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Liturgia


La paz anhelada: Pbro. Víctor M. Fernández 01 /01/2009


En el día mundial de la paz, el evangelio presenta una escena que nos habla de la paz. En la noche de Belén, se respira el anhelo de un mundo en armonía: el niño pequeño en el pesebre; su madre, serena, meditando todo en su corazón; los pobres y humildes pastores admirando la escena. Parece un mundo donde la violencia y el odio no pueden tener lugar, es como un ideal del mundo soñado y anunciado por los profetas. Pero, en verdad, refleja también el sueño profundo de toda la humanidad, cansada de contrariedades, guerras, oposiciones, competencia, mentira e injusticia. Allí, en el pesebre, se hace real lo que Dios vio cuando creó al ser humano: que era " muy bueno" (Gn 1, 2 1). Allí, en una pequeña familia resguardada en una pobre cueva, se hacía realidad la humanidad que soñó el Padre Dios, un mundo en paz. Sería bueno también que pudiéramos detenernos un instante, que pudiéramos liberarnos por un momento de la fiebre de las distracciones, de la velocidad de nuestros pensamientos, del aturdimiento de nuestros proyectos, para detenernos a contemplar ese momento como si estuviéramos allí. Dejemos que la contemplación de esta escena pacifique nuestro interior y le devuelva a nuestro ser la serenidad perdida. Este día también se celebra a María como Madre de Dios, porque el niño que nació de su seno es Dios igual que el Padre.
En el año 431, más de doscientos obispos reunidos en Efeso proclamaron a María como Madre de Dios, ante la fuerte presión del pueblo que exigía esa definición.
Comentario: La palabra "corazón" en la Biblia designa lo más íntimo del ser. Hay modos superficiales de relacionarse con Dios, donde no se llega a poner en juego lo más íntimo, y la religión es sólo un barniz que rodea la vida. María entabló su relación con Dios con el corazón, con la actitud de recepción y contemplación. Que en el año que se inicia, en medio de las actividades y las exigencias, podamos tener cada día un momento para mirar nuestro corazón y allí encontrarnos con Dios. La carta contrapone la condición de los esclavos a la de los hijos. Dios nos regala esta condición, y con ella, nos da la confianza, cercanía e intimidad de ser su familia. Desde esta condición, podemos invocarlo sencillamente: "¡Abbá, papá!". (Gál 4, 4-7). Así empezamos el año y así lo transitaremos: en el nombre de Dios. Invoquémoslo en cada nuevo día y ante cada nueva acción. Comencemos el año bendiciendo y deseando lo mejor a nuestros hermanos: que Dios se les manifieste con su paz. (Núm 6, 22-2)




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