María figura personal de
la Iglesia: P. Víctor M. Fernández
Si nos preguntamos por qué María tuvo el
privilegio de ser elevada al cielo en cuerpo y alma, respondemos que el motivo
fundamental es que, por ser la madre de Dios, el Espíritu Santo la llenó de su
gracia de manera que el pecado no tuvo ningún poder sobre ella. Por eso la
corrupción de los cuerpos, que es consecuencia del pecado, no se realizó en el
cuerpo de la madre del Verbo encarnado. Además, decimos que, por la íntima
unión de María con Jesús, lo que sucedió con el cuerpo del Hijo sucede también
con su madre: “No dejarás que tu servidor sufra la corrupción” (Cf. Sal 16,
8-11; Hech 2, 24-31). De hecho, el texto evangélico que hoy leemos destaca esa
unión inseparable entre Jesús y su madre cuando Isabel utiliza el mismo
apelativo para referirse a la madre y para referirse a Jesús: “Bendita tú eres
entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre” (Lc 1, 42). Por esa
misma unión inseparable, cuando Isabel se declara indigna de recibir la visita
del Mesías, sólo dice: “¿Quién soy yo para que la madre de mi Señor venga a
visitarme?” (Lc 1, 43). Pero también podemos preguntarnos de qué manera aparece
expresada en el Evangelio la santidad de María. Y todos nosotros estamos
llamados a reconocer esa felicidad propia de la santidad de María. Ella misma
aparece anunciándolo en el canto que Lucas coloca en sus labios: “Todas las
generaciones me llamarán feliz” (Lc 1, 48). Pero la felicidad perfecta se
alcanza cuando somos plenamente transfigurados en el cielo, y ese es el
privilegio de María, que libre del pecado y de sus consecuencias, viviendo una
santidad sin manchas, fue elevada al cielo en cuerpo y alma. Pero al celebrar
esta solemnidad, no podemos dejar de recordar el texto de Apoc 12, donde esta “Mujer”
aparece como un signo en el cielo, para alimentar la esperanza de sus hijos.
También es ella la que tiene otros hijos, los que “obedecen los mandamientos de
Dios” (Apoc 12, 17). Es cierto que esa figura de la mujer se aplica además a la
Iglesia perseguida (Apoc 12, 6. 14). Pero María es la figura personal donde la
Iglesia ve reflejada y simbolizada su propia maternidad espiritual. Por eso, en
este texto de Apocalipsis no podemos dejar de reconocer a María, elevada al
cielo en cuerpo y alma, plenamente transfigurada, como el gran signo celestial
que ilumina la esperanza del pueblo de Dios. Eso es lo que hoy celebramos con
mucho gozo.
El mensaje de la liturgia: Mi alma canta… (Lc 1,
39-58): María “la primera discípula del Señor”, nos enseña fe, disponibilidad,
entrega, espíritu de servicio… y tantas otras cualidades de un “buen”
discípulo. Nos enseña también a cantar, a estremecerse de gozo, a ser feliz con
la única auténtica felicidad: La que cubre a quien experimenta que el salvador
siempre mira con bondad la pequeñez de sus servidores. Sí, Señor, mi alma canta
tu grandeza y mi espíritu se estremece de gozo por las cosas maravillosas que
haces con todos nosotros.
Comentarios