CATECISMO
DE LA IGLESIA CATÓLICA
PRÓLOGO:
"PADRE,
esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios
verdadero y a tu enviado Jesucristo" (Jn 17,3). "Dios,
nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen
al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). "No hay
bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros
debamos salvarnos" (Hch 4,12), sino el nombre de Jesús.
I.
La vida del hombre: conocer y amar a Dios
1Dios,
infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio
de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe
de su vida bienaventurada. Por eso, en todo tiempo y en todo lugar,
se hace cercano del hombre: le llama y le ayuda a buscarle, a
conocerle y a amarle con todas sus fuerzas. Convoca a todos los
hombres, que el pecado dispersó, a la unidad de su familia, la
Iglesia. Para lograrlo, llegada la plenitud de los tiempos, envió a
su Hijo como Redentor y Salvador. En Él y por Él, llama a los
hombres a ser, en el Espíritu Santo, sus hijos de adopción, y por
tanto los herederos de su vida bienaventurada.
2
Para que esta llamada resonara en toda la tierra, Cristo envió a los
apóstoles que había escogido, dándoles el mandato de anunciar el
Evangelio: "Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes
bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt 28,19-20). Fortalecidos con esta misión, los
apóstoles "salieron a predicar por todas partes, colaborando el
Señor con ellos y confirmando la Palabra con las señales que la
acompañaban" (Mc 16,20).
3
Quienes con la ayuda de Dios, han acogido el llamamiento de Cristo y
han respondido libremente a ella, se sienten por su parte urgidos por
el amor de Cristo a anunciar por todas partes en el mundo la Buena
Nueva. Este tesoro recibido de los Apóstoles ha sido guardado
fielmente por sus sucesores. Todos los fieles de Cristo son llamados
a transmitirlo de generación en generación, anunciando la fe,
viviéndola en la comunión fraterna y celebrándola en la liturgia y
en la oración (cf. Hch 2,42).
II.
Transmitir la fe: la catequesis
4
Muy pronto se llamó catequesis al conjunto de los esfuerzos
realizados en la Iglesia para hacer discípulos, para ayudar a los
hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios a fin de que,creyendo
ésto, tengan la vida en su nombre, y para educarlos e instruirlos en
esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo (cf. Juan Pablo II,
Catechesi tradendae [CT] 1).
5
"La catequesis es una educación en la fe de los niños, de los
jóvenes y adultos, que comprende especialmente una enseñanza de la
doctrina cristiana, dada generalmente de modo orgánico y sistemático
con miras a iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana" (CT
18).
6
Sin confundirse con ellos, la catequesis se articula dentro de un
cierto número de elementos de la misión pastoral de la Iglesia, que
tienen un aspecto catequético, que preparan para la catequesis o que
derivan de ella, como son: primer anuncio del Evangelio o predicación
misionera para suscitar la fe; búsqueda de razones para creer;
experiencia de vida cristiana: celebración de los sacramentos;
integración en la comunidad eclesial; testimonio apostólico y
misionero (cf. CT 18).
7
"La catequesis está unida íntimamente a toda la vida de la
Iglesia. No sólo la extensión geográfica y el aumento numérico de
la Iglesia, sino también y, más aún, su crecimiento interior, su
correspondencia con el designio de Dios dependen esencialmente de
ella" (CT 13).
8
Los períodos de renovación de la Iglesia son también tiempos en
los que a la catequesis le corresponde un mayor empeño. Así, en la
gran época de los Padres de la Iglesia, vemos a santos obispos
consagrar una parte importante de su ministerio a la catequesis. Es
la época de san Cirilo de Jerusalén y de san Juan Crisóstomo, de
san Ambrosio y de san Agustín, y de muchos otros Padres cuyas obras
catequéticas siguen siendo modelos.
