Acompañamiento a la familia de los Moribundos: “El Rey de Israel, el Señor, está en medio de
ti: ya no temerás ningún mal.” Sof. 3,15
La biografía de cada enfermo es también la
biografía de la familia: sus actitudes, pensamientos, recuerdos, vivencias y
proyectos están ligados inevitablemente a la relación con sus seres queridos.
cercanos o lejanos. La familia de origen incide de modo determinante en la
articulación de la propia identidad, en el desarrollo de hábitos y actitudes, que
pueden plasmar positiva o negativamente su vida.
El mapa genético no es sólo la herencia de trazos
somáticos y psicológicos, sino también de aprendizajes o de límites en cuanto a
la comunicación, el modo de manejar las heridas o los secretos familiares, de
vivir los conflictos o las diferencias, de enfrentar las dificultades o
fracasos, en el modo de demostrar afecto o desaprobación.
La familia puede educar para amar , dialogar,
abrirse, soportarse, donarse, perdonar, pero también para tener prejuicios, criticar,
gritar, blasfemar, odiar. Cada familia tiene su propia historia y sus
dinámicas. Hay quien nace en el interior de núcleos familiares en los cuales se
siente escuchado, afirmado y estimulado, y quien en situaciones caracterizadas
por la verbal y física, por roturas relacionales. por la falta de ética y de
disciplina.
Sin embargo, es importante tener presente que
somos hijos, pero no esclavos de nuestro pasado. Aún quien haya sido
condicionado negativamente del pasado , está en grado de superarlo mediante
elecciones constructivas y un proceso de maduración interior. Un pasado difícil
no produce infelicidad para siempre.
El impacto de la enfermedad grave sobre la
familia: Un diagnóstico infausto, que puede amenazar la vida de un ser querido,
produce fuertes cambios estructurales y relacionales en la familia. Frente a
una crisis que quita la tranquilidad, amenaza los equilibrios internos y que
obliga a asumir roles y tareas, los integrantes de la familia pueden reaccionar
con actitudes agresivas, equilibradas, culpabilizantes, constructivas,
depresivas, de ansiedad, etc..., Cada familia adopta estrategias diversas en
respuestas diversas en respuesta a la enfermedad; entre las actitudes o
mecanismos más frecuentes: la negación,
- La negación: el rechazo, la no aceptación de la
enfermedad, el propósito de comportarse como si nada hubiera ocurrido;
- La hiper-protección: de una parte se esconden
los propios sentimientos al paciente, por otra se practica la conjura del
silencio, se evita comunicar abiertamente la verdad de las cosas.
- La idealización: se nota una confianza excesiva
en la “omnipotencia” de los médicos o en el poder milagroso de la medicina o de
las terapias.
- La sublimación: se busca refugio o consuelo en
las seguridades espirituales: “Reza, si quieres sanar”, “Quien cree, no llora”.
- La dramatización: se tienen reacciones
desproporcionadas o histéricas.
- La aceptación: prevalece una actitud de sano
realismo y equilibrio y una positiva colaboración con los trabajadores
sanitarios.
- La regresión: cerrazón o aislamiento social
frente a un drama que, se piensa, los demás no pueden comprender .
Por lo general, la respuesta de la familia al
evento de la enfermedad prevé un primer impacto de desorganización y de
confusión. Sigue un momento de búsqueda: los componentes se interrogan sobre
cómo hacer frente a la situación activando los recursos del grupo.
Una tercera etapa, consiste en una gradual
adaptación del núcleo familiar frente a los cambios impuestos por la
enfermedad. La elaboración positiva o negativa de la crisis depende del tipo de
sistema familiar: sea éste fundamentalmente sano o problemático.
Familias Sanas o Problemáticas: Virginia Satir,
notable estudiosa de las problemáticas familiares, ha definido algunos
criterios que permiten leer si un tejido familiar es fundamentalmente sano y en
condiciones de afrontar los momentos críticos, o si resulta problemática y
contribuye a complicar el impacto con el sufrimiento y la muerte.
Familias Sanas: Las familias sanas están
caracterizadas por: El equilibrio emotivo de sus componentes, el respeto y la
valoración de la individualidad y diversidad de cada uno de sus miembros; la
relación positiva en relación con la sociedad; un buen nivel de cohesión y de
comunicación entre sus componentes; una estabilidad general de la estructura
familiar, basada sobre normas y reglas claras; la flexibilidad y no rigidez de
los roles internos. Familias Problemáticas
Las familias problemáticas están caracterizadas
por: Actitudes de control y autoritarismo por parte de uno de sus miembros en
relación con los demás; la tendencia a la crítica destructiva; la ausencia de
personas y modelos significativos (Ej. Un padre, a causa de muerte o divorcio);
La carencia de afecto, las relaciones están
basadas sobre la distancia emotiva; la desorganización interna evidente en los
roles y en los estilos de vida; la presencia de problemáticas específicas tales
como: la enfermedad mental, el alcoholismo, el abuso sexual, la
tóxico-dependencia.
Está claro que pertenecer a familias sustancialmente
“sanas” o “enfermas” incide profundamente en el modo de ver, de enfrentar o de
vivir el evento de la enfermedad. En otras palabras, en las actitudes asumidas
no se parte de cero, sino del bagaje del propio pasado, del clima creado por
los padres y del modo de relacionarse entre ellas y con los hijos.
Tareas Fundamentales: Son dos las tareas
fundamentales que asumen aquellos que crean una familia:
1. Educar al amor y a la intimidad: los padres
están, antes que nada llamados a educar a los propios hijos y desarrollar
lazos, para sentirse amados y amar. Esta experiencia los ayuda a sentirse
aceptados y valorizados y a tener una buena guía en la vida. De otro lado,
donde no hay afecto y calor el niño experimenta inseguridad, soledad y, en
algunos casos, un sentimiento de abandono. En general, esta primera tarea es
interpretada por la madre que acoge, nutre y sostiene la vida de los hijos.
Existe el riesgo de un amor excesivo se transforme en posesión o celos, e
interfiera con un sano desarrollo e independencia de los hijos.
2. Educar a la separación y al respeto de las
diferencias: el hijo no es una copia de los padres, sino que está llamado a
realizar su propia individualidad y diferencias. Un proceso sano de crecimiento
lo ayuda a establecer límites, a definir los confines entre el sí y el prójimo
para no fundirse y ser absorbido por los demás. La pedagogía de la separación
invita a sacar a la luz la propia unicidad.
Un modo de educar a la separación es a través del
desarrollo de reglas, expresas o tácitas, que los padres trasmiten a los hijos.
