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HISTORIA DEL HOMBRE QUE VIVE TODAVÍA ESCRITO POR BIBLIOTECA EL ABRIL 2, 2013. POSTEADO EN LECTURAS RECOMENDADAS Por Julia Comba

3ª PARTE
En enero de 2002 las paredes de la ciudad de Rosario comenzaron a amanecer pintadas con una leyenda: Pocho Vive. La gente no entendía. Algunos pensaron en Perón. Las pintadas no llevaban firma. Al poco tiempo se empezó a correr la versión de que ese tal Pocho era un flaco que andaba mucho en bicicleta, que vivía y trabajaba en las villas y que había sido asesinado por la policía del entonces Gobernador Reutemann en diciembre de 2001.
- No sabíamos quién las hacía pero nos empezamos a sumar. Después supimos que gente de otras organizaciones o gente que no se identifica con ninguna, que lo han conocido o no, habían salido a pintar -dice Lucas García, uno de los adolescentes con quien Claudio trabajó en Ludueña y que ahora, junto a muchos otros jóvenes, mantienen abierto el Centro Cultural Casa de Pocho en el mismo rancho donde él vivía.
Hace casi diez años que la policía mató a Lepratti y a otras seis personas aquel 19 en Rosario. Y también hace casi diez años que siguen apareciendo las pintadas y los esténcils del ángel que anda en bicicleta, y varios meses en que se insiste, por las noches y en silencio, con moldes y pintura azul, en cambiarle el nombre a la céntrica calle Julio A. Roca por Pocho Lepratti.
Ese Pocho, el de la calle del centro, un día empezó a ir casa por casa, como una hormiga, a buscar a cada uno de los chicos del barrio para reunirlos. Los juntaba a comer guisos, tortas fritas, iban a pasear al río, hacían algún campamento. La idea prendió y se formaron alrededor de veinte grupos de jóvenes en diferentes zonas humildes de Rosario. DSC01117
-Él era muy despelotado, de no cumplir reglas –recuerda Gustavo mientras su bebé se duerme- pero siempre tenía una actitud fraternal -.
El cura Edgardo recuerda muy bien esa cualidad. En el documental Pochormiga dijo que Claudio era una persona tan dedicada a sus pibes que improvisaba todo y que a él, la verdad, eso le molestaba un poco. Cuando Pocho organizaba un campamento en la isla, él se preocupaba. Le decía que era peligroso, le preguntaba si ya tenían todo lo que necesitaban. Claudio le decía que sí, que ya tenían todo. Que tenía una carpa y necesitaban cinco y que le faltaba algo de comida pero que ya tenían unas patas de pollo.
A la hora del campamento creía fervientemente en la Providencia.
También creyó mucho aquel día en que se entrevistó, junto a algunos chicos de los grupos, con una mujer suiza que venía a decidir si su fundación los ayudaba con los campamentos. Le habían pedido que presentara el proyecto por escrito. El objetivo decía: “Que los pibes hablen entre sí”. Eso era todo. La suiza no entendía demasiado. Ni siquiera con su traductor.
Pocho era un tipo de pocas palabras.
- No se destacaba por hacer intervenciones largas. Algunas eran solamente “y sí, ¿no?”. Pero daba risa y volcaba el 80% de las voluntades hacia un lado – cuenta su compañero de militancia, y cuñado, sobre los tiempos en que Claudio era delegado en la Cocina Centralizada.
Este seminarista no predicaba con discursos. A pesar de ello, y de su perfil bajo, algunos militantes todavía lo recuerdan como aquél tipo que en medio de cientos de partidarios de todo el abanico de la izquierda, pidió turno para hablar y los invitó a un pesebre:
-El clima estaba muy tenso en Rosario porque había tres conflictos grandes. Se hace una convocatoria por el tema social en el barrio Santa Lucía. Eran todas banderas rojas, toda la flora y fauna de la izquierda, con todo lo bueno y todos los vicios y la mierda que tenemos todos –relata Gustavo con ritmo pausado y dice, también, que ese 20 de diciembre, en un momento Pocho se les perdió y que lo vieron al rato allá, adelante de todo, levantando la mano y pidiendo la palabra. No lo podía creer.
-Encima le dan el turno y ahí, con todo el leninismo, el trotskismo y el maoísmo dice: “Vine con mis compañeros de la cocina, les agradezco las invitaciones y yo también los quería invitar… el sábado nosotros hacemos un pesebre con los chicos del barrio ahí en plaza Ludueña, Liniers y Vélez Sarfield. Pueden llevar mate si quieren”.
Los muchachos de la izquierda lo miraron como a un extraterrestre. No había chances de que los estuviese jodiendo. Y como nadie supo qué decir, no se dijo nada. Claudio sabía que a muchos les iba a ganar la curiosidad.
- No tenés idea de los que fue ese pesebre. María y José eran exiliados. José era carpintero, y como se tuvo que ir, era un desocupado. El pesebre pintaba la Argentina de ese momento.
Y la Argentina de ese momento era la que iba a estallar en 2001.
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