El modo de vida de los
monjes: La
Orden Cartujana es una de las congregaciones religiosas que
ha sabido mantener con mayor fidelidad el espíritu y la práctica de sus
orígenes y, de hecho, a lo largo de su dilatada historia, no ha sufrido ni
dramáticas escisiones internas ni grandes reformas como otros movimientos
monásticos o conventuales. Obviamente la Orden Cartujana
fue experimentando cambios a lo largo del tiempo, algunos importantes, pero
estos nunca fueron radicales, ni llevaron consigo una extraordinaria separación
de las pautas primigenias, sobre todo, de las que se refieren a la vida
cotidiana del monje.
Cualquier monasterio de la Orden , desde primero
instalado en Chartreuse por San Bruno hasta el que recientemente ha sido
fundado en América, se encuentra habitado por una comunidad compuesta por dos
grupos de monjes, los llamados padres y los llamados hermanos conversos o
legos.
Los padres son monjes que
se dedican exclusivamente a la contemplación, al continuo diálogo con Dios, a
la lectura espiritual, al rezo vocal del Oficio Divino y a la ejecución de
algún trabajo manual no productivo. No realizan, pues, una labor predicación o
beneficencia, no mantienen escuelas ni hospitales, no tienen como principal
objetivo la santificación a través del trabajo, sino que, convencidos del bien
que con ello pueden hacer a sus semejantes, se entregan por completo a la
contemplación y adoración de Dios. Su especial particularidad además es que, a
diferencia de otros monjes que oran, leen, trabajan, comen y duermen juntos,
cada uno de los padres cartujos realizan cotidianamente las actividades citadas
de manera individual, en absoluta soledad, silencio y aislamiento, en el ámbito
de la celda, que consistía en una casa con su huerto o jardín. Característico
también es el clima de simplicidad y pobreza en el que se desarrolla la vida
del padre cartujo, que se reflejan en su austero hábito, en las frugales
comidas (son muy frecuentes los ayunos y no comen carne), en el ámbito
arquitectónico o desnuda celda donde habita el monje o incluso, en su propia
liturgia que se peculiariza por su marcada sobriedad y sencillez. Es cierto que
las comunidades cartujanas, con el paso del tiempo llegaron a ser poseedoras de
extensos patrimonios y de espléndidos monasterios, pero esta riqueza jamás
trascendió a la vida cotidiana del cartujo que continuó viviendo dentro de las
mismas pautas de soledad y pobreza como los antiguos anacoretas. Pero, los
cartujos no sólo realizan actividades en soledad. En efecto, siendo consciente
San Bruno de las dificultades que entrañaba perseverar en esta vocación
eremítica, quiso que los monjes pudieran contar con un apoyo humano y
espiritual en el grupo, aspecto en el que se encuentra otra de las
singularidades de la
Cartuja. Dicho con otras palabras, quiso el fundador que
además de las actividades que los monjes efectuaban en aislamiento, también
llevasen a cabo en específicos momentos del día o en determinados días a la
semana prácticas comunitarias, propias de la vida cenobítica. Estas son, por
ejemplo, la celebración cotidiana, en común, en el ámbito de la iglesia, de
distintas partes del Oficio Divino, como los maitines, las vísperas, y de la
misa conventual o, ya en algunos días concretos (por ejemplo domingos y días de
festividad religiosa), la comida en común, las reuniones en la sala capitular y
el paseo. Por su puesto, los monjes cuentan también con la tutela o dirección
de un superior o prior que obviamente en la primera cartuja fue San Bruno.
El segundo grupo que
compone la familia o comunidad cartujana es el de los hermanos o legos. La
presencia de este segundo grupo tuvo su origen en una razón de orden práctico.
San Bruno quiso que su comunidad constituyera una unidad orgánica
independiente, con autonomía económica. Para poder alcanzar este objetivo y
dado que los monjes ermitaños debían dedicarse exclusivamente a la
contemplación, era imprescindible que dentro de la comunidad se integrasen
otros religiosos que se ocupasen de los trabajos productivos y de las
necesarias relaciones con el exterior, fundamentales para la subsistencia de
todo el conjunto. De allí la importancia de los hermanos que son aquellas
personas que sintiendo como los padres una vocación contemplativa (de hecho
realizan prácticas de esta naturaleza) deciden entregar parte de su tiempo al
trabajo que permitía la independencia de la comunidad. Aunque su régimen de
vida es menos severo que el de los padres, sus actividades (cultivo de la
tierra, cuidado del ganado, etc.) se desarrollan en las mismas pautas de
pobreza y sobriedad y también realizan prácticas en comunidad como las antes
citadas. Generalmente los hermanos pertenecían a un estrato social más bajo que
el de los padres; sin embargo, también es cierto que a lo largo de la historia
personajes de alta cuna o elevada cultura decidieron por humildad ingresar como
conversos en los muros de las cartujas.
Las comunidades cartujanas
viven aisladas del mundo, bajo una estricta clausura. Su número de miembros es
relativamente pequeño. En los orígenes solo se admitía en cada monasterio 13
padres (incluido el prior) y 16 hermanos. Con el paso del tiempo este número se
elevó; no obstante nunca se permitieron comunidades en exceso numerosas. En un
principio la economía de las comunidades estaba basada en la agricultura y
ganadería, al cargo de los hermanos. Con el tiempo también se aceptó la
explotación de propiedades rústicas y urbanas y las cuantiosas donaciones de
los benefactores. Desde mediados del siglo XII existen también comunidades de
monjas cartujanas. Su modo de vida, aunque no idéntico, es similar al de las
comunidades masculinas
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