Tales reglas pueden tener relación con variados ámbitos de la vida: desde cómo
manejar las emociones al modo de expresar intimidad; desde reglas de trabajo a
las conductuales; desde reglas sobre lo seguridad a aquellas con respecto a la
relación con los demás; desde reglas sobre el sexo a aquellas sobre el modo de
afrontar el dolor, la enfermedad y la muerte. Algunas de estas reglas resultan
muy útiles y son interiorizadas por los hijos el resto de sus vidas, otras
pueden provocar serias dificultades y bloquear el crecimiento. La tarea de
educar a la separación es, frecuentemente, interpretada por el padre.
Estas dos tareas, esenciales para afrontar la
vida con apertura, realismo y dinamismo, resultan de extrema importancia
también en las etapas conclusivas del propio peregrinaje terreno. La
experiencia del morir permite al enfermo y a sus familiares vivir, antes que
nada, momentos preciosos de intimidad, dando expresión a los sentimientos de
reciproca gratitud y comunicarlos a través de gestos y del lenguaje no verbal.
Al mismo tiempo. la proximidad de la muerte
requiere el coraje de prepararse a decir adiós, anticiparse al distanciamiento
asegurando la continuidad del nexo a través del recuerdo, el horizonte de lo
trascendente, la cercanía espiritual.
Los trabajadores sanitarios y la familia: La
crisis de la enfermedad abre las puertas del hospital no solo al enfermo, sino
también a su familia. Ella no es espectadora, sino directa protagonista en un
drama que la implica.
En el acompañamiento del enfermo, ella queda en
primera línea en un recorrido, largo y difícil, que va desde la fase inicial
del diagnóstico hasta aquella aguda de la terapia; de la etapa de la
recuperación y de la esperanza, a aquella de la recaída, cuando todo se
complica, hasta el momento final, cuando las terapias son sólo paliativas y se
prepara para la separación.
La familia, a menudo, se hace cargo de la parte
más comprometida de la asistencia, particularmente, en el contexto
domiciliario. No obstante esto, especialmente en las instituciones sanitarias,
la familia es sistemáticamente descuidada por los trabajadores sanitarios, que
dedican su exclusiva atención a la persona enferma. Por esto, es necesario
tener en cuenta algunas consideraciones:
- la constatación de que la familia es
frecuentemente considerada al margen o es ignorada por el personal asistencial;
- Se nota, a menudo, roce o competencia entre los
trabajadores sanitarios y la familia en relación a los cuidados del enfermo;
- la familia es vista, algunas veces con razón,
como un estorbo o un obstáculo en el proceso de cura;
- las información trasmitidas acerca de las
condiciones de su ser querido o la finalidad de las terapias, son formulados en
forma apresurada y con un lenguaje técnico poco comprensible;
- Se advierte, algunas veces, la tendencia a
excluir a la familia de las decisiones que, de cualquier forma, la implican.
El peso de una enfermedad grave o terminal
invocan diálogo y concreta colaboración entre los trabajadores sanitarios y la
familia. De modo particular, es necesario salvaguardar la unidad familiar cual
esencial objetivo de cuidado y asistencia.
Desafíos para un mejor acompañamiento de la
familia: En el interior de las instituciones, muchas familias se fían y se
confían en los especialistas y en la tecnología, para obtener los mejores
resultados de cuidado para el ser querido. Muchas veces, pueden sentirse
turbadas por la falta de atención y comunicación, por los límites impuestos por
los reglamentos, por las relaciones funcionales que resultan inevitablemente
despersonalizantes.
Pero es sobre todo en el interior de los muros
domésticos que la familia se encarga de manejar el largo trabajo y las fatigas
de la enfermedad. Muchos se sienten oprimidos por la excesiva responsabilidad,
abandonados del sostén médico o enfermerístico, angustiados por los crecientes
problemas que el cuidado de un enfermo grave significa.
Las tareas de asistencia, siempre más onerosas,
consumen física y psicológicamente a los familiares y existe el riesgo de
provocar depresión y desesperación. La sociedad, a través de los recursos
sanitarios, el voluntariado y los instituciones religiosas, está llamada a
aproximarse a estas familias, para hacer menos doloroso su vía crucis y
hacerlas sentir menos solas.
Algunas líneas orientadoras de sostén incluyen:
Activar equipos paliativos compuestos por médicos, enfermeros, voluntarios y
otros profesionales, para responder mejor a las diversas necesidades de
enfermos y familiares; crear un clima de colaboración entre trabajadores
sanitarios y familias y una comunicación abierta, que favorezca la información
y de espacio a la escucha y a las preguntas, para ayudar mejor al enfermo;
promover un acercamiento unitario que contemple no sólo las necesidades del
enfermo, sino también aquellas del núcleo familiar;
Prestar atención no sólo a las exigencias
físicas, sino también a aquellas psicológicas y espirituales para asegurar un
servicio global; monitorear los cambios que están ocurriendo en la familia a
nivel de relaciones, cambio de roles, reestructuración de hábitos, niveles de
cansancio, utilización de los recursos, signos de ansiedad o depresión...
Enseñar a los familiares las técnicas del caring
y de la asistencia física y psicológica, para promover un mejor cuidado de su
ser querido; Acompañar a los familiares no sólo en las etapas del duelo
anticipatorio, sino también en aquellas sucesivas del luto y de la adaptación a
una vida modificada.
En la medida en la cual la familia recibe soporte
psicológico e información práctica sobre cómo asistir y aliviar un ser querido,
el evento del morir -si bien es doloroso -no produce amargura y desconsuelo,
sino que es vivido en el emblema del calor humano y de la solidaridad. Todo
este tema ha sido tomado del Curso para capellanes hospitalarios dictado por
Pbro Arnaldo Pangrazzi. Septiembre de 2003 - Bs. As.
13. Estado actual de los hospitales católicos en
América del Sur. los retos económicos, socio-políticos, culturales y
religiosos, Mirada al pasado, estadísticas, tendencias, desafíos. Presencia de
la Iglesia en los hospitales.
Mirada al pasado: La presencia de la Iglesia en
las Instituciones sanitarias de América del Sur es muy significativa. Desde
inicios de la Colonia, en el Siglo XVI, se puede afirmar que fue la Iglesia la
iniciadora y gestora de los primeros Hospitales, extendiendo sus beneficios más
allá de los conquistadores, a la población nativa en general. Vale la pena
mencionar los "Hospitales Doctrina" gestionados por Ordenes
Religiosas y en los cuales, además de la dimensión médico-curativa, se
realizaba la evangelización mediante enseñanza, catequesis, sacramentos y otras
actividades misioneras que eran animadas desde el Hospital.
