REFLEXIONE
POR FAVOR
En
el ámbito de la autoridad surgen, muchas veces, conflictos con la
libertad de cada uno. Pensemos no más en la rebeldía de nuestros
hijos adolescentes.
Lo
que pasa es que la autoridad frecuentemente limita la libertad
personal. Y tiene que hacerlo, cuando están en juego intereses
prioritarios.
La
libertad individual no puede existir sin limitaciones, dentro de una
comunidad como la familia, los movimientos, la Iglesia, la sociedad.
Y
entonces es importante la educación de nuestra libertad. Tiene que
ser una libertad condicionada, una libertad subordinada a valores e
intereses superiores.
Somos
un montón de prejuicios. El egoísmo, el miedo, la costumbre, la
sociedad nos hacen preferir de antemano conductas que son más
cómodas, más seguras, más aceptadas. Muchas veces tomamos
decisiones que creemos son opción personal nuestra.
Pero
en realidad nos han sido dictadas e impuestas solapadamente por todo
tipo de influencias que determinan nuestro camino. Para que una
decisión sea realmente personal, tiene que ser totalmente libre. Y
esa libertad de prejuicios y temores sólo puede darla el Espíritu.
Si en nuestra vida personal son difíciles las decisiones, más aún
lo son en la vida social. Ahí se necesita, más que en ninguna otra
ocasión, la visión del Espíritu y la valentía que inspira su
poder.
Una
definición popular del hombre libre dice que es el hombre “que
sabe lo que quiere, quiere lo que sabe, hace lo que quiere y ama lo
que hace”. Por eso, quisiera ver con Uds. un momento, estos grandes
pasos de la educación de la libertad.
1.
Saber lo que quiero. Primero, se trata de aclarar y definir mis
valores muy personales. Es como elaborar mi escala personal de
valores, mis prioridades de vida.
Luego,
se trata también de formular mis metas personales, de saber lo que
quiero en la vida. En esta sociedad masificada, muchas veces mis
metas me son dictadas desde afuera; no vivo mi vida propia y
original. Tengo que hacerme independiente de la opinión ajena,
desprenderme de las presiones sociales, de la moda, de las
influencias de la propaganda y de las mil formas como puedo ser
influido desde afuera.
Tengo
que animarme a concretar objetivos personales, metas a corto y a
largo plazo.
Y,
por supuesto, revisar y evaluar periódicamente mis valores y metas.
2.
Querer lo que sé. El segundo paso, luego de saber lo que realmente
quiero, es llegar a querer lo que sé. Estamos hablando de lo que
quiero realmente, para lo que estoy hecho, no de lo que los caprichos
personales buscan Este paso es decisivo para la cohesión interior de
la personalidad. No sólo se trata de saber, sino de querer. Tengo
que afirmar mis anhelos y metas de vida con mi voluntad y con el
corazón. Esto me permite ser coherente conmigo mismo.
3.
Hacer lo que quiero. El sentido es que haga lo que realmente quiero
hacer y no lo que mi yo primitivo me impulsa a hacer. Muchas veces
usamos el concepto “hacer lo que quiero”, no en el sentido de la
verdadera libertad, sino en el equivocado camino que empuja hacia el
egoísmo o el capricho personal. Pero aquí se trata de discernir y
hacer las cosas en base a valores personales. Se trata de hacer lo
que creo que es lo mejor para mí y para los demás. Y eso me hace
verdaderamente libre.
4.
Amar lo que hago. El hombre libre que sabe lo que quiere, quiere lo
que sabe y hace lo que realmente quiere, esta en condiciones de amar
lo que hace. Cuando no se dan esas condiciones, muchas veces se llega
a odiar o despreciar lo que se hace. Por otra parte es muy humano el
no hacer lo que uno quiere, sino lo que no quiere.
Es
la experiencia de San Pablo: “Yo no hago lo bueno que quiero, sino
lo malo que no quiero” (Rom 7,19).
Somos
seres limitados. Pero, a pesar de ello, tenemos que esforzarnos en
crecer hacia la verdadera libertad.
Preguntas
para la reflexión
1.
¿Me considero una persona libre?
2.
¿Tengo claro mis valores y metas?
- ¿Me gusta mi trabajo, me actualizo en mi profesión?
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