9
El ministerio de la catequesis saca energías siempre nuevas de los
concilios. El Concilio de Trento constituye a este respecto un
ejemplo digno de ser destacado: dio a la catequesis una prioridad en
sus constituciones y sus decretos; de él nació el Catecismo Romano
que lleva también su nombre y que constituye una obra de primer
orden como resumen de la doctrina cristiana; este Concilio suscitó
en la Iglesia una organización notable de la catequesis; promovió,
gracias a santos obispos y teólogos como san Pedro Canisio, san
Carlos Borromeo, san Toribio de Mogrovejo, san Roberto Belarmino, la
publicación de numerosos catecismos.
10
No es extraño, por ello, que, en el dinamismo del Concilio Vaticano
II (que el Papa Pablo VI consideraba como el gran catecismo de los
tiempos modernos), la catequesis de la Iglesia haya atraído de nuevo
la atención. El Directorio general de la catequesis de 1971, las
sesiones del Sínodo de los Obispos consagradas a la evangelización
(1974) y a la catequesis (1977), las exhortaciones apostólicas
correspondientes, Evangelii nuntiandi (1975) y Catechesi tradendae
(1979), dan testimonio de ello. La sesión extraordinaria del Sínodo
de los Obispos de 1985 pidió "que sea redactado un catecismo o
compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre
la moral" (Relación final II, B, a, 4). El Santo Padre, Juan
Pablo II, hizo suyo este deseo emitido por el Sínodo de los Obispos
reconociendo que "responde totalmente a una verdadera necesidad
de la Iglesia universal y de las Iglesias particulares"
(Discurso de clausura del Sínodo, asamblea extraordinaria, 7 de
diciembre de 1985). El Papa dispuso todo lo necesario para que se
realizara la petición de los padres sinodales.
III.
Fin y destinatarios de este Catecismo
11
Este catecismo tiene por fin presentar una exposición orgánica y
sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la
doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz
del Concilio Vaticano II y del conjunto de la Tradición de la
Iglesia. Sus fuentes principales son la sagrada Escritura, los santos
Padres, la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Está destinado a
servir "como un punto de referencia para los catecismos o
compendios que sean compuestos en los diversos países" (Sínodo
de los Obispos 1985, Relación final II, B, a, 4).
12
El presente catecismo está destinado principalmente a los
responsables de la catequesis: en primer lugar a los Obispos, en
cuanto doctores de la fe y pastores de la Iglesia. Les es ofrecido
como instrumento para la realización de su tarea de enseñar al
Pueblo de Dios. A través de los Obispos, se dirige a los redactores
de catecismos, a los sacerdotes y a los catequistas. Será también
de útil lectura para todos los demás fieles cristianos.
IV. La
estructura del "Catecismo de la Iglesia Católica"
13
El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los
catecismos, los cuales articulan la catequesis en torno a cuatro
"pilares": la profesión de la fe bautismal (el Símbolo),
los sacramentos de la fe, la vida de fe (los Mandamientos), la
oración del creyente (el Padre Nuestro).
Primera
parte: la profesión de la fe
14
Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su
fe bautismal delante de los hombres (cf. Mt 10,32; Rom 10,9). Para
esto, el catecismo expone en primer lugar en qué consiste la
Revelación por la que Dios se dirige y se da al hombre, y la fe, por
la cual el hombre responde a Dios (primera sección). El Símbolo de
la fe resume los dones que Dios hace al hombre como Autor de todo
bien, como Redentor, como Santificador y los articula en torno a los
"tres capítulos" de nuestro Bautismo —la fe en un solo
Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador; y Jesucristo, su Hijo,
nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia
(segunda sección).
Segunda
parte: Los sacramentos de la fe
15
La segunda parte del catecismo expone cómo la salvación de Dios,
realizada una vez por todas por Cristo Jesús y por el Espíritu
Santo, se hace presente en las acciones sagradas de la liturgia de la
Iglesia (primera sección), particularmente en los siete sacramentos
(segunda sección).
Tercera
parte: La vida de fe
16
La tercera parte del catecismo presenta el fin último del hombre,
creado a imagen de Dios: la bienaventuranza, y los caminos para
llegar a ella: mediante un obrar recto y libre, con la ayuda de la
ley y de la gracia de Dios (primera sección); mediante un obrar que
realiza el doble mandamiento de la caridad, desarrollado en los diez
mandamientos de Dios (segunda sección).