De esta manera la Iglesia continuó el Espíritu de
Cristo, quien en su ministerio, se compadeció de los enfermos y les devolvía no
sólo la salud física, sino también la espiritual (Mc 1,32-34; 2,1-12; 6,53-56).
Los testimonios históricos de los primeros
evangelizadotes, en la defensa de los indígenas en todas las dimensiones de su
vida, son reconocidos y valorados (DP.8). Las diversas órdenes religiosas que
continuaron el proceso evangelizador como los Franciscanos, Dominicos,
Agustinos, y las Ordenes religiosas hospitalarias mantuvieron a lo largo de los
siglos la obra de atención y asistencia sanitaria como una obra evangelizadora.
Desde los orígenes de nuestra Evangelización
surgieron infinidad de Hospitales cuya razón de ser era expresar la
misericordia cristiana; cofradías antiguas, que fundan, pagan y administran
hospitales, en relación con hospitales romanos.
Los evangelizadores sintieron la necesidad tanto
de construir el edificio de la iglesia para la congregación espiritual de los
nuevos cristianos, en los pueblos fundados, como de crear y edificar
instituciones hospitalarias, para funcionar con personal, normas y estructuras
totalmente cristianas.
Esta es la razón de ser de las Cofradías del
Espíritu Santo, de "El voto de hospitalidad", de los
"Conventos-hospitales", de los "hospitales-doctrina".
Muchos hospitales de la Iglesia católica eran conocidos con el nombre de
"hospital-doctrina", porque los mismos tenían como objetivo: ser
lugares de evangelización, que se proyectaba fuera de la misma estructura
hospitalaria.
Es de notar la existencia de mártires de la
hospitalidad en varias naciones de América Latina. Así como recordar la
erección del primer hospital del nuevo mundo en República Dominicana. Los
orígenes y desarrollo de los hospitales en México. En Cartagena de Indias la
presencia de los hospitalarios de San Juan de Dios; y en general, las Ordenes
Hospitalarias en América Latina.
Puede afirmarse que las instituciones de salud
nacieron en este continente de la mano de la Iglesia: diócesis y comunidades
religiosas fundaron hospitales a lo largo y ancho del territorio. Todavía hoy
existen en todos los países de nuestro Continente muchos hospitales públicos
que conservan y valoran estar bajo la advocación de nuestro santoral cristiano.
Estadísticas: La Iglesia en América del Sur juega
un papel importante en cuanto a la oferta de servicios de salud, ya sea en
Hospitales, Centros de Salud o Instituciones de beneficencia Orfanatos, Hogares
de ancianos, Centros de acogida a madres gestantes, etc.
Las cifras que ofrece el Pontificio Consejo para
la Pastoral de los Agentes de Salud son muy significativas: la Iglesia gestiona
un total de 1678 Centros, el 61% de ellos son Hospitales. En cuanto a la
propiedad de los Centros, el 60% son propiedad de las diócesis o de Órdenes
religiosas, y el restante 40% lo administra la Iglesia, con el apoyo de los
gobiernos o de entes privados no religiosos.
Los hospitales católicos representan en América
del Sur un alto porcentaje de la oferta de salud institucional: los rangos van
del 15% al 50% según sea el país. Estos porcentajes aumentan en algunos
sectores especializados, por ejemplo, en cuanto a Hospitales psiquiátricos,
Centros para ancianos y para enfermos crónicos o terminales.
Tendencias: En América del Sur se están
presentando procesos de modernización del Estado y del Sector Salud. Los cambios
principales en el funcionamiento y estructura del Sector son los siguientes:
-La privatización y comercialización del sector.
-La descentralización.
-La autonomía administrativa.
-Las nuevas modalidades de financiamiento.
-El énfasis en el control y recuperación de
costos.
-La incorporación de paquetes básicos en la
oferta de salud.
Todo lo anterior, con miras a la ampliación de la
cobertura y de la oferta de servicios de salud. El Estado se retira de la
prestación directa de los servicios de salud, pero crea leyes marco para normar
su prestación y ejecuta funciones esenciales de salud pública, como diseñar
políticas sanitarias y controlar la prestación efectiva del servicio. En la
última década, el sector de seguridad social fue el que encabezó el crecimiento
del gasto público.
Las reformas actuales están dirigidas a redefinir
el papel de los gobiernos en la gestión de los sistemas de salud y a garantizar
el acceso equitativo de toda la población a los servicios. Los nuevos sistemas
de salud hacen hincapié en:
-La influencia de la economía de mercado.
-La autogestión.
-El pluralismo institucional en el financiamiento
y la provisión de servicios.
-La incorporación de nuevas tecnologías.
-La eficiencia, el control y recuperación de
costos.
Las Instituciones de Iglesia tienen que entrar en
estas nuevas dinámicas, ya sea como administradoras de Centros del Estado o
como prestadores privados de servicios de salud. Los nuevos modelos
contabilizan al paciente como cliente, las prestaciones se analizan desde la
perspectiva costo-beneficio y aún los hospitales públicos y de beneficencia
están siendo presionados a autosostenerse o a cerrar si no lo logran.
Hoy se insiste mucho en la promoción de salud y
la prevención y control de enfermedades; ello su- pone la intervención estatal
destinada a producir cambios en el nivel de vida de las poblaciones marginadas
y eliminar las desigualdades injustas en términos de salud y bienestar
colectivo. Aquí también juega la Iglesia un papel importante, como agente de
cambio que promueve de muchas maneras la elevación del nivel de vida de las
poblaciones marginadas, lo cual tiene un impacto favorable en la salud.
Una tendencia que se puede señalar respecto a la
presencia de la Iglesia en este Sector, es la preferencia por obras pequeñas,
de acompañamiento y servicio en salud primaria a los sectores empobrecidos.
Dispensarios, Centros de Salud, obras dedicadas a la prevención y educación en
salud de la población de escasos recursos, centros de rehabilitación para
drogadictos, etc. La presencia en grandes hospitales ya no es la tendencia
dominante, especialmente en cuanto a la dirección y propiedad del Centro
hospitalario; se conservan los existentes, pero difícilmente se abren nuevos
hospitales de la Iglesia, debido a la complejidad de este tipo de obras y la
normatividad existente, con criterios mercantiles y de fuerte competitividad
entre empresas aseguradoras de la salud. Esta situación está exigiendo la
presencia de equipos de evangelizadores (servicio religioso) en los grandes hospitales,
sean públicos o privados; lo cual exige formación de pastoralístas de la salud
y la organización y financiamiento de sus servicios.
