¿QUÉ SIGNIFICA AMAR? Francesc Ramis Darder
La lectura rápida del AT
da la impresión de que amar consiste sólo en cumplir los mandamientos (Ex 20,
1-17; Dt 5, 6-21); que, en general, indican el mal a evitar: “No te harás
ídolos… no matarás… no robarás ...” (Dt 5, 6-21). La lectura más atenta revela
que amar no se reduce a evitar el mal sino que impele a practicar el bien tal
como Dios lo hace. Oigamos la voz de Moisés: “Di a la comunidad de los israelitas:
Sed santos, porque yo, el Señor vuestro Dios, soy santo” (Lv 19, 2). Ser santo
como Dios es santo significa actuar en la Historia en la forma en que el Señor
lo hace. Dios, como veremos en el próximo capítulo, libera, acompaña, crea,
perdona y otorga la vida para siempre.
El AT no se limita a
ofrecer máximas sobre el amor sino que aporta modelos vivenciales de la
realidad del amor. Las formas más radicales del amor son la lucha por la
justicia y el ejercicio del perdón.
Durante el siglo VIII aC.
la ciudad de Samaría padecía una injusticia social desorbitada. Mientras los
ricos vivían en palacios adornados con marfil, los pobres morían hacinados en
barracas. El rey aprovechaba la iniquidad, mientras el santuario la mantenía
con su liturgia. Dios eligió al profeta Amós y le envió a Samaría para
denunciar la injusticia y exigir el cumplimiento de los preceptos del Señor.
Más adelante el pueblo
hebreo ideó el “Año Sabático”. Cada siete años los judíos se proponían liberar
a los esclavos, perdonar las deudas y repartir de nuevo las tierras para que
cada familia viviera con dignidad. Para radicalizar los preceptos del “Año
Sabático”, el pueblo concibió el “Año Jubilar” que se celebraba cada cincuenta
profundizando los propósitos del “Año Sabático” (Lv 25).
Las normas de mejora
social propuestas por ambos jubileos no se cumplieron plenamente, pero
recordaron a Israel que la radicalización del amor consiste en luchar para que
brote la justicia para todos. La justicia no se limita a dar a cada uno lo que
corresponde, implica crear las condiciones para que el pueblo entero pueda
desarrollarse en paz y plenitud.
El perdón entrañaba la
radicalidad del amor personal, del que el profeta Oseas es el mejor modelo. El
Señor mandó a Oseas casarse con Gomer, una prostituta; con la que tuvo dos
hijos y una hija. Gomer en lugar de estar agradecida a Oseas por liberarla de
la prostitución, se cansó de su marido y regresó a su antigua profesión. Siendo
mayor, Gomer decide volver con Oseas; no por amor sino porque no tiene donde caerse
muerta: “Voy a volver a mi primer marido, pues entonces me iba mejor que ahora”
(Os 2, 9).
Oseas, según la ley
hebrea, podía rechazar a su esposa, en cambio la perdona, y con inmensa ternura
reemprenden la vida familiar. Las mujeres israelitas llamaban a su marido “amo
mío”, pero cuando Oseas recibe a Gomer le dice: “Me llamarás mi marido mío y no
me llamarás mi amo” (Os 2, 18). Oseas no castiga a su esposa ni le impone
condiciones para residir en el domicilio conyugal, sino que la perdona en
profundidad. La historia de Oseas y Gomer es la metáfora del perdón que Dios
ofrece a la Humanidad.
Los hombres cuando
perdonamos ponemos condiciones al perdón: “Te perdono pero no vuelvas a
hacerlo”. Dios no pone cláusulas al
perdón. Cuando Dios perdona renuncia a querer saber lo que haremos con el
perdón que nos ha concedido; pues, si volvemos a caer otra vez Él nos rescatará con su misericordia.
El AT radicaliza el amor
con la exigencia en el cumplimiento de los mandamientos, la propuesta de la
santidad de vida, la lucha por la justicia y el perdón de las ofensas. ¡Solo el
amor hace las cosas nuevas!
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