padre. Y es
una filialidad que con heroísmo lleva a entregarme al Dios de mi
vida, al Padre de las misericordias, para siempre.
En la
opinión del Padre Kentenich, la filialidad es el único camino que
en medio del caos de nuestro tiempo, nos da una misteriosa lucidez y
una seguridad instintiva. Es también el gran remedio que logra sanar
la enfermedad del hombre de hoy: la nerviosidad con todas sus
derivaciones. Porque nerviosidad es la pérdida del equilibrio del
alma. El alma ha perdido su brújula, está a la deriva, no está
orientada hacia Dios, ni cobijada en Él. Y la única solución para
este hombre enfermo de hoy, es llevarlo de vuelta a Dios y arraigarlo
en su corazón de Padre.
Preguntas
para la reflexión
1. ¿Me
es fácil aceptar la voluntad del Padre Dios en las cruces y
adversidades?
2.
¿Qué siento hoy ante la frase? : ¡Dios haz conmigo lo que quieras!
3.
¿Soy una persona nerviosa, que se angustia fácilmente?
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