Desafíos: Empobrecimiento de la población. Crisis
económica en casi todos los países de la región. Al mismo tiempo, se encarecen
los servicios de salud y el costo de las medicinas. Privatización de los
servicios de salud. El Estado se retira progresivamente de la responsabilidad
de garantizar salud a toda la población y prefiere incentivar los mecanismos
privados.
La comercialización de la medicina y de los
servicios médicos. El modelo neoliberal concibe la institución sanitaria como
un negocio más, en el que impera el ánimo de lucro. Hay que bajar costos y
aumentar las ganancias. El actual modelo lleva a la crisis financiera de muchos
hospitales por las condiciones que imponen las empresa aseguradoras y el
incumplimiento en los pagos por parte de estas mimas empresas o del Estado.
El olvido y abandono de ciertos sectores:
ancianos, enfermo mentales, enfermos crónicos, incurables, deficientes físicos.
Una dificultad que se está viviendo en varios de
nuestros países es la escasez de religiosos y religiosas en las instituciones
de salud. La escasez de vocaciones, la resistencia de algunos religiosos a
vivir su misión en el marco de grandes instituciones en las que son vistos como
"el patrón", la dificultad creciente en la prestación de los
servicios según el actual modelo neoliberal, ponen en crisis a muchos
hospitales católicos de la región.
Al mismo tiempo, se está dando una mayor
participación y formación del laico para el servicio pastoral en hospitales de
la Iglesia y aún del sector público u oficial. La pastoral de salud en el
hospital viene a ser un componente esencial en el compromiso de la Iglesia en
este sector. Promueve la humanización, está pendiente de la atención
personalizada, respeta el proceso psicológico y espiritual del paciente y de la
familia, favorece una visión trascendente. Todo ello es valorado por los
usuarios de los hospitales católicos.
Hay escasez de capellanes y de voluntarios
católicos en los hospitales públicos. Muchas veces se debe a falta de una
legislación o acuerdo que establezca el derecho a la asistencia religiosa ( con
un sostenimiento básico por parte del Estado ), otras veces es por falta de
conciencia de la importancia del servicio religioso hospitalario por parte de
las Diócesis.
Presencia de la Iglesia en los hospitales: Cabe
señalar los siguientes aspectos como puntos que se han de tener en cuenta, y en
donde ya se están asumiendo para valorarlos, mantenerlos y perfeccionarlos:
1. Organización de la Pastoral de Hospitales como
parte de la pastoral orgánica de la Diócesis. La designación de capellanes.
2. Estructuración del servicio religioso
hospitalario. Acuerdo con las entidades públicas y privadas.
3. Formación de Agentes de Pastoral para
Hospitales.
4. Promover la Humanización y el servicio
integral al enfermo.
5. Promover el acompañamiento espiritual al
enfermo, a su familia, a los agentes de salud del hospital. Sacramentos, catequesis,
oración, liturgia. Tomar conciencia de que es un momento privilegiado para la
evangelización.
6. Organizar y ser parte de los Comités de ética
hospitalaria. Promover el conocimiento de la bioética desde los criterios del
Magisterio de la Iglesia. Dolentium Hominum Nº 52-2003
S.E. Mons. CARLOS AGUIAR RETES Obispo de Texcoco
y Secretario General del CELAM
14. Servicios específicos: La ayuda a los
ancianos y los geriátricos.
Este es el testimonio personal de F. Sebastián
Aguilar; Arzobispo de Pamplona y Obispo de tudela
ACTITUDES CRISTIANAS EN LA ATENCIÓN A LOS
ANCIANOS EN LA ENFERMEDAD FINAL
No tengo
títulos especiales que me autoricen a hablar hoy ante vosotros. Cuento con la
invitación del Dr. Guijarro, que es casi un mandato para mí por la obligación
de corresponder a sus atenciones profesionales. Me mueve también el deseo de
colaborar con los organizadores presentando en estas Jornadas lo que podríamos
llamar la espiritualidad del Buen Samaritano.
Como Obispo tengo que ser maestro de vida cristiana.
Por eso mismo no podía negarme a hablar hoy aquí sobre la manera cristiana de
vivir junto a los enfermos ancianos incurables. Tengo también una razón para
participar en estas Jornadas: soy hijo de una de estas ancianas incurables y
vivo de cerca el itinerario doloroso de su progresivo agotamiento. Os hablo
pues como Obispo, como testigo de Jesús y de su Evangelio. Y quiero también
hablaros como cristiano de a pie que se atreve a presentaros lo que yo mismo he
ido aprendiendo poco a poco al recorrer con ella el largo y lento Vía Crucis de
mi madre. La presencia del anciano enfermo irrecuperable es un dato que nos
alcanza a muchos de nosotros. En consecuencia el contenido y las exigencias del
cuarto mandamiento de la ley de Dios alcanzan una amplitud que antes no tenían.
Más ampliamente todavía el mandamiento
fundamental del amor al prójimo encuentra en nuestra sociedad un área nueva que
podríamos formular así: ¿Qué tenemos que hacer para honrar a nuestros padres
cuando llegan a la situación de enfermos ancianos incurables? ¿Qué significa
prácticamente amar a los ancianos incurables como a nosotros mismos? ¿Hacer con
ellos lo que quisiéramos que hicieran con nosotros en las mismas
circunstancias? Desde el punto de vista social, podríamos formular la misma
pregunta en otros términos: ¿qué significa hoy respetar los derechos
fundamentales de una persona cuando llega a la situación de anciano enfermo
irrecuperables.
En las páginas que siguen vais a encontrar mucha
influencia de mi experiencia personal. Muchos de vosotros no estáis en la misma
situación. Atendéis a enfermos que no son parientes vuestros. Me he decidido a
dejar así el texto porque no hubiera sabido hacerlo de otra manera. Os hablo
desde lo que en mi personal experiencia he pensado y estoy viviendo. Supongo
que no os será difícil hacer las analogías y modificaciones necesarias.
1. Necesitamos aprender
La humanidad y la Iglesia de hoy necesitamos
aprender a convivir con los ancianos enfermos. Quizás es ésta una de las
experiencias nuevas de humanidad más importantes que tiene que hacer la
sociedad de hoy. Hay mucha gente que nos recuerda constantemente el dolor
amargo e injusto de los niños que mueren prematuramente por falta de higiene en
el Tercer Mundo, vemos carteles y lemas que nos recuerdan los estragos del
hambre y de la sed en muchos países de África y Asia. Pero casi nadie nos habla
de la necesidad de acercarnos a la larga agonía de nuestros propios ancianos
que necesitan de nosotros para soportar la debilidad de sus cuerpos y la soledad
de sus corazones en su lento camino hacia la muerte.
