Jesús
ofrece el verdadero sentido de la vida: P. Aderico Dolzani, ssp.
La expresión “Ha llegado la Hora”, con que se
inicia el evangelio de hoy, corresponde a “no ha llegado la Hora” del episodio
de las bodas de Caná (Jn 2, 4). Para nosotros la primera expresión podría ser
el cumplimiento de la frase de Jeremías: “He aquí que vienen días...”, en el
sentido de que hoy el Padre pacta con nosotros una nueva Alianza, que no niega
la primera, sino que la lleva a su plenitud. Jeremías escribió este pasaje unos
600 años antes de Jesús, y su corazón debía de estar exultante. Por un
instante, había dudado de su Dios (Jr 20, 7), cuando vio a Israel, su pueblo,
sumido en una crisis de fe sin precedentes y destruido por imperios ávidos de
poder y plata. ¡Israel y su Dios no se habían entendido nunca! Jeremías, entre
los dos, miraba angustiado a su Dios y aterrado, a su pueblo, cuando, de
repente, escucha la Palabra del Señor. Parece que también Dios aprende de
nosotros, en efecto, confiesa su fracaso: había pensado que con dar una ley
escrita sobre tablas, era suficiente para obtener la obediencia del ser humano,
pero no había sido así y, entonces, cambia el método. Lo dice el pasaje de la
Carta a los hebreos, una comunidad judíoristiana del I siglo: Jesús en el
Getsemaní, cargado del pecado de toda la humanidad, pide al Padre que la
perdone gratuitamente a cambio sólo del amor con que él nos amaba a nosotros y
a su Padre. El Padre lo escucha y crea un corazón nuevo para el ser humano,
capaz de ser templo del Espíritu Santo. Jesús, como garantía de la autenticidad
y profundidad de su amor, ofrece su cuerpo y nos da su vida. Esto aconteció en
el misterio de la relación del Padre con su Hijo; para que nosotros lo
supiéramos, se desplegó la tragedia del Calvario y el asombro de la tumba
vacía.
El mensaje de la liturgia: Por amor al mundo…
¿A quién le gusta sufrir o sacrificarse “porque
sí”? Tampoco lo hizo Jesús. Él no afronta la prueba decisiva como un “héroe de
película”, sino como un hijo obediente, humano como nosotros: por amor al mundo
–para glorificar el Nombre de Dios- se entregó a la muerte. Jesús “obedece”,
“muere, “entrega su vida” y nos invita a seguirlo, a imitar su amor, a
esforzarnos para que nuestra vida “de mucho fruto”. La propuesta no es”
cómoda”, pero es maravillosa. Así lo entendieron tantos seguidores de Cristo
que “perdieron” su vida (= la consumieron haciendo el bien), a través de los
siglos. También hoy infinidad de misioneros, sacerdotes, religiosos/as,
voluntarios/as, profesionales, trabajadores, padres y madres de familias,
dirigentes, autoridades… de manera silenciosa procuran vivir el Evangelio,
seguir e imitar a Jesús, ser “en su puesto de combate” causa de salvación
–material y espiritual- para cuantos los rodean.
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