Cuarta
parte: La oración en la vida de la fe
17
La última parte del catecismo trata del sentido y la importancia de
la oración en la vida de los creyentes (primera sección). Se cierra
con un breve comentario de las siete peticiones de la oración del
Señor (segunda sección). En ellas, en efecto, encontramos la suma
de los bienes que debemos esperar y que nuestro Padre celestial
quiere concedernos.
V.
Indicaciones prácticas para el uso de este Catecismo
18
Este catecismo está concebido como una exposición orgánica de toda
la fe católica. Es preciso, por tanto, leerlo como una unidad. Por
ello, en los márgenes del texto se remite al lector frecuentemente a
otros lugares (señalados por números más pequeños y que se
refieren a su vez a otros párrafos que tratan del mismo tema) y, con
ayuda del índice analítico al final del volumen, se permite ver
cada tema en su vinculación con el conjunto de la fe.
19
Con frecuencia, los textos de la sagrada Escritura no son citados
literalmente, sino indicando sólo la referencia (mediante cf.). Para
una inteligencia más profunda de esos pasajes, es preciso recurrir a
los textos mismos. Estas referencias bíblicas son un instrumento de
trabajo para la catequesis.
20
Cuando, en ciertos pasajes, se emplea letra pequeña, con ello se
indica que se trata de puntualizaciones de tipo histórico,
apologético o de exposiciones doctrinales complementarias.
21
Las citas, en letra pequeña, de fuentes patrísticas, litúrgicas,
magisteriales o hagiográficas tienen como fin enriquecer la
exposición doctrinal. Con frecuencia estos textos han sido escogidos
con miras a un uso directamente catequético.
22
Al final de cada unidad temática, una serie de textos breves resumen
en fórmulas condensadas lo esencial de la enseñanza. Estos
"resúmenes" tienen como finalidad ofrecer suge-rencias
para fórmulas sintéticas y memorizables en la catequesis de cada
lugar.
VI. Las
necesarias adaptaciones
23
El acento de este catecismo se pone en la exposición doctrinal.
Quiere, en efecto, ayudar a profundizar el conocimiento de la fe. Por
lo mismo está orientado a la maduración de esta fe, su
enraizamiento en la vida y su irradiación en el testimonio (cf. CT
20-22; 25).
24
Por su misma finalidad, este catecismo no se propone da una respuesta
adaptada, tanto en el contenido cuanto en el método a las exigencias
que dimanan de las diferentes culturas, de edades, de la vida
espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a
quienes se dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones
corresponden a catecismos propios de cada lugar, y más aún a
aquellos que toman a su cargo instruir a los fieles:
"El
que enseña debe hacerse todo a todos, para ganarlos a todos para
Jesucristo [...]¡Sobre todo que no se imagine que le ha sido
confiada una sola clase de almas, y que, por consiguiente, le es
lícito enseñar y formar igualmente a todos los fieles en la
verdadera piedad, con un único método y siempre el mismo! Que sepa
bien que unos son, en Jesucristo, como niños recién nacidos, otros
como adolescentes, otros finalmente como poseedores ya de todas sus
fuerzas [...] es necesario tener en cuenta cuidadosamente quiénes
pueden necesitar leche y quiénes otro alimento más sólido [...].
El Apóstol [...] señaló que había que considerar que los que son
llamados al ministerio de la predicación deben, al transmitir la
enseñanza del misterio de la fe y de las reglas de las costumbres,
acomodar sus palabras al espíritu y a la inteligencia de sus
oyentes" (Catecismo Romano, Prefacio, 11).
Por
encima de todo, la Caridad.
25
Para concluir esta presentación es oportuno recordar el principio
pastoral que enuncia el Catecismo Romano:
"El
camino mejor es que el Apóstol [...] mostró: Toda la finalidad de
la doctrina y de la enseñanza debe ser puesta en el amor que no
acaba. Porque se puede muy bien exponer lo que es preciso creer,
esperar o hacer; pero sobre todo debe resaltarse que el amor de
Nuestro Señor siempre prevalece, a fin de que cada uno comprenda que
todo acto de virtud perfectamente cristiano no tiene otro origen que
el amor, ni otro término que el amor (Catecismo Romano, Prefacio,
10).
