HISTORIA DEL HOMBRE QUE VIVE TODAVÍA ESCRITO POR BIBLIOTECA EL ABRIL 2, 2013. POSTEADO EN LECTURAS RECOMENDADAS Por Julia Comba
2ª PARTE
Cuando Dalis Bel parió a
su primer hijo, el 27 de febrero de 1966, en Concepción del Uruguay, no sabía
–no podía saber- que ese niño llamado Claudio iba a convertirse, años después,
en otra ciudad y en otra provincia, en un símbolo de lucha y entrega para tanta
gente. Ni Dalis ni Orlando podían saberlo así que, mientras tanto, tuvieron y
criaron a otros cinco hijos en la tranquilidad del campo entrerriano.
Los Lepratti eran una
familia de campesinos humildes que al principio vivían sólo de la agricultura,
después tuvieron que sumar la avicultura, hasta que llegaron los ’90, la pizza
con champagne y la crisis de su producción. Orlando sobrevivió con changas.
Los seis hijos cursaron la
primaria en una escuela rural de la zona. Cuando Claudió terminó, se mudó a
Herrera, a casa de un tío y padrino suyo para comenzar la secundaria. Al año se
fue, tomó pensión en Concepción y cursó sus estudios en el Colegio “Santa
Teresa”, una escuela religiosa de la Orden Salesiana. Los fines de semana
volvía a su casa.
- Después, en sus últimos
años del secundario, no venía o se iba muy rápido porque había empezado a
participar en algunas actividades con gente de la escuela -recuerda su hermana
Celeste.
En aquel entonces, Claudio
o Chicho -como le llamaban sus amigos- se había maravillado con la obra de Don
Bosco, un sacerdote italiano del siglo XIX, fundador de la Orden Saleciana, que
había dedicado su vida a la educación religiosa de niños y jóvenes marginados.
Con ese norte, Claudio comenzó a participar en actividades en los barrios de la
ciudad; y fue esa misma vocación la que lo llevó a dejar, después de dos años y
varias materias aprobadas, su carrera como alumno libre de Abogacía en la
Universidad del Litoral para ingresar como seminarista en el Instituto Salesiano
“Ceferino Namuncurá” de Funes, Santa Fe.
Chicho se quedó a un lado
del río Paraná. En la otra rivera nacía el Pocho. Y a Claudio eso le gustaba.
-El sobrenombre se lo
pusieron sus compañeros del seminario. Ellos decían que Claudio escribía mucho detrás
de las boletas de los partidos, todo bien chiquito -cuenta Celeste y le pone
agua al mate.
Pero casualmente en este
país vivió otro Pocho un tanto más conocido, uno al que no lo mató un policía
sino los años, que se fue con 78 y no con apenas 36: un tal Juan Domingo. Y
parece que a Pocho el otro Pocho le caía bien.
Su hermana también piensa
que simpatizaba con parte del peronismo y que por algo se presentaba siempre
como Pocho. Lo dice mientras acuna a su bebé de tres meses en el comedor de su
departamento, ese al que su otro hijo, Simón Claudio, se encargó de dibujarle
todas las paredes.
Celeste se parece mucho
–demasiado- a Pocho. Es flaca y frágil, tiene ojos claros y habla con una paz
que es, al menos, sorprendente después de toda el agua que corrió bajo el
puente. Hoy lleva una remera hecha para alguna de las tantas marchas en las que
participó y que dice “Estos y estas somos. Hormigas que vamos haciendo memoria”
y me cuenta que antes –antes de eso- no conocía Rosario.
La hija menor de los
Lepratti no había visto nunca el Monumento a la Bandera, ni el rancho de su
hermano, ni se imaginaba –ella ni su familia- la dimensión del trabajo que
Claudio hacía en los barrios. Tiempo después del asesinato llegó a la ciudad
para sumarse a los reclamos de Justicia y conoció el Monumento, la escuela, una
enorme cantidad de personas que trabajaban junto a él y conoció, también, a
Gustavo.
A las 19.15hs de este
viernes lluvioso el mismo Gustavo Martínez regresa a su casa después de
trabajar como Secretario Adjunto de ATE Rosario. Lleva el pelo al rape, tiene
los ojos achinados y habla lento, parsimonioso, como si buscase cada palabra en
un viejo baúl antes de pronunciarlas. Después, dirá que sus hijos siempre se
duermen cuando él habla. Y es cierto.
Antes de conocer a Celeste
y tener estos dos niños, Gustavo se había cruzado con el otro Lepratti. Fue en
la calle Felipe Moré 929, en la Cocina Centralizada, donde se preparaban las
raciones para los comedores escolares. Martínez trabajaba y militaba allí,
Pocho se incorporó más tarde a hacer lo mismo. Se hicieron amigos enseguida.
Pero eso sucedió después:
antes, mucho antes de ser empleado estatal, durante sus años de seminarista,
Pocho había empezado a darse cuenta de algunas cosas:
-En su carrera religiosa
los seminaristas los llevaban a hacer trabajo barrial en diferentes zonas de
Rosario. Entre otras, en el barrio Ludueña donde Claudio conoce la obra del
Padre Edgardo Montaldo –explica su hermana- Edgardo es un cura que hace más de
cuarenta años que está trabajando en ese barrio. Fue su referente, lo admiraba
mucho –.
Claudio podía ser casto y
pobre, pero no obediente. Quería mudarse a la villa. Los curas le dijeron que
no. Que tenía que terminar sus estudios. Que ya iba a haber tiempo para eso.
Claudio entró en crisis.
Había tomado los votos de
pobreza y castidad sin dificultades, pero no pudo –no quiso- tomar los de
obediencia. Dijo que no siempre iba a poder aceptar todo. Juntó sus cosas y se
fue a vivir a la villa, cerquita de Edgardo, porque como le dijo a su familia:
-Hay cosas que no pueden
esperar. La gente no puede esperar.
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