El alargamiento de la vida ha cambiado las
proporciones de la sociedad, está modificando el equilibrio entre los miembros
de nuestras familias, y pone ante nosotros unas nuevas exigencias morales. Todo
ello por la multiplicación de los ancianos. No contábamos con ellos y resulta
que son casi una cuarta parte de nuestra sociedad. No contábamos con ellos y
resulta que forman parte de nuestra familia.
Cuando la humanidad se dedica a explorar los
espacios celestes, resulta que tenemos mucho más cerca estos espacios
inexplorados y desconocidos de la vida, las deficiencias, las necesidades y
sufrimientos de los ancianos terminales. Hay que tener el valor de entrar en
estos espacios, recorrerlos, explorarlos e investigarlos, y sobre todo hay que
tener el valor de acompañarlos en su larga caída hasta las oscuras tinieblas de
la desintegración psíquica y biológica. Hoy los ancianos enfermos, los ancianos
terminales, son la exigencia moral más fuerte que tienen ante sí muchas
familias.
Tenemos necesidad de contar con ellos, hay que
hacer sitio para el anciano enfermo incurable. Hacerle sitio materialmente en
nuestras casas, en nuestra ciudades, pero sobre todo en nuestro cariño, en
nuestra atención, en la distribución de nuestro tiempo y de toda nuestra vida.
La realidad física de estas enfermedades, sus
consecuencias psíquicas, sus procesos de deterioro, la forma de aliviarlos y
acompañarlos en este itinerario sobrecogedor es un largo aprendizaje que
tenemos todos delante, los investigadores y los sanitarios, los familiares y
cuidadores, la Iglesia y las mismas instituciones públicas.
2. Para vivir en la verdad
La verdadera imagen de la vida humana no es tal
como nos la presentan los medios de comunicación. Ellos nos dibujan una vida a
la medida de nuestros gustos y fantasías. Nos engañan con nuestra propia
complicidad. La verdad es que ahora forman parte de nuestra vida, largos meses
y años de decaimiento, impotencia, incapacidad creciente y disolución física y
psíquica. Siempre ha sido muy difícil llegar a formarse una idea real y
objetiva de lo que es la vida humana. Los humanos tendemos a totalizar la
experiencia de cada edad imaginándonos la propia vida como la prolongación
indeterminada de lo mejor que en cada edad o en cada momento estamos viviendo.
Todo lo demás nos parece accidente.
Poco a poco, con los años, y con no pocos
esfuerzos de realismo y de valor, llega el hombre a darse cuenta de que su vida
es un arco que comienza con la niñez y juventud, que sube en los años de la
madurez y que luego desciende hasta desaparecer en el silencio de la muerte. El
mundo sigue y nosotros no estamos más entre los vivos. Los libros sapienciales
de la Sag. Escritura, los Salmos, los textos literarios y religiosos de todas las
culturas tienen testimonios admirables de este esfuerzo admirable del hombre de
todos los tiempos para descubrir las verdaderas dimensiones y el rostro
verdadero de la vida del hombre sobre la tierra.
Nada de esto es posible sin reconocer que la
muerte temporal, la propia desaparición del escenario de este mundo forma parte
de nuestra vida real. Cualquier intento de ocultar la verdad de la muerte como
parte de nuestra vida es una falsificación de nosotros mismos y más
profundamente todavía una falsificación de nuestra manera de estar en el mundo
y de asumir nuestra propia vida. Este ocultamiento de la muerte es más intenso
y más grave en nuestro mundo de hoy, en el que el quehacer de un número cada
vez mayor de personas es únicamente enfrentarse con la realidad de la muerte,
aprender a vivirla dignamente. A partir de aquí aparece otro aspecto de la
cuestión. La verdad de la vida de quienes vivimos con estos ancianos incurables
consiste en ayudarles a caminar su peregrinación hacia la muerte. No puede ser verdadera, ni humana ni justa la vida de
quien ignora la necesidad del anciano que tiene a su lado. Los ancianos son
nuestro prójimo más necesitado de ayuda y de amor. Ellos necesitan
absolutamente que otros vivamos con ellos su propia debilidad, que recorramos
con ellos la peregrinación de sus últimos años. Para ello hacen falta unas
actitudes que yo querría describir brevemente ante vosotros.
3. Reconocer prácticamente la dignidad del
enfermo:
La enfermedad no disminuye la dignidad, ni el
valor, ni la grandeza de las personas. No son capaces de trabajar, ni de
resolver ningún problema de la casa, no pueden siquiera mantener una
conversación entretenida. Pero ellos siguen siendo hijos de Dios. También en
ellos se cumple el plan de Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y
semejanza». El anciano incurable, en su debilidad, es imagen de Dios como no
podemos serlo en ningún otro momento de nuestra vida. Dios es el Dios poderoso
y fecundo de la creación, pero es también el Dios débil de la cruz, de la
agonía y de la muerte.
El Dios que se nos manifiesta en N.S. Jesucristo
es un Dios fuerte y poderoso que por amor entra en el circuito de nuestra
propia humanidad y vive personalmente las angustias de la soledad, de la
agonía, de la impotencia y de la muerte. ¿Qué otra imagen mejor de este Dios
impotente que la persona del padre o de la madre privados de su fuerza, del
brillo de sus ojos, del dinamismo de su vida consciente? La fe nos ayuda a
descubrir su dignidad y su grandeza más allá de sus debilidades físicas y su
oscurecimiento espiritual. Verlos como hijos queridos de Dios, portadores de la
llama interior de la inmortalidad y de la vida divina, los realza ante
nosotros, y suprime cualquier planteamiento egoísta, cruel, insolidario, de
comodidad o de menosprecio.
Conceptos y posibilidades como el abandono, el
menosprecio, el no aprecio y cuidado de su vida, son cosas que quedan
radicalmente excluidas de una mente y un corazón cristianos. Al contrario,
quien sabe mantener despierta una visión de la vida humana iluminada por la fe
en la creación y en la vocación a la vida eterna, se siente movido a una mayor solicitud y ternura ante el
misterio de una grandeza espiritual oculta y humillada por las debilidades de
la naturaleza. La fe en la resurrección cambia nuestra manera de ver la
enfermedad y la debilidad de la muerte. El anciano incurable comparte la agonía
y la debilidad escandalosa de Cristo en la Cruz. Pero la oscuridad del Calvario
tiene siempre detrás el resplandor del domingo de resurrección. El cuerpo deshecho
y la mirada apagada del anciano se transfiguran ante nosotros si los vemos como
un tránsito brevísimo en el camino hacia los resplandores de la resurrección.
