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Historia de Israel:


Últimas etapas antes de la historia

Casi la totalidad de los grandes sitios palestinos fueron abandonados entre 6600 y 5500. Una nueva población ocupó luego el país, su origen habrá que buscarlo en el norte. En el curso del 4° milenio aparecieron los primeros objetos de cobre. El pico de los mineros se escuchó en el sitio de Timna en el norte de Eilat y el fuego del crisol en donde se separa el cobre de su ganga se enciendió en la región de Beershéva: un tesoro encontrado en los bordes del mar Muerto, un poco al norte de Massada manifiesta la destreza de esos artesanos.
Al mismo tiempo, se trabaja el marfil, se teje el lino, se domestica el buey y el cerdo. Los ritos funerarios se diversifican según los lugares y es así como en Azor, cerca de Tel Aviv, se colocan los huesos, después de una primera sepultura funeraria, en casitas de barro, en lo alto de cuyas puerta domina una nariz, acompañada a menudo por dos ojos pintados o por dos senos. A finales del 4° milenario, la viña, desconocida hasta entonces, fue introducida en Palestina y el olivo cubrió de un color de plata las colinas; el uso del torno del alfarero se generalizó; la vida urbana se organizó y las ciudades se rodearon de murallas. Es entonces cuando el Egipto Faraóonico nació, y las ciudades independientes de Sumeria, inventaron la escritura; los papiros del borde del Nilo se cubrieron de jeroglíficos, y la arcilla de Mesopotamia, cinselada de cuneiformes por los estiletes de los escribas nos ofreció sus primeros textos. Con este importante invento, El Oriente Medio abrió las puertas de la historia.

Palestina en el tercer milenio


El desarrollo de la agricultura y la domesticación de animales que había comenzado a fines del cuarto milenio trajo consigo un aumento de la población. Se multiplican las ciudades en Palestina central y Palestina del norte; en el sur, en el Negueb, encontramos en Tel Arad, al norte de Berseba, una ciudad que tuvo entre 2.900 y 2.650 a.C. dos fases de ocupación brillantes.
Las relaciones comerciales se extienden fuera del país, las minas de la Araba de las cuales se extraía el cobre en los siglos anteriores son abandonadas porque ese metal es ahora importado. En cambio, el aceite de oliva de Palestina se vende en Egipto. Dentro de las ciudades la vida se organiza, y se produce una diferenciación de labores: las ciudades tienen sus templos y sus palacios. Si bien se ha logrado la unidad étnica y lingüística de Siria meridional y de Palestina, esa región continúa sin embargo parcelada en numerosos pequeños estados que se enfrentan con frecuencia.
Parece que a partir de la tercera dinastía egipcia (hacia el 2.700), los faraones tuvieron que actuar con autoridad con aquellos a los que los textos egipcios llamaban los “asiáticos”. Y así es como el Antiguo Imperio de Egipto, en un último esfuerzo antes de su derrumbamiento, lanzó bajo el reinado de Pepi I varias expediciones punitivas a Palestina que tuvieron como resultados el desmantelamiento y la ruina de numerosas ciudades fortalezas cuyo creciente poder inquietaba a Egipto; eso ocurría alrededor del 2.250 a.C.

La presión irresistible de los nómadas


Las intervenciones de Egipto en Palestina no bastan para explicar la ruina de la civilización que se había allí desarrollado durante la mayor parte del tercer milenio, sino que además todo el Cercano Oriente experimentó un período de graves convulsiones entre el 2.200 y 1.900 a.C. Tanto en Mesopotamia como en Egipto, el poder y sus instituciones son barridos: en realidad diferentes son las causas según los países, pero el origen común de esas crisis políticas se debe a la presión irresistible de los nómadas del desierto sirio, conocidos bajo el nombre de mar'tu en las epopeyas sumerias, y de amurru en los textos acadios: son los amorreos. Vilipendiados por los escritos de esa época como seres incultos y despreciables, que desconocían la agricultura y la vida urbana, lograron sin embargo imponerse a los viejos estados del Cercano Oriente. Poco a poco fueron ocupando sus lugares; adoptaron sus formas de vida ciudadana y, algunos siglos después, ascendieron a los tronos de varios reinos de Mesopotamia.
Es dentro de este marco de movimientos de los nómadas hacia la franja de territorios cultivables donde hay que situar la migración de Abram llegado de Harrán, o quizás de más lejos aún, de Ur, a la Tierra prometida. Estudios muy precisos demuestran que los nombres de Abram, Isaac y Jacob eran de origen amorreo, y permiten ubicarlos aproximadamente a comienzos del segundo milenio a.C. El texto del Deuteronomio (26,5) que habla de Abram como de un “arameo vagabundo” es un anacronismo, al menos en su formulación. El redactor, que vivió en el primer milenio a. C., recibió sin duda la tradición referente al origen sirio y nómada de esos grandes antepasados, pero en los momentos en que escribía, los nómadas que recorrían esa región del Cercano Oriente eran llamados en los textos con el nombre de arameos; por eso adoptó la expresión que estaba en uso. Pero los mismos textos bíblicos atestiguan que durante más de un milenio se ejerció de manera permanente sobre las fronteras de los estados de la Fértil Medialuna el embate de los nómadas del desierto sirio. Sólo tuvo consecuencias allí donde el poder en ejercicio era demasiado débil para resistirle.


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