Comentario al Evangelio de Marcos: (Marcos 16,15-20.) “El
Señor trabajaba con ellos y confirmaba la Palabra ”
El Señor le dijo a los Once: “Estas señales acompañarán
a los que crean: En mi Nombre, echarán demonios; hablarán un nuevo lenguaje;
tomarán a las serpientes con las manos y, si beben un veneno mortal, no les
hará daño; le impondrán sus manos a los enfermos, y los enfermos recuperarán la
salud”. En la Iglesia
primitiva, todos estos signos que el Señor enumera, no solo los apóstoles, sino
también muchos otros santos los cumplieron al pie de la letra. Los paganos no
habrían abandonado el culto a los ídolos si la predicación evangélica no
hubiera sido confirmada por tantos signos y milagros. De hecho, ¿no eran los
discípulos de Cristo los que predicaban a “un Mesías crucificado, escándalo
para los judíos y locura de los paganos”, según la expresión de san Pablo? (1Co
1,23)... Pero en cuanto a nosotros, ya no necesitamos signos y prodigios: nos
basta leer o escuchar la historia de los que estuvieron allí. Porque nosotros
creemos en el Evangelio, creemos en lo que cuentan las Escrituras. No obstante,
aún se producen señales todos los días; y si realmente queremos prestar
atención, reconoceremos que tal vez éstas tienen más valor que los milagros
materiales de otros tiempos. Cada día los sacerdotes dan el bautismo y hacen
llamadas a la conversión: ¿no es eso cazar a los demonios? Cada día hablan un
lenguaje nuevo cuando explican las santas Escrituras y reemplazan los antiguos
escritos con la novedad del sentido espiritual. Hace huir a las serpientes,
cuando quitan lo que une a los corazones de los pecadores con el vicio, por una
dulce persuasión...; curan a los enfermos cuando reconcilian a Dios con sus
almas inválidas por medio de sus plegarias. Tales eran los signos que el Señor
había prometido para sus santos: tales son los que se realizan aún hoy en día.
Jesús es la luz del mundo, y con sus enseñanzas nos ilumina para que vivamos
una vida acorde a la voluntad de Dios y nos salvemos y ayudemos a salvar a
nuestros hermanos. Por eso debemos leer todos los días por lo menos un capítulo
del Evangelio, ya que en él se encuentra lo que el Espíritu Santo nos enseña para
que no perdamos el rumbo y cada vez más penetremos en el conocimiento de Jesús,
y por lo tanto del Padre. Hoy se leen muchos libros pero se lee poco Evangelio,
es por eso que el mundo va perdiendo el rumbo que lo lleva a la salvación. No
hagamos lo mismo nosotros. El encargo de Jesús se refiere a misiones
peligrosas, y enfrentarse al mal, agarrar serpientes o tomar venenos no son
acciones inofensivas. Con este lenguaje, Jesús quiere enviarnos a hacer
presente el Reino de Dios sin temores, pues él viene con nosotros. Esta es la Buena Noticia para
llevar a todos aquellos que sufren hoy las consecuencias del mal: La presencia
de Jesús, que libera de demonios y serpientes, es el mejor antídoto contra
todos los venenos. Pidamos a la Santísima Virgen la gracia de ser constantes en
la lectura y meditación del Evangelio y que Ella nos lo vaya explicando con su
dulzura materna y su Sabiduría, pues nuestra Madre está llena del Espíritu
Santo que es el Autor del Evangelio y el único que lo explica correctamente a
través de la Iglesia
Católica. Estas palabras de Jesús constituyen un mandato, no
una sugerencia. Es un mandato que compromete hasta el tuértano, compromete a
todo nuestro ser. Son palabras que nos definen. Un cristiano es aquel hombre o
mujer que se constituye en anunciador del Reino. El Evangelio es Buena Noticia, es buena Nueva.
Debemos analizar muy seriamente si lo que nosotros anunciamos constituye una
buena noticia para alguien. El evangelio de Jesús es Buena Noticia, sin duda.
Lo que tal vez no lo sea es lo que nosotros anunciamos. Muchas veces hemos
percibido que tal o cual persona de nuestra comunidad confunde el Evangelio de
Jesús con las ideas que esa persona tienen. Nosotros no anunciamos nuestra fe,
sino la fe de la Iglesia. Ese
es el asunto serio que debemos reflexionar. ¿Cómo se vive a nivel personal y
comunitario, este mandato de Jesús? Más aún vale plantearse esta pregunta en la
fiesta de san Marcos quien, con el resto de los Apóstoles, cumplió hasta la
muerte la misión encomendada por su Maestro. Ir por el mundo significa mantener
viva la fe y los valores que de ella se desprenden, como nos motivó Juan Pablo
II con aquél lema de “remar mar adentro”.
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