Un cristiano ve al anciano incurable como un ciudadano del Cielo, cuyo cuerpo
destruido será transfigurado en un cuerpo glorioso como el cuerpo resucitado de
Cristo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas,
incluidas las fuerzas destructoras de la muerte (cf. Fil 3, 21).
En la agonía y la debilidad de Cristo está de
alguna manera incluida la debilidad y la agonía de todos los hombres. Cristo es
la Cabeza. En su muerte morimos todos y aprendemos a morir en adoración y
esperanza. El anciano irrecuperable está atrapado por los brazos de la muerte,
pero su muerte no es una muerte desesperada sino la muerte esperanzada de
Jesucristo. Vivir cerca de él es una manera de vivir personalmente la realidad
de la muerte con Cristo, en el anciano y en uno mismo.
Estar junto a la cama o junto a la silla de
ruedas del anciano enfermo, es como estar con la Virgen María al pie de la Cruz
de Jesús. Ella sufrió entero el dolor de la muerte. Pero nunca dudó de la
grandeza del Hijo Redentor. En el Calvario vivió el dolor de todas las muertes
de todos sus hijos. Nunca dudó de su dignidad ni de su grandeza. Nunca dejó de
amarlos. El amor nos hace entrar juntos en el misterio redentor de la muerte
cristiana. Las muchas renuncias que el cuidador tiene que aceptar son una
manera de compartir en la propia vida las limitaciones y las renuncias que
anuncian en la propia carne el realismo de la muerte con una dolorosa
compasión. Se vive dolorosamente la muerte de los seres queridos, pero a la vez
aumenta en nosotros la seguridad y la esperanza de su resurrección, de la
nuestra, de la gloria universal y definitiva.
4. Saber descubrir y recibir lo que ellos nos
ofrecen
Alguno se podría extrañar de este titular. ¿Qué
puede ofrecernos un enfermo anciano Irrecuperable? Por supuesto que no estoy
pensando en las pequeñas cuentas de las Libretas de Ahorro. En el terreno moral
y humano, la convivencia con un enfermo terminal proporciona realismo,
capacidad de enjuiciamiento, y por eso mismo serenidad y libertad para afrontar
cualquier otro acontecimiento de la vida. Más de una vez, al leer la prensa o
escuchar los comentarios de los amigos, con las vivencias de la enfermedad en
la memoria, uno piensa que perdemos la vida en niñerías y nos entusiasmamos por
cosas que valen muy poco. Incluso ciertas predicaciones y presentaciones del
cristianismo que a muchos les parecen punteras y progresistas, resultan débiles
y vacías cuando uno comprueba que no sirven para consolar al que se muere ni
para sostener la fortaleza de quienes comparten de cerca su agonía.
La enfermedad terminal es una fase de la vida en
la que la temporalidad se adelgaza y cada vez queda más cercana la verdad de la
muerte y las promesas de la vida eterna. Quien comparte las horas con un
anciano terminal vive esa situación extrema en la que toda la vida es ya
pasado, sin apenas ninguna perspectiva de futuro. El único futuro real y
posible es el encuentro real con Dios y el don de la vida eterna.
En la atención a un anciano incurable no cuenta
la esperanza de que pueda curar un día. Atender a otros enfermos tienen el gran
aliciente de poder ayudarles a curar y a normalizar su vida. Con el enfermo
incurable esta esperanza no existe. Los cuidadores saben que aquella enfermedad
terminará con el triunfo de la muerte. Pero los cuidadores cristianos sabemos
que la muerte no es una etapa definitiva.
El amor, la solicitud, el tiempo, los sacrificios
dedicados en ayudar y aliviar a estos enfermos incurables quedan en el gran
patrimonio de la comunión de los santos en donde perduran ante Dios todas las
buenas acciones del Reino. Los enfermos nos llevan hasta la puerta del Cielo.
Si ellos caminan hacia Dios y nosotros les acompañamos con cariño, podemos
llegar con ellos, por la fe y el amor, hasta las proximidades del misterio,
hasta el umbral de la vida eterna, hasta el secreto misterioso de Dios. De
hecho la atención amorosa a un anciano terminal es un ejercicio continuo de fe
en la esperanza y la cercanía de la vida eterna. En la vida de hoy todos
tenemos muchas cosas que hacer. Entramos, salimos, hablamos, escribimos,
compramos y vendemos. Atender a un enfermo terminal es otra cosa. De momento no
sirve para nada. Ni siquiera pueden devolvernos una sonrisa, pero nuestra
presencia a ellos les da contenido de vida, les ofrece un mundo amable en el
que seguir viviendo; a nosotros nos ayuda a entrar en lo profundo de la
humanidad y del mundo, en el mundo del amor y de la presencia espiritual que no
pasan y son bienes eternos por la gracia de Dios.
5. Aceptar con gratitud el don de la vida, con su
riqueza y sus limites: El cuidado de un enfermo incurable nos acostumbra a
tocar las limitaciones de la vida y la grandeza de los dones que hemos
recibido. Lo sorprendente no es que nuestra vida se desmorone, la maravilla es
que un cuerpo compuesto de minerales bien organizados hayasido capaz de
sustentar la vida de nuestro espíritu durante tantos años.
Esta experiencia resulta a veces muy dura y puede
ser fuente de tentaciones profundas, como el desaliento, la desesperanza, la
desgana ante todas las manifestaciones de la vida, el resentimiento ante la
felicidad de otros, la depresión en el sentido más estricto. Pero hay también
formas positivas y provechosas de vivir estas situaciones y de ser más fuertes
que todas estas tentaciones y peligros. Sin rebeldías, sin preguntas
insolentes, con gratitud, con esperanza, aprendemos a valorar y agradecer el
don de la vida. El dolor es revelación de Dios. Quien rechaza al uno rechaza al
otro. Quien lo acepta tiene ya abierta la puerta de la revelación y de la
gloria. No se puede entender la verdad de Dios sin vivir en la verdad denuestra
vida manifestada por el dolor vivido en el amor.
Ni se puede tampoco valorar en su entera verdad
la salud, la naturaleza, las relaciones humanas, la hondura y la fuerza del
amor humano hasta que no ha pasado por la experiencia y la prueba de la
solidaridad en el dolor absoluto de la enfermedad incurable y de la muerte.