PRIMERA
PARTE: LA PROFESIÓN DE LA FE
PRIMERA
SECCIÓN: CREO»-«CREEMOS»
26
Cuando profesamos nuestra fe, comenzamos diciendo: "Creo" o
"Creemos". Antes de exponer la fe de la Iglesia tal como es
confesada en el Credo, celebrada en la Liturgia, vivida en la
práctica de los mandamientos y en la oración, nos preguntamos qué
significa "creer". La fe es la respuesta del hombre a Dios
que se revela y se entrega a él, dando al mismo tiempo una luz
sobreabundante al hombre que busca el sentido último de su vida. Por
ello consideramos primeramente esta búsqueda del hombre (capítulo
primero), a continuación la Revelación divina, por la cual Dios
viene al encuentro del hombre (capítulo segundo), y finalmente la
respuesta de la fe (capítulo tercero).
CAPÍTULO
PRIMERO: EL HOMBRE ES "CAPAZ" DE DIOS
I. El
deseo de Dios
27
El deseo de Dios está inscrito en el corazón del hombre, porque el
hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer
al hombre hacia sí, y sólo en Dios encontrará el hombre la verdad
y la dicha que no cesa de buscar:
«La
razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del
hombre a la comunión con Dios. El hombre es invitado al diálogo con
Dios desde su nacimiento; pues no existe sino porque, creado por Dios
por amor, es conservado siempre por amor; y no vive plenamente según
la verdad si no reconoce libremente aquel amor y se entrega a su
Creador» (GS 19,1).
28
De múltiples maneras, en su historia, y hasta el día de hoy, los
hombres han expresado su búsqueda de Dios por medio de sus creencias
y sus comportamientos religiosos (oraciones, sacrificios, cultos,
meditaciones, etc.). A pesar de las ambigüedades que pueden
entrañar, estas formas de expresión son tan universales que se
puede llamar al hombre un ser religioso:
Dios
«creó [...], de un solo principio, todo el linaje humano, para que
habitase sobre toda la faz de la tierra y determinó con exactitud el
tiempo y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin
de que buscasen a Dios, para ver si a tientas le buscaban y le
hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros;
pues en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17, 26-28).
29
Pero esta "unión íntima y vital con Dios" (GS 19,1) puede
ser olvidada, desconocida e incluso rechazada explícitamente por el
hombre. Tales actitudes pueden tener orígenes muy diversos (cf. GS
19-21): la rebelión contra el mal en el mundo, la ignorancia o la
indiferencia religiosas, los afanes del mundo y de las riquezas (cf.
Mt 13,22), el mal ejemplo de los creyentes, las corrientes del
pensamiento hostiles a la religión, y finalmente esa actitud del
hombre pecador que, por miedo, se oculta de Dios (cf. Gn 3,8-10) y
huye ante su llamada (cf. Jon 1,3).
30
"Alégrese el corazón de los que buscan a Dios" (Sal
105,3). Si el hombre puede olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de
llamar a todo hombre a buscarle para que viva y encuentre la dicha.
Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de su
inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto",
y también el testimonio de otros que le enseñen a buscar a Dios.
«Tú
eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y
tu sabiduría no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu
creación, pretende alabarte, precisamente el hombre que, revestido
de su condición mortal, lleva en sí el testimonio de su pecado y el
testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de todo, el
hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le
incitas a ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza,
porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto
mientras no descansa en ti» (San Agustín, Confessiones, 1,1,1).
II Las
vías de acceso al conocimiento de Dios
31
Creado a imagen de Dios, llamado a conocer y amar a Dios, el hombre
que busca a Dios descubre ciertas "vías" para acceder al
conocimiento de Dios. Se las llama también "pruebas de la
existencia de Dios", no en el sentido de las pruebas propias de
las ciencias naturales, sino en el sentido de "argumentos
convergentes y convincentes" que permiten llegar a verdaderas
certezas.
