Queridos mios, no crean a todos los que se dicen inspirados, mas bien, pongan a prueba su inspiración, para ver si procede de Dios; porque ha aparecido en el mundo muchos falsos profetas. En esto reconocerán al que Dios inspira todo: Espíritu que confiesa que Jesucristo vino en carme mortal procede de Dios; todo espíritu que no confiesa a Jesús no procede de Dios, sino más bién del anticristo. Oyeron que iba a venir, ahora ya está con nosotros. Hijitos, ustedes son de Dios y han vencido a esos falsos profetas, porque el que está con ustedes es más poderoso que el que está en el mundo. Ellos son del mundo: Por eso hablan de cosas mundanas y el mundo los escucha. Nosotros somos de Dios, y quien conoce a Dios nos escucha. Así distinguimos el Espíritu de la verdad y el espíritu de la mentira. (1 Jn: 4, 1-6). Los falsos maestros, los anticristos (Mentalistas, Metafísicos), hablan el lenguaje del mundo; el cristiano no debe escucharlos. Contra aquellos influidos por las corrientes gnósticas que negaban la humanidad de Cristo y el valor de su sacrificio en la cruz, Juan afirma que Jesús crucificado, y no solamente el Jesús glorioso, es parte esencial del mensaje cristiano.
Miren que amor tan grande nos ha mostrado el Padre: Que nos llamamos Hijos de Dios y realmente lo somos. Por eso el mun-do no nos reconoce, porque no lo reconoce a él. Queridos, ya somos hijos de Dios, pero todavía no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando aparezca, seremos semejantes a él y lo veremos como él es. Todo el que tiene puesta en Jesucristo esta esperanza se purifica, así como él es puro. Quien comete pecado quebranta la Ley: El pecado es la rebeldía a la Ley. Y saben que él se manifestó para quitar los pecados y él no tuvo pecado. Quien permanece con él no peca; quien peca no lo ha visto ni conocido. Hijitos, que nadie los engañe: Quien practica la justicia es justo como lo es él. Quien comete pecado procede del Diablo, porque el diablo es pecador desde el principio; y el Hijo de Dios apareció para destruir las obras del Dia-blo. Nadie que sea hijo de Dios comete pecado, porque permanece en él la semilla de Dios; y no puede pecar, porque ha sido engendrado por Dios. Los hijos de Dios y los del Diablo se reconocen así: quien no practica la justicia ni ama a su hermano no procede de dios. (1Jn: 3, 1-10) El Apostol habla con admiración de la suprema grandeza del cristiano: Desde ahora somos hijos de Dios, somos conforme a la imagen del Hijo (cfr. Rom: 8, 29). Todo ello es don y gracia de su amor. El Padre nos ha "Dado"- como gracia y signo de su bondad- llegar a ser partícipes de la naturaleza divina, revelándonos así la medida sin medida de su amor infinito (1; 2Pe: 1, 4). Esta realidad de los íultimos tiempos está iniciada, pero no del todo completada; es todavía objeto de esperanza la plena manifestación de nuestra semejanza divina (2s; cfr. Rom: 8, 23; Col: 3, 4). Quienes poseen esta esperanza, se va purificando y liberando de la angustia y del pesimismo existencial. viven en la gratitud.
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