La verdad profunda de nuestra vida es la de ser
don y comunicación de bienes. Dios nos da la vida por amor; el amor de nuestros
padres es el vehículo de la donación de Dios. En el amor crecemos y por el amor
nos comunicamos y nos entregamos a los demás. Hace falta que volvamos a Dios
con amor, con el amor nuestro y con el amor de los que nos acompañan. Cuidar a
un enfermo terminal tiene que ser vivido como un acto de amor por el que
depositamos en las manos de Dios la vida completa y el cuerpo agotado de sus
hijos nacidos de su amor. La verdad y la grandeza de nuestra vida consiste en
vivirla con amor en sus verdaderas
dimensiones como don que se recibe de Dios, que se ofrece a los demás, y que se
devuelve a Dios cuando El y como El dispone.
6. El amor desinteresado y efectivo
En el Sermón de la Montaña Jesús recomienda amar
a los enemigos. No es que los enfermos irrecuperables sean comparables a los
enemigos. Pero sí nos vale el sentido profundo de este mandato del Señor: En el
amor a los enemigos, el Señor recomienda el amor universal, el amor generoso y
gratuito, el amor sin medida ni correspondencia. «¿Porque si amáis a los que os
aman qué recompensa vais a tener?» Amar
y servir a los enfermos irrecuperables es en muchos casos amar y servir a quien
ya no está en disposición de estimar ni agradecer ni mucho menos devolver
nuestros servicios. Por eso este servicio tiene la dificultad y la grandeza del
amor generoso y desinteresado. A cambio ofrece la oportunidad de disfrutar de
la experiencia moral más alta que se puede tener en la tierra, la de amar
porque sí, como Dios mismo, sin esperar nada a cambio, por el simple gusto de
servir y por el valor mismo del amor como forma suprema de vivir y de estar en el
mundo. En este servicio se cumple el mandato del Señor: «Sed misericordiosos,
sed perfectos, como Dios mismo es misericordioso y perfecto» (cf. Mt 5, 48; Lc
11, 44).
Desde el punto de vista humano esta experiencia
no tiene precio. Servir a un enfermo es ir tomando su vida bajo nuestra
responsabilidad como un padre y una madre. Ir poco a poco reorganizando la
propia vida según las necesidades del otro. De esta manera se da la
transformación increíble de los padres en hijos y los hijos en padres. Se llega
a vivir una verdadera maternidad o paternidad ejercida espiritualmente sobre
los propios padres. Ellos nos dieron la vida, ahora podemos sostener la suya en
situaciones más dolorosas y más necesitadas.
7. Mantener viva la esperanza
La atención a un anciano irrecuperable es una
dura prueba para la esperanza. Los cuidadores saben que aunque ganen algunas
batallas, la guerra la tienen perdida. El anciano no curará. Y sin embargo hay
que mantener vivas las motivaciones del duro trabajo y de las exigentes renuncias
de cada día. Hay una consideración radical capaz de sostener la esperanza en
estos trances. «Sé que al final mi hermano resucitará», le dijo Marta al Señor
(cf. Jn 11l). Al atender a un enfermo sabes que algún día va a conocer los
cuidados que ahora recibe sin darse cuenta y va a poder agradecernos lo que
ahora recibe pasivamente. Este cuerpo debilitado y abatido que ahora atendemos
con veneración, volverá a ser glorioso y resplandeciente. En el quedarán para
siempre las huellas de nuestro cariño y de nuestras atenciones.
Pero hay otros estímulos más cercanos y más
asequibles. Aunque el enfermo no se dé cuenta ahora de los cuidados que recibe,
aunque los días y los meses se alarguen indefinidamente, el amor hace que se
pueda mantener con ellos una comunicación suficiente para ver en sus ojos la
alegría y la paz de verse queridos, acompañados, atendidos en sus necesidades.
El enfermo querido se siente significado por la
atención que le prestan las personas que están cerca de él. Su autoestima y su
tranquilidad interior se sostienen por la experiencia fundamental de sentirse
querido, cuidado, atendido. En esta experiencia mantiene el enfermo la
conciencia de su propia dignidad y de su propio valor.
La enfermedad incurable y larga vivida en soledad
y sin cuidados envilece y degrada al enfermo ante sí mismo. La misma
enfermedad, vivida entre el amor y los cuidados de unas personas solidarias y
esperanzadas, es dignificadora y purificadora. En este sentido, aunque la
enfermedad termine por derrumbar al paciente, nunca podrá mancillar su dignidad
ni someternos a los demás al fatalismo de la muerte.
8. Afrontar las dificultades con fortaleza
El acompañamiento de un enfermo incurable es una
larga peregrinación por el desierto, por un desierto cada vez más silencioso y
más deshabitado. El cansancio, la frustración, el abandono son tentaciones
frecuentes entre los cuidadores.
Por eso mismo es tan importante mantener vivas
las razones para la esperanza. Donde hay esperanza hay fortaleza y constancia.
Quien se hace cargo de la vida de uno de estos enfermos sabe que lleva a
cuestas la cruz del Señor. A todos nos lleva a cuestas nuestro Señor en el peso
y en la injusticia de su cruz. Cargar con el peso de uno de estos enfermos es
ayudar al Señor a llevar sobre los
hombros el peso del mundo.
En este camino de la cruz, con la vida del
prójimo incurable a cuestas, cada vez hay que descender a regiones más oscuras,
a situaciones más exigentes, a renuncias más absorbentes. Pero este entrar cada
vez más adentro en el mar de la debilidad y de la impotencia es también llegar
a situaciones de más generosidad, de mayor gratuidad, de mayor donación de uno
mismo, de mayor transferencia de vida. Todo esto es a la vez un modo realista y
verdadero de entrar con Cristo en el misterio de la redención. Morimos un poco
para que otros vivan. Y a medida que morimos por los otros entramos también en
una vida nueva de amor y de esperanza que vale mucho más que las posibilidades
perdidas. Los enfermos son el sacramento y el camino de nuestra purificación y
de nuestra propia redención.
9. Cultivar la magnanimidad
Al evocar esta hermosa virtud me refiero sobre
todo a la capacidad de superar las pequeñas dificultades domésticas que se
producen inevitablemente por la fuerte presión que el enfermo ejerce sobre las
personas que están en su entorno. Quienes viven al servicio del enfermo sienten
su influencia en todas las cosas, se cambian las horas del sueño, hay que
acomodar las entradas y salidas, no se sabe nunca lo que se va a poder hacer al
día siguiente, se vive con el agobio de hacer o no hacer las cosas bien. Las
crecientes dificultades del enfermo hace que se conviertan
en asuntos problemáticos y difíciles todas las
pequeñas cosas de cada día: la limpieza, la hora del desayuno, la preparación
de los alimentos, la toma de los medicamentos.