Estas
"vías" para acercarse a Dios tienen como punto de partida
la creación: el mundo material y la persona humana.
32
El mundo: A partir del movimiento y del devenir, de la contingencia,
del orden y de la belleza del mundo se puede conocer a Dios como
origen y fin del universo.
San
Pablo afirma refiriéndose a los paganos: "Lo que de Dios se
puede conocer, está en ellos manifiesto: Dios se lo manifestó.
Porque lo invisible de Dios, desde la creación del mundo se deja ver
a la inteligencia a través de sus obras: su poder eterno y su
divinidad" (Rm 1,19-20; cf. Hch 14,15.17; 17,27-28; Sb 13,1-9).
Y
san Agustín: "Interroga a la belleza de la tierra, interroga a
la belleza del mar, interroga a la belleza del aire que se dilata y
se difunde, interroga a la belleza del cielo [...] interroga a todas
estas realidades. Todas te responde: Ve, nosotras somos bellas. Su
belleza es su proclamación (confessio). Estas bellezas sujetas a
cambio, ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza (Pulcher), no
sujeta a cambio?" (Sermo 241, 2: PL 38, 1134).
33
El hombre: Con su apertura a la verdad y a la belleza, con su sentido
del bien moral, con su libertad y la voz de su conciencia, con su
aspiración al infinito y a la dicha, el hombre se interroga sobre la
existencia de Dios. En todo esto se perciben signos de su alma
espiritual. La "semilla de eternidad que lleva en sí, al ser
irreductible a la sola materia" (GS 18,1; cf. 14,2), su alma, no
puede tener origen más que en Dios.
34
El mundo y el hombre atestiguan que no tienen en ellos mismos ni su
primer principio ni su fin último, sino que participan de Aquel que
es el Ser en sí, sin origen y sin fin. Así, por estas diversas
"vías", el hombre puede acceder al conocimiento de la
existencia de una realidad que es la causa primera y el fin último
de todo, "y que todos llaman Dios" (San Tomás de Aquino,
S.Th. 1, q. 2 a. 3, c.).
35
Las facultades del hombre lo hacen capaz de conocer la existencia de
un Dios personal. Pero para que el hombre pueda entrar en la
intimidad de Él ha querido revelarse al hombre y darle la gracia de
poder acoger en la fe esa revelación. Sin embargo, las pruebas de la
existencia de Dios pueden disponer a la fe y ayudar a ver que la fe
no se opone a la razón humana.
III El
conocimiento de Dios según la Iglesia
36
"La Santa Madre Iglesia, mantiene y enseña que Dios, principio
y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza mediante la
luz natural de la razón humana a partir de las cosas creadas"
(Concilio Vaticano I, Const. dogm. Dei Filius, c.2: DS 3004; cf.
Ibíd., De revelatione, canon 2: DS 3026; Concilio Vaticano II, DV
6). Sin esta capacidad, el hombre no podría acoger la revelación de
Dios. El hombre tiene esta capacidad porque ha sido creado "a
imagen de Dios" (cf. Gn 1,27).
37
Sin embargo, en las condiciones históricas en que se encuentra, el
hombre experimenta muchas dificultades para conocer a Dios con la
sola luz de su razón:
«A
pesar de que la razón humana, sencillamente hablando, pueda
verdaderamente por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un
conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y
gobierna el mundo por su providencia, así como de una ley natural
puesta por el Creador en nuestras almas, sin embargo hay muchos
obstáculos que impiden a esta misma razón usar eficazmente y con
fruto su poder natural; porque las verdades que se refieren a Dios y
a los hombres sobrepasan absolutamente el orden de las cosas
sensibles, y cuando deben traducirse en actos y proyectarse en la
vida exigen que el hombre se entregue y renuncie a sí mismo. El
espíritu humano, para adquirir semejantes verdades, padece
dificultad por parte de los sentidos y de la imaginación, así como
de los malos deseos nacidos del pecado original. De ahí procede que
en semejantes materias los hombres se persuadan de que son falsas, o
al menos dudosas, las cosas que no quisieran que fuesen verdaderas
(Pío XII, enc. Humani generis: DS 3875).
