La
reforma de Josías
Después de la muerte de los reyes perseguidores,
los fieles despertaron lentamente. A lo mejor habían olvidado o escondido los
libros sagrados. Un acontecimiento fortuito contribuyó a estimular este
despertar aún tímido: fue el descubrimiento en un rincón del Templo del Libro
de la Ley , que
era, en realidad, la primera edición del Deuteronomio. En el libro de los Reyes
se lee el relato de este acontecimiento que iba a ser decisivo. Era el año 622.
Aprovechándose de la decadencia del imperio
asirio, Josías emprende la reconquista del territorio de Israel que había
pasado a ser una provincia asiria hacía ya cien años. Allí destruyó los
santuarios provinciales más o menos sospechosos de sincretismo y derribó los
ídolos. Josías reforzó la preponderancia del clero de Jerusalén. Antes, todos
los levitas participaban del sacerdocio, pero en adelante solamente los levitas
de Jerusalén serían considerados como descendientes de Aarón y sacerdotes como
él. Los otros, que fueron reinsertados después de la eliminación de los
santuarios de provincias, serían simplemente levitas, al servicio del Templo.
La
muerte del justo y la vuelta de los reyes impíos
Josías, el santo rey de la reforma, murió víctima
de un error político. Desde hacía mucho tiempo Israel hacía de tapón entre
Egipto y Asiria. Cuando Babilonia comenzó a amenazar seriamente el poderío
asirio, el Faraón, preocupado por el dinamismo de esa nueva “gran potencia”
quiso ir en auxilio de la
Asiria debilitada, olvidándose de su hostilidad de ayer.
Josías no quiso que realizara su plan porque sólo aguardaba la ruina definitiva
de Asiria para llevar a cabo su proyecto de reunificar el antiguo reino de
David. No veía con buenos ojos una intervención de Egipto como árbitro de los
conflictos del Cercano Oriente. El encuentro entre Necao II y Josías tuvo lugar
en Meguido, donde Josías fue herido de muerte (2Re 23,29). Corría el año 609.
¿Cómo había Dios podido permitir que muriera
Josías, el santo rey que había llevado a cabo tales reformas? Ese escándalo
marcó profundamente la reflexión judía posterior y también el anuncio del
Evangelio. Muerto Josías, el reino no tuvo más orientación.
Su hijo Joacaz sólo subió al trono para ser encadenado por el faraón quien lo
reemplazó por uno de sus hermanos, Joaquim.
La
ruina del reino de Judá
Debido a su demora en Judea, el auxilio del Faraón
le llegó al asirio demasiado tarde. Asur Ubalit, el último soberano de Asiria,
se había replegado no lejos de Carquemís para juntar los restos de su reino;
cuando, un día del año 605, el faraón se presentó ante la ciudad, fue barrido
por los hombres del joven Nabucodonosor, que acababa de reemplazar a su padre Nabopolasar
en el trono de Babilonia. A pesar de esa humillante derrota, ni los príncipes
de Egipto ni los reyezuelos que acababan de pasar del yugo de Nínive al de
Babilonia aceptaban que el prestigioso país del Nilo hubiese perdido su gloria
pasada. En Jerusalén el partido pro-egipcio se impone en la familia real y
entre los jefes del ejército, y los más prudentes, como Jeremías, son
sospechosos de complicidad con los caldeos. El inevitable drama se consumó diez años después.
Cuando el faraón Samético II subió al trono (593) se atrajo a los pequeños
estados que soportaban mal el yugo de Babilonia: Judá, sometido ya a un pesado
tributo, formó parte de los conjurados.
Dispersos
entre las naciones
Ante la inminencia del peligro caldeo, muchos
optaron por abandonar el país e irse a Egipto, reforzando así un movimiento de
diáspora que había comenzado con la invasión del reino del norte por los
asirios a fines del siglo octavo. Estos sucumbieron rápidamente a la tentación
de asimilación y de sincretismo; un buen ejemplo de ello fue la comunidad de
Elefantina en el Alto Egipto. Según los manuscritos encontrados en la isla, se
trataba de una colonia militar puesta allí por los faraones para defender la
frontera sur del imperio. Desechando las prescripciones del Deuteronomio que
hacían del Templo de Jerusalén el único lugar de culto de Israel, esos judíos
refugiados en Egipto edificaron un templo donde veneraban además de Yavé a
otras divinidades como Eschem-Betel, Herem-Betel, o Anat-Betel. Pero eso nos
les impidió seguir celebrando las grandes fiestas tradicionales de Israel.
Desarraigados de su pueblo, desprovistos de un verdadero apoyo para su fe, esos
colonos fueron absorbidos por el paganismo que los rodeaba y sus huellas
desaparecen en los primeros años del cuarto siglo a.C.
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