Preparar el camino Pbro Aldo
Ranieri (04/12/2011)
Unos quinientos años antes de Jesús, la violencia de los
imperios asirio y babilónico con sus impuestos y guerras habían desahuciado a
todas las naciones del Mediano Oriente antiguo.
Para el pueblo de Dios, diezmado y deportado de su tierra,
fue casi un genocidio. Todo hacía pensar que Dios había abandonado a su pueblo
(Is: 49, 14). Sobre estas ruinas se levanta la voz de un nuevo profeta. Fue el
pregonero de una buena noticia: “Se revelará
la gloria del Señor, y toda creatura a una la verá”. (Is: 40, 5). Inicia
una nueva era para toda la humanidad. No se anuncia la ausencia de guerras para
esta nueva era, sino la presencia efectiva, en ella, de un Dios que consuela y
salva. También el pasaje del Evangelio presenta el pregonero de una buena noticia,
Juan el Bautista. Anuncia que la presencia efectiva de Dios se manifiesta ahora
en “uno que es más fuerte” que él. Por como andaba vestido y se alimentaba, ¿En
que era fuerte Juan? La diferencia de fuerzas la da la oposición: Bautismo de
agua y bautismo del Espíritu, pero no se da el segundo sin el primero, Éste,
entonces, no es opcional, pero sólo el segundo puede llevar a construir un
“cielo nuevo y tierra nueva”. “En el
desierto preparen el camino “del Señor”. En el “desierto”, lugar ambiguo del
noviazgo de Dios con su pueblo (Jer: 2, 2) y de la presencia del “príncipe de
este mundo” (Jn: 12, 3e1), ámbito de la solidaridad fraternal y de lo caótico
de los diferentes genocidios, se juega la voluntad de conversión para acceder a
obrar con el Espíritu para lograr una nueva humanidad.
El mensaje de la liturgia: ¿Somos ¿pecadores?
Frente a la debilidad, la fragilidad, y aún la propia
perversidad del hombre, Dios, nuestro Padre y Redentor, anuncia su perdón:
Consuelen a mi pueblo… anúncienle que su culpa está pagada… Dios no quiere que
nadie perezca, sino que todos se conviertan. Por esto, Juan invita a preparar
el encuentro con Jesús gritándonos que es necesario convertirse y confesar los
pecados. Con la sencilla humildad de quien se reconoce pecador el cristiano,
con alegría, se “zambulle” en los brazos de Dios, y pide con insistencia:
Muéstranos, Señor, tu misericordia, y danos tu salvación.
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