Para que todas estas pequeñas presiones no
destruyan la tranquilidad del entorno, para que no se crispe la convivencia,
para no perder la paz y la alegría hacen falta corazones magnánimos y a veces
nervios de acero. Hay que saber comenzar de nuevo tantas veces como sea
necesario. Nada ni nadie debe ser capaz de turbar la paz, la armonía, la
confianza que necesitan los cuidadores y necesita el propio enfermo para sentir
en torno suyo la compañía del afecto y la tranquilidad que necesita.
10. Aprovechar la ocasión de crecimiento
espiritual y humano
El cuidado del enfermo anciano irrecuperable
requiere buena salud, buen estado de ánimo, y sobre todo una notable
estabilidad psíquica. En torno al enfermo se crean muchos momentos de alarma,
de agotamiento, de decepción que tienen que ser superados con realismo y con serenidad. Pero también es
verdad que la convivencia con el enfermo ayuda a conseguir esta madurez que el enfermo
requiere. Ver el dolor tan cerca, ser capaz de relativizar otras muchas cosas,
tener que estar multiplicando los actos de generosidad sin esperar recompensa,
prepara para adoptar esas mismas actitudes en otras muchas circunstancias de la
vida, con los familiares más cercanos, con los amigos a los que les resulta
difícil comprender nuestras limitaciones, a los que pasan por nuestro lado sin
enterarse de lo que estamos viviendo.
La convivencia con el enfermo ayuda a entrar en
un estilo de vida comprensivo, generoso,
muy profundamente asimilado y muy sinceramente personal que le hace a uno capaz
de encajar muchas cosas, de acoger con benevolencia y con compasión las
limitaciones y los defectos de los demás. Digamos que vivir con un enfermo
incurable es a la vez una escuela de duro realismo y por eso mismo una escuela
también de piedad y de compasión. Estas creo que son las mejores notas de una
verdadera madurez humana y cristiana.
11. Maduración de la familia
El enfermo pone también en crisis las relaciones
familiares. Hay momentos que en que no se sabe qué hacer con él. Puede
resultar problema su alojamiento, los
gastos de su tratamiento, la distribución de las cargas y de los sacrificios.
Las hijas tienen que contar con sus maridos, los hijos con sus mujeres, los padres
temen las reacciones de los hijos, y otras veces se echan en cara unos a otros
lo que no han querido o no han sabido hacer. Según como se viva la presencia de
un enfermo anciano irrecuperable en la familia puede ser una bomba que la haga
estallar en desconfianzas, críticas y resentimientos. El enfermo es como el
detonador que hace saltar todos los egoísmos encubiertos y destruye todas las
apariencias de amabilidad y de falsas confianzas de que están hechas muchas
familias. Pero cuando la familia está edificada sobre un amor verdadero que sabe
dar sin recibir, que no juzga a los demás, que perdona y comprende, el enfermo
es un acelerador y multiplicador de este amor.
Cada uno tiene que dar lo que pueda en una
verdadera concurrencia de afectos y de buenas disposiciones, cada uno cuida de
mitigar los sufrimientos y el cansancio de los demás, se atiende al enfermo y
se atiende a la vez al cansancio y al sufrimiento y a los sacrificios de
quienes están con él en un verdadero concurso de generosidad y de afecto. Al
final de la enfermedad la familia tiene que estar más segura de sí misma, más
convencida de que el amor verdadero es su cimiento indestructible, más
purificada de otros planteamientos reivindicativos, egoístas, faltos de
generosidad o de misericordia.
12. Madurez y humanización de la sociedad
Muchas veces en las reuniones cristianas decimos,
no sin cierta grandilocuencia, que queremos hacer un mundo nuevo. Los enfermos,
casi sin quererlo, nos están ofreciendo una posibilidad. Entiendo que el índice
de humanidad y los grados de evangelio que hay en una sociedad, en una cultura,
se manifiestan muy claramente en la manera de tratar a los enfermos. La familia
o la sociedad que aparca a los enfermos, que los quita de su vista, aunque
luego pretende tranquilizar su conciencia con dinero, es una familia y una
sociedad deshumanizada, cruel, ganada por el egoísmo y en el fondo endurecida y
cautiva por el ídolo del propio bienestar y por la adoración de uno mismo.
Una sociedad humanista, inspirada por el respeto
a la fe cristiana, que quiere vivir de acuerdo con las inspiraciones humanistas
del cristianismo, tiene que ser una sociedad que quiere proporcionar un clima
verdaderamente humano a sus ancianos hasta el umbral de la muerte y para eso
dedica dinero, investigación, puestos de trabajo, ayudas familiares, formas
alternativas, todo un sistema de atenciones y cuidados para humanizar esta
difícil etapa de la vida humana que nosotros mismos hemos contribuido a crear y
que se llama vejez y decrepitud larga e irrecuperable.
Si cabe aquí una sugerencia de naturaleza
política, diría lo siguiente: Bien está hacer Residencias asistidas cuando sean
necesarias. Pero sería más propio de una política humanista ayudar a las
familias para que sean capaces de atender en casa a sus enfermos. Desde la
vivienda, las calles, las subvenciones, las comunicaciones, todo tiene que
repensarse teniendo en cuenta la presencia y las necesidades personales y
familiares de los ancianos enfermos irreversibles.
Una palabra de gratitud y de admiración para
todos los que trabajáis profesionalmente en el mundo de los ancianos enfermos
irrecuperables. Me refiero a los religiosos y religiosas que lo hacen como un
modo de vivir su entera dedicación a Dios y al servicio del Reino de los
Cielos, a los médicos y diferentes géneros de personal sanitario y auxiliar, a
todos los que directa o indirectamente, en establecimientos o en sus casas les
ayudáis a vivir. Yo mismo me pongo entre vosotros .
No os dejéis abatir en ningún momento. No perdáis
de vista los valores inmensos de vuestra tarea. Tratad de perfeccionar
constantemente vuestros conocimientos y capacidades profesionales, pero no
olvidéis nunca las dimensiones humanas, cristianas y casi místicas de vuestra
profesión y de vuestros esfuerzos de cada día.
Cada día, en los momentos agradables del descanso
buscad el rostro del Señor y escucharéis su hermosa palabra: «Lo que habéis
hecho a estos ancianos míos lo habéis hecho conmigo»; «haced el bien y dad sin
esperar nada a cambio, y seréis hijos del Altísimo. Sed misericordiosos como vuestro
Padre es misericordioso. Dad y se os dará, una medida apretada, rebosante,
porque con la medida con que midáis a los demás se os medirá a vosotros» (cf Lc
6).
F.
SEBASTIAN AGUILAR; Arzobispo de Pamplona
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