La
nueva vida del bautismo: Pbro. Aderico Dolzani, ssp.
Juan bautizaba en el desierto, lejos del círculo de la alta sociedad de
aquellos tiempos. Pero, por el contrario, mucha gente de ese estrato social
acostumbraba ir precisamente al desierto para hacerse bautizar. Iban personajes
muy conocidos y empleados de los palacios, militares, comerciantes y pueblo,
mucho pueblo. Juan atraía por su predicación, que iba a contramano de lo que se
escuchaba en el templo y de lo que decían los maestros de la época. Anunciaba
la necesidad de cambiar costumbres y ritos con el fin de prepararse para la
venida del Mesías. Su discurso también molestaba, porque no todos se
comprometían a cambiar debido a que vivían en sistemas domesticados por la
corrupción. Juan reconoció a su primo Jesús, el Mesías, y no quiso bautizarlo,
sino hacerse bautizar por él. Se sentía indigno, pero el Señor le mostró que
era necesario que pasara por un bautismo para pecadores, para hacerse uno de
nosotros. Los que estaban allí tuvieron un momento de revelación: la voz del
Padre que presentó a su Hijo, los cielos abiertos para que se cumpliera la
profecía de Isaías (“Que se abra n los cielos y aparezca el Salvador”), la
paloma como el Espíritu que aleteaba sobre la Creación y que trajo la paz a la
tierra después del diluvio. Nosotros no tenemos muy presentes las profecías
cuando escuchamos el Evangelio, sin
embargo, esta no era la situación de los discípulos de Juan. Estaba claro que
el Mesías estaba allí, pero no como ellos lo esperaban. Nos bautizamos para
comenzar una nueva vida, como la de Jesús, camino que nos conduce al Padre, sin
miedos y con la fuerza que nos da este sacramento. Para Jesús, esa celebración
fue el inicio de su vida pública, la manifestación de su misión a todos los
hombres. Quien vive el bautismo recibido revela su fe en Jesús cotidianamente y
de manera siempre nueva y simple. Se muestra abierto a las necesidades del
prójimo, no tiene dificultad para ponerse en camino de mejorar interiormente
porque se mira en el espejo de Dios y no se compara con nadie. El cristiano que
sigue a Jesús, comienza todos los días una nueva vida, y así manifiesta a Aquél
en quien cree.
El mensaje de la liturgia: Hijos de Dios, hermanos
de Jesús: Solemos enterarnos de que se “bendicen” barcos, escuelas, empresas,
etc. Para eso se organiza un evento de importancia y asisten personalidades, y
no falta “el rito de una bendición” y la fiesta. Juan, en cambio, bautizaba en
el desierto. No ponía nombres ni organizaba fiestas. “Promocionaba” su bautismo
afirmando que es necesario convertirse, cambiar de vida, empezar de nuevo.
Jesús se hace bautizar por Juan como “uno más”, e inicia algo inédito: Su
misión. Dios ungió a Jesús de Nazareth con el Espíritu Santo y lo llenó de
poder, Así él pasó haciendo el bien (Act; 10, 34-38). Somos cristianos porque
fuimos bautizados en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así
comenzamos la nueva vida de hijos de Dios. En cada bautizado se repite
nuevamente el acontecimiento del Jordán: El Padre sigue diciendo: “Este es mi
hijo muy querido”. También sobre nosotros ha descendido el Espíritu Santo:
Primero en el bautismo y luego en la confirmación. Somos hijos de Dios,
hermanos de Jesucristo, miembros de la gran familia de bautizados: La Iglesia.
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