Una edad de oro en Palestina
Mientras Mesopotamia y Siria del norte se veían
afectadas por movimientos de poblaciones que venían de regiones de más al
norte, Palestina en cambio, en donde los amorreos se habían ya integrado al
viejo fondo de población local, conoció una era de gran prosperidad. Después de
un eclipse de dos a tres siglos, las ciudades fueron reconstruidas, y se
levantaron nuevas fortificaciones. Desde la antigua Ugarit en Siria hasta el
sur de Palestina central se desarrolló entonces una notable civilización de la
cual dan testimonio la calidad excepcional de su cerámica y los progresos de la
metalurgia del bronce. Se trabaja el oro y la piedra con una gran habilidad,
pero tanto en eso como en la ebanistería se hace evidente la influencia de los
modelos egipcios.
Los Hicsos
Según toda probabilidad esta región en pleno
desarrollo fue el lugar del que salieron los Hicsos, unos jefes militares que
se abalanzaron sobre Egipto durante el siglo 18 a .C., fundando allí
dinastías extranjeras en el delta y en el curso medio del Nilo. En los textos
egipcios el vocabulario empleado para referirse a esos invasores era el que se
utilizaba desde hacía siglos para designar a los habitantes de Siria y
Palestina. Pero el nombre que llegó hasta nosotros es el de Hicsos. Nos ha sido
legado por Manetón, un sacerdote del santuario de Heliópolis, que escribió las
Crónicas de los Faraones alrededor del año 300.
Durante los dos siglos en que los Hicsos se
sentaron en el trono del Bajo Egipto, los movimientos de los nómadas de
Palestina hacia el delta del Nilo se vieron probablemente facilitados: “los
habitantes de las arenas”, la “gente del Retenu”, para usar las expresiones
egipcias, aparecían como menos sospechosos a una administración faraónica al servicio
de extranjeros. La migración de Abrahán a Egipto y la promoción de José en el
país del Nilo guardan de alguna manera el recuerdo de esos acontecimientos. En
esos relatos populares, leídos y releídos a lo largo de los siglos, en
contextos culturales a veces muy distintos, la Biblia nos transmite un eco
de la situación de los nómadas del Cercano Oriente durante el segundo milenio,
y es allí donde tiene sus orígenes el Pueblo que Dios llamó a la Alianza.
Una relectura
Sólo en el curso del primer milenio a.C. fueron
puestas por escrito las tradiciones relativas a los Patriarcas. Pero para ese
entonces la experiencia espiritual de Israel había ya progresado: el tiempo en
el desierto, las hostilidades con Canaán, los comienzos de la monarquía fueron
otros tantos lugares donde Dios hablaba por sus Profetas. La mirada, pues, que
se dio a los patriarcas, su historia y su vocación, durante este período real,
estuvo profundamente influenciada por ese enriquecimiento espiritual. Es lo que
se llama el fenómeno de “relectura”.
La promesa que juró a nuestros Padres
En esos relatos aparecen los Patriarcas en primer
lugar como hombres llamados por Dios. En efecto, al llamado de Dios Abram deja
su país; por una intervención divina Isaac ve el día, y en un sueño el Eterno
le renueva a Jacob la promesa. Una certeza se advierte a lo largo de todos los
relatos populares del Génesis: Dios eligió a nuestros padres y, en ese llamado,
estaba prefigurado el llamado de todo el Pueblo. Los hizo depositarios y
testigos de una promesa que sobrepasaba el tiempo y que hallaría su
cumplimiento en la
Encarnación del Hijo de Dios.
El pueblo de Israel proyecta sobre los Patriarcas
la experiencia de la protección divina que ha experimentado a lo largo de su
historia: Abrahán, Isaac y Jacob pasarán por muchas pruebas que parecerán
obstaculizar el cumplimiento de la
Promesa , pero en cada oportunidad Dios intervendrá en favor
de sus fieles. Desde entonces se concretará entre Dios y los padres una
relación privilegiada: fidelidad de Dios a su palabra y, de parte de los
Patriarcas, confianza inquebrantable. Israel será invitado a ver en ellos, a lo
largo de su camino, tanto las maravillas de Dios en favor de los que se ha
elegido como el ejemplo de una fe indefectible.
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