38
Por esto el hombre necesita ser iluminado por la revelación de Dios,
no solamente acerca de lo que supera su entendimiento, sino también
sobre "las verdades religiosas y morales que de suyo no son
inaccesibles a la razón, a fin de que puedan ser, en el estado
actual del género humano, conocidas de todos sin dificultad, con una
certeza firme y sin mezcla de error" (ibid., DS 3876; cf.
Concilio Vaticano I: DS 3005; DV 6; santo Tomás de Aquino, S.Th. 1,
q. 1 a. 1, c.).
IV
¿Cómo hablar de Dios?
39
Al defender la capacidad de la razón humana para conocer a Dios, la
Iglesia expresa su confianza en la posibilidad de hablar de Dios a
todos los hombres y con todos los hombres. Esta convicción está en
la base de su diálogo con las otras religiones, con la filosofía y
las ciencias, y también con los no creyentes y los ateos.
40
Puesto que nuestro conocimiento de Dios es limitado, nuestro lenguaje
sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a partir de
las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de
pensar.
41
Todas las criaturas poseen una cierta semejanza con Dios, muy
especialmente el hombre creado a imagen y semejanza de Dios. Las
múltiples perfecciones de las criaturas (su verdad, su bondad, su
belleza) reflejan, por tanto, la perfección infinita de Dios. Por
ello, podemos nombrar a Dios a partir de las perfecciones de sus
criaturas, "pues de la grandeza y hermosura de las criaturas se
llega, por analogía, a contemplar a su Autor" (Sb 13,5).
42
Dios transciende toda criatura. Es preciso, pues, purificar sin cesar
nuestro lenguaje de todo lo que tiene de limitado, de expresión por
medio de imágenes, de imperfecto, para no confundir al Dios "que
está por encima de todo nombre y de todo entendimiento, el invisible
y fuera de todo alcance" (Liturgia bizantina. Anáfora de san
Juan Crisóstomo) con nuestras representaciones humanas. Nuestras
palabras humanas quedan siempre más acá del Misterio de Dios.
43
Al hablar así de Dios, nuestro lenguaje se expresa ciertamente de
modo humano, pero capta realmente a Dios mismo, sin poder, no
obstante, expresarlo en su infinita simplicidad. Es preciso recordar,
en efecto, que "entre el Creador y la criatura no se puede
señalar una semejanza tal que la desemejanza entre ellos no sea
mayor todavía" (Concilio de Letrán IV: DS 806), y que
"nosotros no podemos captar de Dios lo que Él es, sino
solamente lo que no es, y cómo los otros seres se sitúan con
relación a Ël" (Santo Tomás de Aquino, Summa contra gentiles,
1,30).
Resumen
44
El hombre es por naturaleza y por vocación un ser religioso.
Viniendo de Dios y yendo hacia Dios, el hombre no vive una vida
plenamente humana si no vive libremente su vínculo con Dios.
45
El hombre está hecho para vivir en comunión con Dios, en quien
encuentra su dicha."Cuando yo me adhiera a ti con todo mi ser,
no habrá ya para mi penas ni pruebas, y mi vida, toda llena de ti,
será plena" (San Agustín, Confessiones, 10,28,39).
46
Cuando el hombre escucha el mensaje de las criaturas y la voz de su
conciencia, entonces puede alcanzar a certeza de la existencia de
Dios, causa y fin de todo.
47
La Iglesia enseña que el Dios único y verdadero, nuestro Creador y
Señor, puede ser conocido con certeza por sus obras, gracias a la
luz natural de la razón humana (cf. Concilio Vaticano I: DS 3026).
48
Nosotros podemos realmente nombrar a Dios partiendo de las múltiples
perfecciones de las criaturas, semejanzas del Dios infinitamente
perfecto, aunque nuestro lenguaje limitado no agote su misterio.
49
"Sin el Creador la criatura se [...] diluye" (GS 36). He
aquí por qué los creyentes saben que son impulsados por el amor de
Cristo a llevar la luz del Dios vivo a los que no le conocen o le
rechazan.
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